Crítica:

La baraja sobre el difunto

Los lectores de António Lobo Antunes, cada vez más numerosos en nuestro país, saben de sobra qué clase de lectura les ofrecen sus novelas, saben que, al contrario de la mayor parte de la novelística actual, no encontrarán en sus páginas una historia lineal en el tiempo, contada desde el punto de vista de un solo personaje, destinada a alargarle, o al menos a no desconcertarle demasiado, permitiéndole encontrar en sus páginas lo que ya sabe. No, los lectores de Lobo Antunes tienen la experiencia de que internarse por las páginas de sus novelas es entrar en un ámbito ignoto, que para avanzar por...

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Los lectores de António Lobo Antunes, cada vez más numerosos en nuestro país, saben de sobra qué clase de lectura les ofrecen sus novelas, saben que, al contrario de la mayor parte de la novelística actual, no encontrarán en sus páginas una historia lineal en el tiempo, contada desde el punto de vista de un solo personaje, destinada a alargarle, o al menos a no desconcertarle demasiado, permitiéndole encontrar en sus páginas lo que ya sabe. No, los lectores de Lobo Antunes tienen la experiencia de que internarse por las páginas de sus novelas es entrar en un ámbito ignoto, que para avanzar por él no sirven las agarraderas que proporciona el relato tradicional y que, como si se dispusieran a oír una pieza musical, deben abandonar la obsesión por empeñarse en averiguar, palabra por palabra, la información que, en principio, proporcionan los textos en prosa. En Conversaciones con António Lobo Antunes (editado por Siruela, dentro de la Biblioteca Lobo Antunes, que con la publicación de Las naves alcanza el noveno título de este escritor), el propio autor decía que su meta, al empezar a escribir, consistía en intentar transformar el arte de la novela. Y, en efecto, es lo que ha conseguido. Lo ha conseguido haciendo realidad la quimera de algunos, poquísimos narradores, que formularon el deseo de poder llegar a contar una historia con una prosa que funcionara como el poema sin caer en la prosa poética. De ahí, esa prosa inimitable de Lobo Antunes, una prosa que no se propone dar información sobre la realidad que narra, sino que, como la creación poética, crea esa realidad con un lenguaje en el cual lo que importa no es lo que las palabras designan, sino las mismas palabras. En el libro citado cuenta Lobo Antunes, al hablar de la época en que ejercía su profesión de psiquiatra en un hospital, que, un día, un enfermo se le acercó y le dijo: "¿Sabe usted? El mundo empezó a ser hecho por detrás...". "Reflexioné sobre la frase de aquel loco", dice Antunes, "y pensé: así es la escritura. Cuando empiezas escribes por delante, hasta que comprendes que tienes que escribir por detrás, por el revés. Fue una frase fantástica".

LAS NAVES

António Lobo Antunes Traducción de Mario Merlino Siruela. Madrid, 2002 223 páginas. 16,50 euros

Así, por detrás, está escrita

Las naves (publicada en portugués en 1988), una novela, una antiepopeya, en la que, a raíz de la llamada Revolución de los Claveles y la posterior política de descolonización, van regresando a Portugal miles y miles de personas procedentes de las colonias africanas y de una guerra que ha durado quince años, más una humanidad compuesta por navegantes y descubridores lusos pertenecientes al glorioso pasado histórico del país desde el siglo XV al XVIII: Vasco de Gama (que llega en autobús a Villa Franca de Viera, localidad de su adolescencia, con la baraja de la brisca en el bolsillo, admirándose de los barrios nacidos en el transcurso de su ausencia de navegante en Oriente, se aficiona a pasear a caballo por las tardes, mostrando naipes y desafiando a los turistas a duelos de malillas hasta convertirse, con sus ganancias, en propietario de la fábrica de gas butano, de la electricidad y de los cementerios del distrito), el navegante Manuel Sousa de Sepúlveda, que se dedica al tráfico de diamantes con un inspector de la Pide, y adquiere bares, discotecas y antros de prostitución frecuentados por los virreyes Alfonso de Albuquerque y Francisco de Almeida; Diego Cao, navegante y explorador que llegó hasta la desembocadura del Congo, que sucumbe al alcoholismo; "un hombre de nombre Luís" (de Camões), tuerto, que llega con un ataúd que encierra el cadáver de su padre, y encima del que juega a cartas con un manco que responde al nombre de Miguel de Cervantes, son, entre otros, los muertos ilustres que pasean su ruina por una Lisboa posrevolucionaria en la que la flota de la OTAN custodia las embarcaciones de Colón, Luis Buñuel contrabandea transistores, y los vencidos que regresan de las colonias avistan, al acercarse a los muelles, "el hervidero del mercado sirio de la ciudad que surgía en la distancia, murallas del castillo, hogueras de judíos, procesiones de flagelados, un tránsito simultáneo de carros de esclavos, vagabundos y bicicletas"..., una humanidad de otrora mezclada con grupos de turistas estadounidenses, automóviles y demás elementos de la vida cotidiana del siglo XX.

La constante aglomeración

de anacronismos, la mezcla de presente y pasado (con frecuencia, no ya en un mismo párrafo sino en una misma frase), la convivencia de los vivos derrotados con unos muertos de leyenda heroica convertidos en truhanes y estafadores instalados en un país decrépito, configuran la atmósfera fantasmagórica y alucinada que envuelve a la ciudad donde éstos aguardan el regreso de don Sebastián, el rey mítico portugués, muerto en la batalla de Alcocer Quibor, y cuyo cuerpo nunca fue hallado. Eso es según la historia. Según Lobo Antunes en Las naves, don Sebastián, "aquel tonto inútil con sandalia y pendiente en la oreja, siempre lamiendo un porro de hachís, había sido acuchillado en un barrio de droga de Marruecos para robarle a un marica inglés, llamado Oscar Wilde, una bolsita de marihuana". Novela terriblemente desmitificadora, su publicación en Portugal le valió al autor duros ataques lanzados desde dos frentes: el de la derecha, que le tachó de antipatriota por ridiculizar a los grandes héroes de la nación, y el de la izquierda, por considerar que la novela era un manifiesto contra la política de descolonización. En fin, que como toda obra maestra, no contentó a nadie.

El escritor portugués António Lobo Antunes.GORKA LEJARCEGI

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