FÚTBOL

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Ronaldo es el prototipo del fútbol mercadotecnia de hoy. A su edad, su cara de niño sigue otorgándole la simpatía protectora que se concede a la santa infancia; su contundencia ante el gol -mezcla de explosión en la carrera y pegada- le hace apto para cualquier videojuego; la resurrección después de una dura y temprana lesión en un mundo en que el que cae desaparece para siempre del primer plano, le da un halo de inmortalidad que le blinda tanto de la verdad de los críticos como de la maldad de los rencorosos. Es la suma de estos factores la que explica que con media docena de apariciones -eso...

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Ronaldo es el prototipo del fútbol mercadotecnia de hoy. A su edad, su cara de niño sigue otorgándole la simpatía protectora que se concede a la santa infancia; su contundencia ante el gol -mezcla de explosión en la carrera y pegada- le hace apto para cualquier videojuego; la resurrección después de una dura y temprana lesión en un mundo en que el que cae desaparece para siempre del primer plano, le da un halo de inmortalidad que le blinda tanto de la verdad de los críticos como de la maldad de los rencorosos. Es la suma de estos factores la que explica que con media docena de apariciones -eso sí, estelares y en el lugar oportuno- haya conseguido unos premios que se les niegan a otros que están en primera línea cada día. Pero el fútbol de hoy es así, por lo menos hasta que las teles se cansen de pagar.

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En el fútbol hay dos tipos de estrellas: las que completan un equipo y las que lo arman de arriba a abajo. Ronaldo es de los primeros. Son jugadores únicos en su especialidad y cuando se trata de los goles -el fin hacia el que se canaliza todo el juego- su valor es impagable. Ronaldo hace mejor a un equipo porque le aporta gol, pero a menudo obliga al conjunto a jugar para él, con los riesgos que supone para el equilibrio de un juego por definición colectivo. Este tipo de estrellas son por lo general las más vistosas. Y en un tarde son capaces de enamorar a un montón de gente. Mi hija -del Barça- vio una vez a Zidane en el Camp Nou y volvió hipnotizada: "Papá, he visto un jugador distinto de todos los demás, parece de otro mundo". Por eso Florentino Pérez los quiere: venden camisetas a toneladas. Además de Ronaldo y Zidane, citaré sólo dos: Butragueño, al que el destino negó la Copa de Europa, que inventó una nueva sintaxis del fútbol dentro del área, y Romario, que encontraba la distancia más corta con el gol, aun con un par de defensas de por medio.

Pero yo tengo el corazón puesto en el segundo tipo de jugadores. Aquellos cuya presencia aumenta de golpe el nivel del equipo porque hace a todos los demás mejores jugadores de lo que son. Por edad, tuve la suerte de ver jugar todavía a Di Stéfano. Y para mí sigue siendo el mejor. ¿Qué habría sido de Gento, probablemente uno que más ha progresado a partir de unas limitaciones técnicas evidentes, sin Di Stéfano al lado? Di Stéfano era el campo entero. Y sus compañeros daban más que lo que tenían porque él abría espacios, aclaraba ideas y señalaba caminos. Y encima tenía gol. Otros se le acercaron: Cruyff, por ejemplo, menos generoso en el esfuerzo y mucho menos disciplinado, por lo que cubrió menos campo y duró menos.

En la historia del Madrid, el que más cerca ha estado de Di Stéfano es Raúl. Probablemente es demasiado bueno para que le den el Balón de oro. El Balón de oro es para todos los públicos y Raúl es para mayores con reparos. Es para quien gusta de la sutileza, del detalle, de la inteligencia, del compromiso sin aspavientos, de aquel momento enorme en que la razón práctica se convierte en obra de arte. Por ejemplo, el gol del Bernabéu en la semifinal del año pasado con el Barcelona. Entre Di Stéfano y Raúl, en el fútbol español, probablemente habría que hacer un rinconcito para Luis Suárez, al que en el Barça no entendieron, se fue y armó un Inter que cambió estilos y hegemonías. Jorge Valdano ha contraído muchos méritos en todos los estamentos del fútbol, pero, a mi parecer, ninguno tan grande como haber confiado en Raúl y habernos hecho caer en la cuenta de que aquel chaval de aspecto tímido y quebradizo era un genio del fútbol.

La codicia está destruyendo el fútbol. El número de partidos que disputan los jugadores para que los clubes puedan pagar sus astronómicos sueldos son un auténtico disparate que sólo perjudica la calidad del espectáculo. Es imposible rendir al máximo nivel en temporadas tan largas. En este panorama, el premio se lo ha llevado el que sabe acompañar los goles con una sonrisa de niño falsamente inocente en los tres o cuatro partidos en que se concentran mayor número de cámaras. Y en esto Ronaldo es el rey.

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