Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA

Crimen y responsabilidad

¿Es la voz responsable de sus ecos? ¿Cabe imputar a un autor el que sus escritos, aun quedando él mismo lejos de pretenderlo, hayan contribuido a la determinación con que un tercero ha perpetrado un crimen? ¿Tiene algún sentido, fuera o no de un marco judicial, hablar de crimen moral? ¿Y de responsabilidad moral?

Éstas son las cuestiones de fondo que plantea El discípulo, novela con la que Paul Bourget (1852-1935), considerado entonces como uno de los escritores más destacados de su generación, obtuvo en 1889 un éxito atronador, y que desató en Francia una apasionada polémica, an...

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¿Es la voz responsable de sus ecos? ¿Cabe imputar a un autor el que sus escritos, aun quedando él mismo lejos de pretenderlo, hayan contribuido a la determinación con que un tercero ha perpetrado un crimen? ¿Tiene algún sentido, fuera o no de un marco judicial, hablar de crimen moral? ¿Y de responsabilidad moral?

Éstas son las cuestiones de fondo que plantea El discípulo, novela con la que Paul Bourget (1852-1935), considerado entonces como uno de los escritores más destacados de su generación, obtuvo en 1889 un éxito atronador, y que desató en Francia una apasionada polémica, antecedente de la que muy poco después iba a provocar el célebre affaire Dreyfus.

Han transcurrido muchos años entretanto, incluido el siglo XX en su totalidad, pero estas preguntas no han perdido actualidad. De hecho, durante el siglo XX sus implicaciones han alzado proporciones monstruosas, y son bastantes los casos en que permanece aún abierta la causa instruida a pensadores o escritores por la influencia nefasta que ejercieron su filosofía o sus libros. Tales preguntas, por otro lado, siguen planteándose toda vez que se abre un debate acerca de la censura, o de la necesidad de regular lo que unos y otros entienden por corrupción de la moral o de las costumbres, o apología de la violencia, o del terrorismo, o de la segregación racial, entre tantas enormidades posibles.

EL DISCÍPULO

Paul Bourget Traducción de Inés Bértolo Debate. Madrid, 2003 240 páginas. 16 euros

El protagonista de El discípulo, Adrien Sixte, es un célebre filósofo autor de tres libros cuyos elocuentes títulos -Psicología de Dios, Anatomía de la voluntad y Teoría de las pasiones- ofrecen ya una clara pista de su orientación, en la que se reconoce un trasunto de las doctrinas de Schopenhauer, Darwin, Spencer, Renan, Ribot y Taine, entre otros, con un trasfondo spinozista. La pacífica, frugal y metódica vida de Adrien Sixte se ve trastornada cierto día por una citación judicial, que lo señala como inspirador de los motivos que han conducido al joven Robert Greslou, que se dice discípulo suyo, a perpetrar un crimen horrendo. Adrien Sixte rechaza, de entrada, toda responsabilidad, pero la madre del presunto criminal pone en sus manos una memoria que el joven ha escrito en la cárcel y que, dirigida a su "maestro", expone a éste, confidencialmente, los precedentes y las circunstancias que condujeron a la muerte de la que se le acusa. Esta Confesión de un joven de hoy, como se titula la memoria, ocupa la parte principal de El discípulo, y revela, con gran perspicacia psicológica, los inútiles esfuerzos del joven Greslou por sofocar el barullo de emociones en que se resuelve su fría determinación de seducir, con carácter experimental, a la joven y recatada Carlota Jussat, hija de la familia noble en cuya casa está empleado como preceptor.

La lectura de la novela tiene mu-

chos más pliegues de los que el esquematismo tanto de su argumento como de sus personajes permite sospechar. Y es que, aun tratándose, en buena medida, de una novela de tesis, destinada a combatir las consecuencias del determinismo, del cientifismo, del psicologismo materialista y cínico que encarna la figura de Adrien Sixte, se halla escrita por un hombre -Paul Bourget- de cultura y sensibilidad sofisticadas, que conoce bien -por haberlo hollado él mismo- el terreno de sus adversarios, y que sabiamente acierta a conjugar, a la hora de explicar la conducta del joven Greslou, motivaciones de muy distinto orden y naturaleza, que tiene por efecto matizar y complicar la precaria nitidez de la moraleja final.

El argumento de El discípulo se inspira en un caso real sucedido diez años antes de la publicación de la novela: el affaire Lebiez, conocido así por el apellido de uno de los encausados, un joven que poco antes de cometer un brutal asesinato había impartido una conferencia sobre El darwinismo y la Iglesia, y que justificó su crimen invocando frente al tribunal la doctrina de la lucha por la vida.

¿Sería pensable que la justicia francesa hubiera llamado a Darwin a declarar en la instrucción del caso? Y sin embargo, eso es lo que viene a ocurrirle a Adrien Sixte, que frente al juez que lo ha citado arguye, indignado: "En cuanto a achacar a una doctrina la responsabilidad de la interpretación absurda que un cerebro mal equilibrado da a esa doctrina, viene a ser un poco como si acusáramos al químico que inventó la dinamita de los atentados en que esa sustancia ha sido utilizada. Es un argumento que no cuenta...". Pese a lo cual, Bourget resuelve demostrar que de algún modo sí cuenta, que tiene sentido hablar de crimen moral, y de responsabilidad moral, por mucho que uno y otra no lleven aparejados condenas penales.

Pese a la inmensa notoriedad de la que gozó en su día, Paul Bourget permanece relegado, en la actualidad, a la letra pequeña de los manuales literarios: pertenece a los clásicos de segunda división, aquéllos a quienes se asoma uno con desganada y condescendiente curiosidad. Para entender que así sea, basta leer el prólogo que Bourget antepuso a El discípulo, y que el editor español ha tenido la prudencia de colocar al final del volumen. La soflama patriótica y regeneracionista, encendidamente católica y defensora acérrima de "la valerosa clase media, la sólida y virtuosa burguesía que aún posee Francia", hubiera tenido, antepuesta a la lectura de la novela, efectos decididamente disuasorios. Por fortuna no ocurre así, y el desprevenido lector, que poco o nada ha oído decir de Bourget, como no sea el ascendente decisivo que tuvo sobre los miembros de la generación del 98 (Baroja y Azorín en particular), ingresa placenteramente en un texto lleno de brío y de inteligencia, que constituye por sí solo una auténtica suma tanto de la literatura francesa que lo precede y lo rodea, como de las corrientes filosóficas y espirituales de su época.

La obra de Paul Bourget (1852-1935) influyó en Nietzsche y en la generación española del 98.ROGER-VIOLLET

En el fondo de la conciencia

SE RECONOCEN en El discípulo ecos evidentes de El rojo y el negro, de Stendhal, pero también de Laclos (Las amistades peligrosas) y de Musset (Alphonse, La confesión de un hijo del siglo). Los nombres de Sainte-Beuve, de George Sand, de Dumas, de Balzac, pero también de Heine, de Baudelaire, de Leconte de Lisle comparecen, no sin intención, en estas páginas, en las que resuenan indirecta y polémicamente las embestidas de Bourget contra el naturalismo de Zola y el decadentismo a lo Huysmans.

Paul Bourget, autor de un volumen de Ensayos de psicología contemporánea (1883) que Nietzsche leyó con atención, fue, como se deja ver en esta novela, un fino psicólogo, cuyas observaciones e intuiciones acerca de esa criatura que, oculta en lo hondo de la conciencia, se resiste a los dictados de ésta, alcanzan a menudo una gran sutileza. Pero él mismo, convertido al catolicismo después de los sucesos de la Comuna de París, reaccionó contra "esa sutileza que por sí sola ya era una corrupción". Percibió con lucidez los peligros que acechaban a una cultura absorta en "las liturgias del Yo", pero combatió obcecadamente "esa búsqueda de la emoción moral y física que ha ido exasperándose hasta lo mórbido".

Pocas veces se ve tan claramente cómo un escritor que reúne en sus manos excelentes cartas, las juega en una partida equivocada; cómo, poseedor de los talentos de su tiempo, los moviliza en la dirección contraria a los tiempos. No tendría demasiado sentido reivindicar a Bourget, pero sí lo tiene leerlo. La resistencia que sus posiciones intelectuales y morales -literarias, en definitiva- ofrecen a la época mantienen, desde la ecuánime perspectiva de la posteridad, una provocadora impertinencia.

El discípulo no es una antigüedad, ni es tampoco una rareza. El editor la califica con acierto de "melodrama intelectual", una etiqueta que no puede dejar de atraer la atención. El caso es que, más allá de su interés documental como novela que ejerció en la literatura y en la cultura españolas una importante influencia, su entretenida lectura está llena, por sí misma, de alicientes e interés. Y vuelve a plantear, impertérrita, cuestiones que se mantienen todavía en suspenso.

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