Columna

¿Todos 'batasunos'?

He oído al vicepresidente Rajoy, varias veces, insinuar que en España está apareciendo una kale borroka. El presidente Aznar muestra su acuerdo al equiparar, sin miramientos, toda crítica a su política con los actos violentos que protagonizan grupúsculos muy concretos y, efectivamente, muy condenables. El ministro Piqué ha ido más lejos y ya habla de la batasunización de Cataluña. Madre de Dios.

Antes de que se me malinterprete, digo públicamente que condeno, como la mayoría de la gente que conozco, toda violencia -por mínima que sea, y recordemos que antes eran los actore...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

He oído al vicepresidente Rajoy, varias veces, insinuar que en España está apareciendo una kale borroka. El presidente Aznar muestra su acuerdo al equiparar, sin miramientos, toda crítica a su política con los actos violentos que protagonizan grupúsculos muy concretos y, efectivamente, muy condenables. El ministro Piqué ha ido más lejos y ya habla de la batasunización de Cataluña. Madre de Dios.

Antes de que se me malinterprete, digo públicamente que condeno, como la mayoría de la gente que conozco, toda violencia -por mínima que sea, y recordemos que antes eran los actores de teatro los que recibían huevos tras una mala función- contra cualquiera. Pero que el Partido Popular ahora descubra que no es nada popular no le autoriza a hacer de sí mismo una víctima. Entre otras razones, porque nadie le va a creer. De entrada, es el Gobierno el que debe poner a la policía a detener a cualquiera que violente las ideas de los demás: lo contrario muestra una monumental falta de esos reflejos democráticos que, en su día, tuvo la derecha de este país. Cabe, pues, desear que esa derecha recupere su fuelle democrático porque todos lo necesitamos. Si en vez de aislarse, dedicarse a ver kale borrokas en todo ciudadano y trasladar el insufrible esquema del País Vasco a toda España, fueran capaces de escuchar a la sociedad, tal vez acabaran entendiendo lo que sucede.

No es tan difícil. La gente de este país, ya acostumbrada a cuidar su salud y su vida, y a exigir cuidados sanitarios y humanos dignos, no puede digerir el sufrimiento de las guerras, de cualquier guerra, e Irak ya no está tan lejos. Y la gente no distingue si los muertos son iraquíes, ingleses, americanos o españoles. Los muertos son muertos en cualquier parte; el sufrimiento, también. Eso, para empezar. Cuando además los sufrimientos toman forma de catástrofe humana, el contraste entre lo que la gente quiere vivir y lo que se le ofrece como respuesta resulta insoportable. Ésta es una guerra que hace aflorar contradicciones profundas y sangrantes: un mundo educado en buscar la excelencia de la vida por todos los medios no puede tolerar rupturas tan violentas y arbitrarias.

¿Tiene eso que ver con la paz? Desde luego que sí: la paz es un método que pone en cuestión la ley de la selva y de la fuerza bruta. Pero ahora aflora algo más hondo: ideas, convicciones, procedimientos para la convivencia y rechazo a todo lo que interfiera ese proceso de civilización emprendido. La gente ha salido a la calle porque la guerra de Irak es, sobre todo, una metáfora de lo que no desea para sí misma ni para nadie. Y aquí está la fuerza paciente e insistente de una opinión pública tan local como global. La solidaridad no es con Sadam Husein, ni mucho menos, sino con la misma gente de la otra punta del planeta. Esa gente que hoy, en Irak, se pelea por un poco de agua o de trigo, esa gente que pasará a engrosar esa escalofriante cifra de bajas por hambre: 24.000 personas diarias, una cada tres segundos, según la ONU. Mientras, comienza el negocio de la reconstrucción.

En 1994 Hans Magnus Enzensberger vaticinó que quienes veíamos los desastres del mundo por la televisión teníamos dos salidas: "ser terroristas o voyeurs". Hoy hay una tercera: el activismo social democrático. Son demasiados años viendo indignidades. Al auge de las ONG sucede el descubrimiento de salir a la calle cuando se toca la fibra esencial. Lo que se pide es tan sólo convivencia, y no un estado de guerra permanente. Los españoles somos testigos de que la convivencia es posible, nuestro capital es nuestra experiencia. Ése es el descubrimiento que aún deben hacer los dirigentes del PP. Su autovictimización, sobre todo, muestra falta de inteligencia: no entienden nada de lo que pasa. Una derecha lúcida acaba siendo garantía de democracia. Eso es lo que ahora falta.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En