Columna

El dudoso gusto de los Broad

El matrimonio se apellida Broad. Son de nacionalidad estadounidense. Se saben millonarios y coleccionistas de arte contemporáneo. Han consentido que un centenar largo de obras de su colección se exhiba, de febrero a septiembre, en el Museo Guggenheim de Bilbao. ¿Buscan con ello que el vulgo se transforme en una caterva de ojos rendidos ante el infalible gusto del matrimonio?

De infalibilidad, nada. Y de gusto, muy dudoso. Si empezamos por elevar a categoría de arte de primerísima fila a los Koons, Schnabel, Basquiat, Baldessari, Fischl, Salle, Charles Ray, entre otros, alg...

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El matrimonio se apellida Broad. Son de nacionalidad estadounidense. Se saben millonarios y coleccionistas de arte contemporáneo. Han consentido que un centenar largo de obras de su colección se exhiba, de febrero a septiembre, en el Museo Guggenheim de Bilbao. ¿Buscan con ello que el vulgo se transforme en una caterva de ojos rendidos ante el infalible gusto del matrimonio?

De infalibilidad, nada. Y de gusto, muy dudoso. Si empezamos por elevar a categoría de arte de primerísima fila a los Koons, Schnabel, Basquiat, Baldessari, Fischl, Salle, Charles Ray, entre otros, algo no funciona bien. De entrada, Jeff Koons es el artista más superficial de cuantos pululan por el cosmos. Esteticista para horteras ricos y burdeles con pretensiones. Schnabel no le va a la zaga. Pintor rompeplatos magníficamente mediocre. Basquiat fue por unos pocos años la elevación de un chispazo multicolor de gas propano de pronto desinfle. A esos tres sujetos ningún crítico serio jamás puede tomarles en serio...

Los neorrealistas Salle y Fischl tampoco enamoran. El primero a través de su ensalada de imágenes, con la idea del cambio permanente en el que su propio arte sigue sin cambiar nunca. El segundo, con su versión patológica de la sexualidad adolescente, empeñado en convertir al espectador en voyeur avergonzado, ya voluntario, ya casual. A los maniquíes de Charles Ray cabe cifrarlos como de pura filfa y capulí. De las simplonas parábolas artísticas de Baldessari, destaca por su absoluta nadería la obra de once metros de largo por casi cinco de alto, pues parece pensada más como proyección de un carro de combate, gestado para matar ocasional e inmisericordiamente ancianos iraquíes, que como una obra de arte...

Menos mal que en la exposición podemos encontrarnos con obras de Jasper Johns, en especial, y Cy Twombly. No son las mejores piezas que ha firmado Johns en su vida, mas tienen la virtud de dar una buena panorámica del talento que atesora este artista. Él y el ausente Robert Rauschenberg son los dos valores más sólidos de la pintura norteamericana de los últimos cuarenta años. Las cuatro piezas Twombly debemos considerarlas como buena marca de la casa. Destacan por su seductora liviandad, su confidencia enigmática y la sutilísima caligrafía envolvente. De los ortodoxos del pop, Andy Warhol y Lichtenstein, no hay nada que no hayamos visto, sobre todo del primero. Del segundo advertimos la novedad de ver en sus obras cómo el artista se va convirtiendo por momentos en una fría y repetitiva parodia de sí mismo. Excelentes las aportaciones fotográficas de Cindy Sherman y Andreas Gursky. Con dos grandes lienzos, Anselm Kiefer imprime en ellos su vertiente siempre polémica y ambigua...

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