Columna

Remar en cemento

Rema en Petróleo, escribió hace unos días el comentarista de un conocido periódico centroeuropeo, refiriéndose a Jose María Aznar. Y aludía al prestigio público y político del presidente del Gobierno de Madrid, es decir, a su popularidad, indicando que se hundía a la misma velocidad con que ascendía el crudo desde los fondos marinos donde se encuentran los restos del Prestige. Le acompañaba en el hundimiento el presidente de la Xunta Fraga Iribarne, señor durante décadas del feudo conservador, en términos electorales, de Galicia. Aunque apuntaba el comentarista muniqués que la in...

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Rema en Petróleo, escribió hace unos días el comentarista de un conocido periódico centroeuropeo, refiriéndose a Jose María Aznar. Y aludía al prestigio público y político del presidente del Gobierno de Madrid, es decir, a su popularidad, indicando que se hundía a la misma velocidad con que ascendía el crudo desde los fondos marinos donde se encuentran los restos del Prestige. Le acompañaba en el hundimiento el presidente de la Xunta Fraga Iribarne, señor durante décadas del feudo conservador, en términos electorales, de Galicia. Aunque apuntaba el comentarista muniqués que la ineficacia inicial ante el desastre caía mayormente sobre las espaldas del gobierno central, puesto que el autonómico gallego tenía pocas competencias al respecto. No estaba en absoluto fuera de lugar ese símil del chapapote ascendente y el prestigio descendente del algunos políticos, cuando la catástrofe ecológica hace estragos en la opinión pública, y no solamente en la gallega.

No era una comparación desacertada y, además, era extensible a otras situaciones, a otros prestigios y popularidades políticas más cercanas e inmediatas a la calle valenciana. Tal, por ejemplo, la popularidad de Jose Luis Gimeno, el modoso conservador que rige los destinos municipales de Castellón desde hace algo más de una década. Parecía, durante sus primeros mandatos electorales, como la horma sociológica del zapato que pisa las calles de la capital de la Plana. Un zapato con un bienestar económico aceptable y no demasiado escorado a la derecha o a la izquierda. Eso fue durante unos años y hasta que Gimeno empezó a remar en cemento. El cemento, como el crudo, se solidifica y causa no pocos problemas que originan el hundimiento de la popularidad de los políticos. Y en esas se encuentra el que otrora quiso pasar a los anales municipales como un alcalde normalito, según sus palabras.

Las grandes obras de los no menos importantes grandes proyectos, y las no menos ingentes cantidades de dinero que mueven, son el principio y el fin de la querella que presentó la leal oposición socialdemócrata ante los tribunales y que el juez instructor del caso ha admitido a trámite. Los antiguos terrenos de la estación de ferrocarril y los macroproyectos que diseña el gobierno del PP local para los mismos, han acabado con la impoluta popularidad del alcalde Gimeno que, con independencia de la responsabilidad personal o no que tenga en el asunto, se ve envuelto en una querella por prevaricación, tráfico de influencias y falsedad de documento. Un cemento sólido, oscuro y mezclado con mil impurezas rodea los tejemanejes con los solares de la Renfe junto al popular paseo de Ribalta. Unos tejemanejes que se tendrán que limpiar en los juzgados, porque para el caso no sirven los voluntarios.

Lo mismo que el presidente Aznar ante las cámaras de televisión y con retraso, el alcalde Gimeno salió a la palestra publica a dar unas explicaciones que no fueron tales; habló de los intereses generales de la ciudad que quizás sólo él conozca. Unos intereses generales difuminados -a lo peor muy concretos- , de los que hablaba el alcalde con un rictus serio y agrio dibujado en su rostro. Un rictus que contrastaba con la serenidad y el talante moderado de las palabras de Ignacio Subías, el cabeza del grupo socialista municipal, quien afirmaba que no era de su agrado el presentar querellas judiciales, pero que no les habían hecho caso con argumentos políticos.

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