EL CERVANTES DE HAROLD BLOOM

Mis pasajes favoritos

Harry Levin describió sagazmente lo que él denominaba la "fórmula de Cervantes":

"No es ni más ni menos que un reconocimiento de la diferencia entre los versos y los reversos, entre las palabras y los actos, en resumen, entre el artificio literario y lo real, que es la propia vida. Pero el artificio literario es el único medio que un escritor tiene a su disposición. ¿Cómo si no puede transmitir su impresión de la vida? Precisamente desacreditando esos medios, repudiando ese aire libresco en el que todo libro va inevitablemente envuelto. Cuando Pascal observaba que la verdadera elocuenci...

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Harry Levin describió sagazmente lo que él denominaba la "fórmula de Cervantes":

"No es ni más ni menos que un reconocimiento de la diferencia entre los versos y los reversos, entre las palabras y los actos, en resumen, entre el artificio literario y lo real, que es la propia vida. Pero el artificio literario es el único medio que un escritor tiene a su disposición. ¿Cómo si no puede transmitir su impresión de la vida? Precisamente desacreditando esos medios, repudiando ese aire libresco en el que todo libro va inevitablemente envuelto. Cuando Pascal observaba que la verdadera elocuencia se burla de la elocuencia, formulaba sucintamente el principio que podría considerar a Cervantes su ejemplar más reciente y asombroso. Fue La Rouchefoucault quien restableció el otro lado de la paradoja: algunos nunca amarían si no hubiesen oído hablar del amor".

Quizá lo quijotesco sea la modalidad literaria de una realidad absoluta, no de un sueño imposible, sino de un despertar a la mortalidad
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Ciertamente no consigo recordar ninguna otra obra en la que las relaciones entre las palabras y los actos sean tan ambiguas como en Don Quijote, excepto (de nuevo) Hamlet. La fórmula de Cervantes es la misma que la de Shakespeare, aunque en Cervantes percibimos la carga de la experiencia, mientras que en Shakespeare es asombrosa, porque prácticamente toda su experiencia fue teatral. Aun así, la ironización de la experiencia caracteriza los discursos de Hamlet y de don Quijote. En un principio se podría pensar que Hamlet es más consciente de las palabras que el caballero, pero la segunda parte del oscuro libro de Cervantes manifiesta un aumento de la conciencia de su propia retórica en el caballero de la triste figura.

Quiero ilustrar la evolución de don Quijote comparándolo con el maravilloso embaucador, Ginés de Pasamonte, que aparece por primera vez en la primera parte del Quijote como galeote, en el capítulo 22, y que vuelve a salir en la segunda parte, capítulos 25-27, haciendo de maese Pedro, el adivinador y titerero. Ginés es un sublime granuja y un pícaro estafador, pero también escritor de una novela picaresca al estilo del Lazarillo de Tormes (1533), la obra maestra anónima de su estilo. Cuando Ginés reaparece como maese Pedro, en la segunda parte, se ha convertido en una sátira contra el inmensamente próspero rival de Cervantes, Lope de Vega, el "monstruo de la literatura", que estrenaba una obra de éxito casi cada semana, mientras que Cervantes había fracasado desesperadamente como dramaturgo.

Cada lector tiene su pasaje o sus pasajes favoritos de Don Quijote de La Mancha; los míos son las dos desventuras que el caballero inaugura con Gines/maese Pedro. En la primera, don Quijote libera galantemente a Ginés y a sus compañeros de prisión, para acabar siendo apaleado casi hasta la muerte (junto con el pobre Sancho) por los desagradecidos convictos. En la segunda, el caballero se deja engañar tanto por el ilusionismo de maese Pedro que carga contra el retablo y despedaza las marionetas, en lo que se puede considerar una crítica de Cervantes a Lope de Vega. Aquí tenemos primero a Ginés:

"-Dice verdad -dijo el comisario-: que él mesmo ha escrito su historia, que no hay más, y deja empeñado el libro en la cárcel en doscientos reales.

-Y le pienso quitar -dijo Ginés-, si quedara en doscientos ducados.

-¿Tan bueno es? -dijo don Quijote.

-Es tan bueno -respondió Ginés-, que mal año para Lazarillo de Tormes y para todos cuantos de aquel género se han escrito o escribieren. Lo que sé decir a voacé es que trata verdades, y que son verdades tan lindas y tan donosas que no pueden haber mentiras que se le igualen.

-¿Y cómo se intitula el libro? -preguntó don Quijote.

-La vida de Ginés de Pasamonte -respondió el mismo.

-¿Y está acabado? -preguntó don Quijote.

-¿Cómo puede estar acabado -respondió él-, si aún no está acabada mi vida? Lo que está escrito es desde mi nacimiento hasta el punto que esta última vez me han echado en galeras.

-Luego, ¿otra vez habéis estado en ellas? -dijo don Quijote.

-Para servir a Dios y al rey, otra vez he estado cuatro años, y ya sé a qué sabe el bizcocho y el corbacho -respondió Ginés-; y no me pesa mucho de ir a ellas, porque allí tendré lugar de acabar mi libro, que me quedan muchas cosas que decir, y en las galeras de España hay más sosiego de aquel que sería menester, aunque no es menester mucho más para lo que yo tengo que escribir, porque me lo sé de coro".

Ginés, admirable bellaco, es una parodia demoniaca del propio Cervantes, que había permanecido cinco años cautivo en Argel, y cuyo Don Quijote de La Mancha se convirtió en una obra casi interminable. La muerte de Cervantes se produjo sólo un año después de la publicación de la segunda parte del gran relato. Indudablemente, Cervantes consideraba a Lope de Vega como su propia sombra demoniaca, lo cual queda claro en el magnífico asalto contra el retablo de maese Pedro. El pícaro Ginés sigue la ley general de la segunda parte, que es que todos los personajes importantes han leído la primera parte o saben que fueron personajes de la primera. Maese Pedro evade la identidad de Ginés, pero al alto precio de contemplar otro furioso asalto del caballero de la triste figura. Pero esto se produce después de que maese Pedro sea firmemente identificado con Lope de Vega:

"No respondió nada el intérprete; antes, prosiguió, diciendo:

-No faltaron algunos ociosos ojos, que lo suelen ver todo, que no viesen la bajada y la subida de Melisendra, de quien dieron noticia al rey Marsilio, el cual mandó luego tocar el arma; y miren con qué priesa, que ya la ciudad se hunde con el son de las campanas que en todas las torres de las mezquitas suenan.

-¡Eso no! -dijo a esta sazón don Quijote-: en esto de las campanas anda muy impropio maese Pedro, porque entre moros no se usan campanas, sino atabales, y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías; y esto de sonar campanas en Sansueña sin duda que es un gran disparate.

Lo cual, oído por maese Pedro, cesó el tocar y dijo:

-No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote; ni quiera llevar las cosas tan por el cabo que no se le halle. ¿No se representan por ahí, casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo? Prosigue, muchacho, y deja decir; que, como yo llene mi talego, siquiere represente más impropiedades que tiene átomos el sol.

-Así es la verdad -replicó don Quijote".

Cuando don Quijote asalta el retablo, Cervantes ataca el gusto popular que había preferido el teatro de Lope al suyo:

"Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían; y, levantándose en pie, en voz alta, dijo:

-No consentiré yo en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiteros. ¡Deteneos, mal nacida canalla; no le sigáis ni persigáis; si no, conmigo sois en la batalla!

Y, diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo y, con acelerada y nunca vista furia, comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera morisma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a éste, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán. Daba voces maese Pedro, diciendo:

-Deténgase vuesa merced, señor don Quijote, y advierta que estos que derriba y destroza no son verdaderos moros, sino unas figurillas de pasta! ¡Mire, pecador de mí, que me destruye y echa a perder toda mi hacienda!

Mas no por eso dejaba de menudear don Quijote cuchilladas, mandobles, tajos y reveses como llovidos. Finalmente, en menos de dos credos dio con todo el retablo en el suelo, hechas pedazos y desmenuzadas todas sus jarcias y figuras: el rey Marsilio, mal herido, y el emperador Carlomagno, partida la corona y la cabeza en dos partes. Alborotóse el senado de los oyentes, huyóse el mono por los tejados de la ventana, temió el primo, acobardóse el paje, y hasta el mesmo Sancho Panza tuvo pavor grandísimo, porque, como él juró después de pasada la borrasca, jamás había visto a su señor con tan desatinada cólera. Hecho, pues, el general destrozo, sosegóse un poco don Quijote y dijo:

-Quisiera yo tener aquí delante en este punto todos aquellos que no creen, ni quieren creer, de cuánto provecho sean en el mundo los caballeros andantes: miren, si no me hallara yo aquí presente, qué fuera del buen Gaiteros y de la hermosa Melisendra; a buen seguro que ésta fuera ya la hora que los hubieran alcanzado estos canes, y les hubieran hecho algún desaguisado. En resolución, ¡viva la andante caballería sobre cuantas cosas hoy viven en la tierra!".

Esta magnífica y loca intervención es también una parábola del triunfo de Cervantes sobre la picaresca, y del triunfo de la novela sobre el romance. El golpe hacia abajo que casi decapita a Ginés/maese Pedro es una metáfora de la fuerza estética de El Quijote. Tan sutil es Cervantes que hace falta leerlo en tantos niveles como a Dante. Quizá lo quijotesco pueda definirse acertadamente como la modalidad literaria de una realidad absoluta, no como un sueño imposible, sino por el contrario como un convincente despertar a la mortalidad.

Traducción de News Clips

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