Crítica:POESÍA

'Juanele' Ortiz, vida de poeta

Con la misma discreción que fue un rasgo característico de su vida, acaba de aparecer en España una Antología de la obra poética de Juan L. Ortiz, uno de los autores imprescindibles de la lírica en castellano del siglo XX y, a la vez, el mayor de los ignorados. Por eso, la posibilidad de acercarse -aunque parcialmente- a un corpus poético tan singular resulta en sí mismo un acontecimiento. Esta obra llega tardíamente, a 24 años de la muerte del poeta y tres décadas después de que se editaran en su país, bajo el título de En el aura del sauce, los tres tomos que reunieron p...

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Con la misma discreción que fue un rasgo característico de su vida, acaba de aparecer en España una Antología de la obra poética de Juan L. Ortiz, uno de los autores imprescindibles de la lírica en castellano del siglo XX y, a la vez, el mayor de los ignorados. Por eso, la posibilidad de acercarse -aunque parcialmente- a un corpus poético tan singular resulta en sí mismo un acontecimiento. Esta obra llega tardíamente, a 24 años de la muerte del poeta y tres décadas después de que se editaran en su país, bajo el título de En el aura del sauce, los tres tomos que reunieron por primera vez (1970-1971) los 13 libros publicados en vida del autor. Vale la pena analizar esta excepcionalidad y su anómalo desconocimiento.

ANTOLOGÍA

Juan L. Ortiz Losada. Madrid, 2002 209 páginas. 15 euros

Juan Laurentino Ortiz, el menor de una familia de 10 hermanos, nació en la provincia de Entre Ríos, donde pasó toda su vida, a excepción de un par de años de su adolescencia en los que residió en Buenos Aires (1913-1915) y que le permitieron conocer a algunos poetas y grupos literarios de la época y desarrollaron su avidez por la lectura (entre otros, de Juan Ramón Jiménez, Enrique Banchs, Fernández Moreno, Antonio Machado).

La larga residencia en su provincia natal, rodeada y surcada por ríos, la vida vegetal y animal, las orillas y las suaves colinas, fueron el medio en el que se nutrió la cosmovisión de Ortiz, compleja y cristalina, que desde el principio fue más allá de una consideración ornamental o psicológica del mundo circundante para adentrarse en una búsqueda estética, espiritual y moral que dio a su escritura una vibración que hoy permanece intacta. En 1958, escribe: "Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad / para que el poema, deseablemente anónimo, / siga a la florecilla que no firma, no, su perfección / en la armonía que la excede...".

Ortiz ya ha probado cada uno de los términos de esta poética, fundando su propia voz al margen de los condicionantes de la sociedad literaria, construyendo su obra en solitario, lejos del circuito de difusión y consagración de la capital, Buenos Aires. Y alimentado por un profundo conocimiento de escritores como Samain, Mallarmé, Maeterlinck, Rilke y de otros poetas que luego traduciría, como Ungaretti, Éluard, Pound o Yannis Ritsos. Estas referencias literarias -en especial la de los simbolistas- se integran en la obra de Ortiz como nutrientes, pero es sobre todo la naturaleza la que suscita en él iluminaciones verbales: "Corría el río en mí con sus ramajes. / Era yo un río en el anochecer, / y suspiraban en mí los árboles, / y el sendero y las hierbas se apagaban en mí. / ¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!". Así intentó restablecer la unidad rota, la armonía del ser, siempre impedida por "el drama del hombre" y "la herida del mundo", en los que el autor cifró su preocupación social y su utopía redentora; especialmente en las décadas del siglo XX sacudidas por el espectro libertario, la Revolución de Octubre y la Guerra civil española.

Los títulos de los libros que escribe entre 1924 y 1958, todos publicados en modestas ediciones de autor, ofrecen una condensación de su mundo: El agua y la noche, El alba sube, El ángel inclinado, La rama hacia el este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita, La brisa profunda, El alma y las colinas, De las raíces y del cielo. En estas décadas, Ortiz ha ido creando su propio sistema poético de referencias, arborescente y despojado, pero su obra es apenas valorada (con excepciones como la de Carlos Mastronardi). En los años sesenta, Ortiz se convierte en escritor de culto para un reducido grupo de poetas, escritores y lectores jóvenes de sus libros casi inhallables. Juan L. se transforma en Juanele, un nombre asociado a una imagen: la de su cuerpo delgado y su frágil figura, coronada por una cabellera gris que se irradiaba libremente sobre un rostro alargado.

Síntesis de esta recuperación fue la publicación de En el aura del sauce por la editorial de la Biblioteca Constancio C. Vigil (Rosario), que sumó a todos los títulos anteriores tres hasta entonces inéditos: El junco y la corriente, en el que se incluyen las huellas poéticas de un viaje a China realizado en 1957; El Gualeguay, extenso poema autobiográfico al que da nombre un río, y La orilla que se abisma, caudaloso curso final de su obra. Una poesía -"intemperie sin fin"- contemplativa, interrogante, musical, narrativa, misteriosa y fluyente.

En el prólogo a esa edición ya mítica, el poeta Hugo Gola señala: "Quizá no encontremos otro caso semejante en toda la literatura argentina. Más de cincuenta años de trabajo para construir pacientemente un orden homogéneo y real, viviente y articulado; un mundo complejo, tejido con la precaria circunstancia de todos los días, con la alta vibración de la historia, con la angustia secreta de la pobreza y el desamparo, y la repetida plenitud de la gracia". Varios cientos de ejemplares de esta obra fueron quemados en 1978 por agentes de la última dictadura militar. El mismo año en que el poeta murió, en la ciudad de Paraná, a los 82 años.

La obra total orticiana fue objeto desde entonces de varios análisis, entre los que destaca el amplio y profundo ensayo del poeta Alfredo Veiravé (Juan L. Ortiz, La experiencia poética, 1984). Pero hasta 1996 no se publicó la Obra completa (editorial de la Universidad del Litoral), que agrega a todos los libros ya editados pero inencontrables, poemas inéditos, textos en prosa y estudios. En la presentación de la Obra, el editor Sergio Delgado subraya que Ortiz "escribió a lo largo de su vida un único libro", que adquirió "una increíble invisibilidad" para su medio cultural. Tal vez por eso, toda Antología, como esta preparada y prologada por Daniel Freidemberg, se enfrentará siempre a la difícil misión de parcelar una obra coherente y variada, para hacerla otra vez visible ante nuevos lectores.

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