Crítica:ESTRENOS

Magnífica imitación de lo inimitable

Deja en los ojos Lejos del cielo un delicado sabor a fruto probado, a reminiscencia.

En ella, el refinado y astuto manierista estadounidense Todd Haynes mueve para la gente de ahora luces y sombras arrancadas de una película de ayer, vista hace mucho tiempo y casi olvidada. Y digo casi porque hay en esa olvidada película algo inolvidable, un rasgo tercamente adherido a la memoria, que es un rasgo impreciso, pero misteriosamente exacto, que rescata la alquimia de tiempos, colores, ideas y espacios que mueven los suntuosos melodramas -pongamos por caso ...

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Deja en los ojos Lejos del cielo un delicado sabor a fruto probado, a reminiscencia.

En ella, el refinado y astuto manierista estadounidense Todd Haynes mueve para la gente de ahora luces y sombras arrancadas de una película de ayer, vista hace mucho tiempo y casi olvidada. Y digo casi porque hay en esa olvidada película algo inolvidable, un rasgo tercamente adherido a la memoria, que es un rasgo impreciso, pero misteriosamente exacto, que rescata la alquimia de tiempos, colores, ideas y espacios que mueven los suntuosos melodramas -pongamos por caso Obsesión, Sólo el cielo lo sabe, Imitación a la vida, Escrito sobre el viento- de la etapa cumbre de Douglas Sirk, aquel aristócrata europeo melómano y sentimental que hizo prodigiosas incursiones en las intrincadas leyes del drama intimista, en los interminables recovecos del juego del amor y el desamor y la alegría y el padecimiento.

LEJOS DEL CIELO

Dirección y guión: Todd Haynes. Música: Elmer Bernstein. Fotografía: Edward Lachman. Intérpretes: Julianne Moore, Dennis Quaid, Dennis Haysbert, Patricia Clarkson. Estados Unidos, 2002. Género: drama. Duración: 107 minutos.

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Imaginemos que, en un brusco salto de tiempo, el pudoroso cine de Sirk -siempre lleno de cargas de sexo escondido, siempre sometido por fuera a la censura de evidencias impuesta por el turbio código Hays, verdugo de la libertad en Hollywood- recibe licencia de explicitud y deja ver los choques de amor, sugeridos pero nunca vistos en sus películas, entre dos hombres o entre una mujer blanca y un hombre negro. Y es por ahí, por la grieta de esa licencia, por donde la astucia de Haynes entra en juego y hace en Lejos del cielo una sagaz imitación al pie de la letra del juego de Sirk, abriendo a la cámara zonas escondidas -cine nunca filmado- del estilo de aquel gran esteta del melodrama clásico.

Sin embargo, en esta victoria formal se esconde paradójicamente la derrota de fondo de Lejos del cielo, porque lo inexplícito del cine de Sirk es susurrado detrás de los ojos por ricas y elegantes elipsis, y la fuerza sugeridora de estos susurros alcanza elevaciones de la elocuencia que está lejos de alcanzar el recurso a la explicitud de Haynes. Y, así, vemos más cosas, muchas más, en el interior sugerido de un melo de Sirk que en el exterior explícito de este melo de Haynes hecho a la manera de Sirk. Pero no hay que echar al cajón de las cosas inútiles esta película, porque aunque Lejos del cielo sea discutible como conjunto, logra choques visuales y dramáticos fascinadores, y escenas en el borde de lo sublime, pues son territorios de despegue del vuelo de Julianne Moore, una genial actriz que alcanza aquí el milagro de la transfiguración.

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