Columna

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A Santiago Martínez Cabrejas, alcalde de Almería, no le debo nada ni le tengo especial simpatía. Coincidimos una vez hace un par de años en la cena que ofrecía la Delegación de Cultura con motivo de una Feria del Libro, de la que fui pregonero. No sabían qué hacer conmigo y me colocaron junto al alcalde. Yo acababa de dirigirle en La Voz de Almería una carta abierta en la que me quejaba del abandono que sufría Retamar, mi barrio. Como él negó haberla leído, aproveché el encuentro para hablar de pozos negros, mi tema favorito. Entre plato y plato le describí los olores del vertedero que ...

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A Santiago Martínez Cabrejas, alcalde de Almería, no le debo nada ni le tengo especial simpatía. Coincidimos una vez hace un par de años en la cena que ofrecía la Delegación de Cultura con motivo de una Feria del Libro, de la que fui pregonero. No sabían qué hacer conmigo y me colocaron junto al alcalde. Yo acababa de dirigirle en La Voz de Almería una carta abierta en la que me quejaba del abandono que sufría Retamar, mi barrio. Como él negó haberla leído, aproveché el encuentro para hablar de pozos negros, mi tema favorito. Entre plato y plato le describí los olores del vertedero que nos habían colocado al lado de casa, y le dije que el ayuntamiento tenía la obligación de asfaltar nuestras calles, de podar los árboles y de instalar alcantarillas. "¡El ayuntamiento, el ayuntamiento", me regañó, "todo lo tiene que hacer el ayuntamiento!".

Este alcalde no ha sido nunca un político de mi devoción, pero lo valiente no quita lo cortés: Martínez Cabrejas fue en 1979 el primer alcalde democrático de Almería y gobernó la ciudad hasta 1991, año en el que se retiró. Hibernó durante ocho años, hasta que en 1999 un PSOE desesperado y sin cartel para las municipales de aquel año fue a buscarlo a casa, lo sacó de la cama, lo vistió de candidato y lo presentó a las elecciones con los dedos cruzados. Sorpresa, sorpresa. Cabrejas no consiguió ganarle las elecciones al urólogo Megino, pero entre sus votos y los de Izquierda Unida se pudo evitar a última hora que Almería cayera en manos de la extrema derecha.

Era lógico -y también justo- que Martínez Cabrejas encabezara la lista del PSOE para las municipales de este año, y así se proclamó el 29 de junio en un acto presidido por Chaves. Me conmovió ese honroso gesto de reconocimiento hacia un hombre receptivo como pocos a la disciplina de partido. Hacer candidato a Cabrejas era como tirar fuera un penalti por lesión del portero contrario. Reconfortante de verdad. El caso es que el miércoles pasado Martínez Cabrejas presentó su renuncia por motivos personales. El partido, en vez de enfadarse con él por dejarlo en la estacada a tres meses de las elecciones, se ha deshecho en elogios. Qué raro, ¿no? Los dirigentes socialistas dicen que ellos no tienen ninguna encuesta, que no existe indicio alguno de que la candidatura de Cabrejas fuera a resultar un desastre electoral, y que no ha habido presiones.

Seguramente dicen la verdad; seguramente no estamos ante otro ejemplo más de esa metamorfosis posmoderna: partidos que dejan de ser instrumentos de representación social para convertirse en empresas de manufacturas electorales regidas no por los beneficios, sino por algo más infame: las encuestas. Pero las estadísticas no tienen nada que ver con la democracia; son su refutación: sostienen que para conocer el veredicto popular no son necesarios todos los votos sino sólo una pequeña selección. Y si los datos son adversos, se contrata a Pilar Navarro, la estudiante de las 25 matrículas; y Cabrejas a la calle.

Almerienses, seamos realistas y pidamos lo posible: Bisbal de concejal; Bisbal de concejal; Bisbal de concejal.

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