Columna

La tercera república

Para proclamar la tercera república española, no ha echado mano ni de sexenio democrático, ni de insurrecciones populares, ni de abdicación de monarca turinés, como en la primera; ni tampoco de pacto antidinástico, ni de sublevaciones de jóvenes y románticos militares, ni de elecciones municipales, ni de bitácora para la singladura de Cartagena a Marsella, como en la segunda. Para proclamar la tercera república española, tan sólo le ha hecho falta algo tan cotidiano como un par de whiskys de Kentucky, una fulgurante ignorancia de la historia contemporánea y ese desprecio olímpico por los terri...

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Para proclamar la tercera república española, no ha echado mano ni de sexenio democrático, ni de insurrecciones populares, ni de abdicación de monarca turinés, como en la primera; ni tampoco de pacto antidinástico, ni de sublevaciones de jóvenes y románticos militares, ni de elecciones municipales, ni de bitácora para la singladura de Cartagena a Marsella, como en la segunda. Para proclamar la tercera república española, tan sólo le ha hecho falta algo tan cotidiano como un par de whiskys de Kentucky, una fulgurante ignorancia de la historia contemporánea y ese desprecio olímpico por los territorios que se extiende más allá de las fronteras federales, si es que realmente se extiende alguno. Y así de fácil ha sido la proclamación de la nueva república, que el portentoso Jeb Bush, gobernador de La Florida y promotor inmobiliario, se ha sacado de su sombrero. Es evidente que Jeb Bush conoce el vademécum de manufacturar repúblicas bananeras, y hasta de manufacturarlas generosamente, con la presidencia vitalicia incluida, para evitar impertinentes reclamaciones. La filosofía del gobernador de La Florida es elemental, práctica y concisa. Con los informes de una ministra de Exteriores, mitad monja y mitad disparate; y de un titular de defensa, entre la duda hamletiana y la cabra loca, además de intrépido conquistador del islote Perejil, se lo ha hecho, mientras le tomaba a ojo las medidas a Aznar, en el gloriapatri de La Moncloa.

Para Jeb Bush que maneja las estratagemas electorales y tiene acceso al doble fondo de las urnas, estos pasatiempos republicanos son de poca monta. Si hace unos años, le sacó a su hermano George W. un mandato presidencial, ahora le va a resultar un simple juego sacarle toda la lealtad patriótica a Aznar. Jeb Bush ya tiene programada la visita del hispano saltarín: una buena pasada por los rodeos de Texas y un ameno itinerario por sus penitenciarias, que tienen más que acreditadas las ejecuciones de condenados a muerte. Luego, Aznar, Palacio y Trillo, ya podrán cantar Montañas nevadas, en cualquier base saudí.

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