Tribuna:

Buenas noticias de Latinoamérica

Por fin una buena noticia de Latinoamérica: la reciente elección de Luiz Inácio da Silva, Lula, como presidente del inmenso Brasil no sólo abre una nueva etapa para su país, sino que también puede abrir en Latinoamérica un proceso de gobiernos de izquierda que intenten superar las crisis endémicas y que permitan salir de la desesperanza.

De hecho, son contadas las ocasiones en que nos llegan buenas noticias de Latinoamérica, algo que no se corresponde con su realidad. Sólo se habla de estos países cuando hay cataclismos, aludes y secuestros, corrupción, crisis y deudas agobiantes...

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Por fin una buena noticia de Latinoamérica: la reciente elección de Luiz Inácio da Silva, Lula, como presidente del inmenso Brasil no sólo abre una nueva etapa para su país, sino que también puede abrir en Latinoamérica un proceso de gobiernos de izquierda que intenten superar las crisis endémicas y que permitan salir de la desesperanza.

De hecho, son contadas las ocasiones en que nos llegan buenas noticias de Latinoamérica, algo que no se corresponde con su realidad. Sólo se habla de estos países cuando hay cataclismos, aludes y secuestros, corrupción, crisis y deudas agobiantes, narcotráfico y guerrilla. Poco se habla de las buenas noticias, del esfuerzo cotidiano y la dignidad de los millones de personas que intentan que Latinoamérica sea mejor. La realidad es muy compleja y tiene muchas capas y visiones, pero el Primer Mundo sólo publicita sus propios éxitos y del Tercer Mundo únicamente notifica las miserias.

A finales de 2001 y principios de 2002, se mostraron hasta la saciedad las imágenes de la gravísima crisis argentina, con las manifestaciones, los altercados, los destrozos y las pintadas. Y aunque la crisis sea cierta en toda su crudeza, desencanto y hambre, muy poco se ha explicado en los últimos meses de los esfuerzos de los argentinos para adaptarse a la nueva situación, inventando nuevos trabajos, formas de intercambio y trueque, redes de solidaridad, organizaciones no gubernamentales, talleres autogestionados..., en definitiva, agudizando el ingenio y la capacidad creativa para rehacer una industria casi desmantelada y volver a lanzar productos rentables de indumentaria, recambios, diseño industrial, software o arte que Argentina empieza a exportar.

El caso más injusto de tergiversación de la imagen real es el de Colombia, incluida por el Gobierno de Estados Unidos en el eje del mal. De Colombia sólo llegan noticias relacionadas con el narcotráfico y con la violencia de las dos guerrillas y los paramilitares. Pero Colombia es un país rico y activo, formado por pacíficos habitantes que desean hacer bien las cosas. Y su capital, Bogotá, se ha convertido en una ciudad modélica y llena de vitalidad, gracias a que las tres últimas legislaturas municipales progresistas han promovido intervenciones que han mejorado la calidad de la vida urbana. Pero todo ello se desconoce fuera.

En primer lugar, el espacio público está mejorando notablemente. En seis años se han construido 4.000 nuevos parques, incluyendo toda una serie de ejes verdes que recuperan los antiguos cauces de las cañadas procedentes de los cerros. Las calles tienen aceras bien diseñadas, bien construidas y bien mantenidas, y se están instalando nuevos elementos de mobiliario urbano. Además, el lento y cuidadoso proceso de restauración del barrio colonial de La Candelaria es una lección de cómo revitalizar un centro histórico respetando a sus habitantes y reconociendo los medios modestos de los que se dispone.

Para potenciar toda esta transformación se ha creado un nuevo sistema de transporte público, el llamado Transmilenio, inspirado en la experiencia pionera de Curitiba, Brasil; un sistema que ya se ha aplicado en Quito y que está en estudio para Lima. El sistema de Bogotá es especialmente eficaz, con dos carriles en cada sentido, exclusivos para los autobuses articulados, con unas estaciones de forma dinámica y transparente, proyectadas por un equipo de jóvenes arquitectos. El Transmilenio, que funciona con la rapidez del metro pero que ha costado cien veces menos, permite mejorar la accesibilidad y reducir el caos de microbuses. Además, se dispone de una extensa red de ciclovías y cada domingo una buena parte de las calles principales, incluidas autopistas, quedan cerradas al automóvil y a disposición de miles de ciclistas.

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La estructura urbana de Bogotá se ha enriquecido recientemente con docenas de centros escolares en el corazón de los barrios populares autoconstruidos y medio centenar de bibliotecas de barrio, encabezadas por tres grandes, dos de ellas proyectadas por concurso por dos de los más destacados arquitectos colombianos: Rogelio Salmona y Daniel Bermúdez.

De la misma manera que Barcelona se ha convertido en modelo de ciudad que se ha transformado a través de la mejora de sus espacios públicos, el ejemplo de Bogotá puede estimular a otras ciudades, como Lima, Caracas y México DF, para que encuentren sus oportunidades de regenerarse y mejorar, superando los graves problemas de las aglomeraciones metropolitanas, reformando cada barrio a la medida de las necesidades y de las posibilidades de sus propios habitantes.

La propuesta de Bogotá es clara: potenciar una nueva cultura del espacio público y frenar el dominio del coche; entender la ciudad como lugar para estar, relacionarse y aprender. El punto de partida radica en rechazar a la vez el modelo norteamericano de ciudad dispersa, basada en el dominio del automóvil, y el modelo de despilfarro y violencia de los nuevos ricos del narcotráfico. La Bogotá real es mucho mejor, humana y cómoda de lo que nos transmiten los medios de comunicación. Reclamar las buenas noticias procedentes de los países latinoamericanos significa propagar los modelos alternativos y las buenas prácticas. Pero como sabemos, no interesa que los países del mundo, latinoamericanos o no, puedan decidir ellos mismos su futuro, sin interferencias de la fuerza del imperialismo norteamericano, de los intereses de las grandes empresas multinacionales y de las presiones de la especulación financiera. Que el pueblo latinoamericano pueda elegir su futuro, ésa si que sería una buena noticia.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de composición arquitectónica en la Escuela de Arquitectura de Barcelona

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