Columna

Tablada

Un amigo mío de Jaén, que ejerce de médico en Sevilla hace muchos años, sostiene que dos cosas identifican sobre todas a esta ciudad, a la que ama y observa como sólo pueden hacerlo los que la tienen por adoptiva: la desmesura y la tendencia, un tanto impúdica, a las ceremonias de la confusión. Si bien miramos, la catedral, la Feria, la Semana Santa, el estadio presuntamente olímpico (megalomanía personal de Rojas-Marcos) son ejemplos acabados de entrambas no sé si cualidades. Lo cierto es que aquí todo se cuece entre lo descomunal y lo incierto. Los estirones que ha dado la urbe, igualmente s...

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Un amigo mío de Jaén, que ejerce de médico en Sevilla hace muchos años, sostiene que dos cosas identifican sobre todas a esta ciudad, a la que ama y observa como sólo pueden hacerlo los que la tienen por adoptiva: la desmesura y la tendencia, un tanto impúdica, a las ceremonias de la confusión. Si bien miramos, la catedral, la Feria, la Semana Santa, el estadio presuntamente olímpico (megalomanía personal de Rojas-Marcos) son ejemplos acabados de entrambas no sé si cualidades. Lo cierto es que aquí todo se cuece entre lo descomunal y lo incierto. Los estirones que ha dado la urbe, igualmente se hicieron bajo esa misma mezcla. La Exposición del 29, en parte incluso la del 92, los ensanches modernos, como el barrio de Los Remedios o Sevilla Este, han crecido conforme a esa fórmula secreta donde el exceso acaba haciéndose natural.

Tal vez acuciados por esa pasión, que ya llevaba un tiempo adormecida, los poderes ocultos de Sevilla han decidido lanzar un nuevo desafío a la medida y a la claridad. Me refiero a Tablada. Un espacio mítico, donde Fernando III sentó sus reales en el asedio a la ciudad moruna, por el buen pasto que había para sus caballos, luego dehesa común, después aeródromo militar para lucimiento de los sublevados del 36, pasó misteriosamente a manos privadas, y hoy, por desgracia, es manjar exquisito para ocho empresas inmobiliarias. Y de nuevo la desproporción y la ceremonia más equívoca. La precaria mayoría municipal (PSOE y PA) defiende el uso público y verde de ese lugar maravilloso, regalo de la naturaleza y de la historia a los sevillanos, y así lo pintan en los frágiles mapas del futuro. Pero los ocho promotores, impertérritos, día tras día, que no: que ellos han comprado esas 356,8 hectáreas al desmesurado precio de 13.600 millones de pesetas (siendo como son rústicas e inundables), y que tienen firmado un papelito con Rojas-Marcos, del año 99, que les faculta para ceremoniar allí toda clase de despropósitos urbanos; pisos, desde luego muchos pisos, ah, y algunas monerías entremedio. ¿Cómo se explica esto? ¿Dónde está el verdadero poder de la ciudad?

Irritado por el desafío, y por oscuras noticias, el alcalde Monteseirín ha debido tener buenas razones para hacer lo que ha hecho: llamar a las puertas del Parlamento andaluz. No debe fiarse mucho a estas alturas de don Alejandro -siempre él-, especialista en transacciones electorales, y ha decidido solicitar la protección de las consejerías de Medio Ambiente y de Obras Públicas para que consoliden de una vez aquel ámbito como público y verde. No sea que a alguien le dé por meterlo en el bazar de los comercios clandestinos, a cambio de una alcaldía, por ejemplo. Esta precaución ha irritado a su vez a los seguidores de Rojas-Marcos, sin darse cuenta de que puede parecer que se pican cual si comieran muchos ajos. Tampoco advierten que una precampaña tan costosa como la que sostienen desde Navidades, con propaganda alta en todos los medios, no casa bien con las modestas proporciones del partido. Les pasa también a algunos empresarios ligados de un modo u otro a la causa andalucista, que de puro esplendor causan sonrojo ajeno. La bisagra dorada es lo que tiene, que tanto moverse a un lado y a otro, acaba relumbrando en la distancia.

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