Editorial:

Nocturnidad y alevosía

Con la nocturnidad que podía deparar el conflicto de Irak y la alevosía de un criminal concepto de la legalidad, Fidel Castro lanzó el 18 de marzo una oleada de detenciones seguidas de juicios sumarísimos contra 78 acusados, en su gran mayoría periodistas, sobre los que van a caer penas de entre 11 años de cárcel y cadena perpetua. El texto de apariencia legal invocado en gran parte de los casos es la Ley de Protección de la Independencia Nacional y de la Economía de Cuba, de 1999. Su enunciado lo dice todo: cualquier opinión escrita en medios extranjeros o en Internet que no plazca a las auto...

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Con la nocturnidad que podía deparar el conflicto de Irak y la alevosía de un criminal concepto de la legalidad, Fidel Castro lanzó el 18 de marzo una oleada de detenciones seguidas de juicios sumarísimos contra 78 acusados, en su gran mayoría periodistas, sobre los que van a caer penas de entre 11 años de cárcel y cadena perpetua. El texto de apariencia legal invocado en gran parte de los casos es la Ley de Protección de la Independencia Nacional y de la Economía de Cuba, de 1999. Su enunciado lo dice todo: cualquier opinión escrita en medios extranjeros o en Internet que no plazca a las autoridades es susceptible de considerarse "actividades conspirativas", habitualmente "al servicio de Estados Unidos".

Con este bochornoso remedo de legalidad se va a condenar a 20 años o pena similar al periodista y poeta Raúl Rivero, al que se acusa de trabajar para "la agencia subversiva francesa" Reporteros sin Fronteras, en una muestra de la genial ignorancia del mundo exterior que reina en la isla antillana. Y el de Rivero es sólo el más destacado de los simulacros de juicio de la media docena que ya han quedado vistos para sentencia.

El arrebato represor contrasta con la calculada pasividad, que no tolerancia, con que se permitió al disidente más conocido en el mundo, Oswaldo Payá, recoger más de 11.000 firmas el año pasado y presentarlas ante el Parlamento cubano para pedir un referéndum sobre el cambio político, así como autorizarle la salida de la isla para recoger el Premio Sájarov, concedido por el Parlamento Europeo, y entrevistarse con el secretario de Estado norteamericano, Colin Powell.

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Con el peculiar sentido de la oportunidad de las autocracias, parece que la respuesta a aquella audacia llega ahora. No son, sin embargo, los grandes disidentes, con la excepción de Rivero, los que van a ir a parar a las sentinas carcelarias de La Habana. Pero sí se trata de un aviso que hace temer que está en peligro incluso lo más notable de una oposición sólo semitolerada como válvula de escape y para no negarse el acceso a determinadas ayudas internacionales. En las circunstancias bélicas actuales, en que Washington endurece su política exterior, es una respuesta, por tanto, a Payá y a Estados Unidos.

A la UE no le queda otra forma de presión sobre el régimen castrista que la revisión de sus programas de ayudas, pero aun ello habría de meditarse cuidadosamente, puesto que es la sociedad más que el sistema quien pagaría los platos rotos. Europa debe protestar, sin embargo, tan alto como pueda. Poco más cabe hacer, mientras Castro reta a los blindados de Bagdad.

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