VISTO / OÍDO

El caso del muerto libre

No veo grandes ensayos, artículos, opiniones o especulaciones acerca de la muerte del etarra Ostoaga, puesto en la calle por la juez Ruth Alonso. Más bien se oculta hacia páginas interiores. Es cierto que la hipótesis más común es la de que haya sido asesinado por aquellos que protestaron ardientemente la aplicación de beneficios legales: una vendetta de sus víctimas, o un despecho de quienes trabajosamente le detuvieron y ahora le ven pasearse. Una tesis que no conviene en el juego de buenos y malos, y que no se debe siquiera aventurar sin correr riesgos. La segunda es la del "ajuste d...

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No veo grandes ensayos, artículos, opiniones o especulaciones acerca de la muerte del etarra Ostoaga, puesto en la calle por la juez Ruth Alonso. Más bien se oculta hacia páginas interiores. Es cierto que la hipótesis más común es la de que haya sido asesinado por aquellos que protestaron ardientemente la aplicación de beneficios legales: una vendetta de sus víctimas, o un despecho de quienes trabajosamente le detuvieron y ahora le ven pasearse. Una tesis que no conviene en el juego de buenos y malos, y que no se debe siquiera aventurar sin correr riesgos. La segunda es la del "ajuste de cuentas": Ostoaga habría salido de la cárcel por servicios prestados a la juez o a los captores, y sus compañeros habrían acabado con el delator.

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Yo tengo otra, que no aclara mucho. Parte de la suposición de que hay una tregua. La suposición se basa en que hace algún tiempo que no hay asesinatos y en el rumor insistente de que durante esta tregua se están realizando conversaciones. No sé con quiénes ni dónde: y alguien puede romper esa tregua con una muerte, como es habitual. Con la ayuda del whisky podría ser una conversación de vascos con vascos, que aprovecharía a Ibarretxe; de socialistas con el Gobierno vasco apoyadas por ETA; de grupos gubernamentales enfrentados con otros propios pero más violentos. El crítico teatral suele saber desde el primer momento quién será el culpable al final del tercer acto; pero en las tramas políticas en las que participan personajes duchos, como agentes secretos, a veces dobles; curas, guardias civiles y policías, jueces, políticos y oradores y editoriales con vehemencia personal en defensa de lo suyo, no es tan fácil de profetizar el final. A veces con estas cosas no se sabe nunca, y hay huecos sin llenar en la historia (¿quién mató a Kennedy? ¿Quién al conde de Haro?). Para mí lo importante es que hubiera tregua real, conversaciones reales, que no haya un muerto más.

Por eso me convendría aceptar la tesis oficial del suicidio. Simplemente, no puedo. No es que no sea sana: un dictamen de suicidio no acusa a ETA ni a la venganza españolista: si no hay culpables, más que la propia víctima, las conversaciones y la tregua pueden seguir. ¡Si es que existen! No me es fácil entender que un hombre que ha estado luchando legalmente para que se le aplicasen los beneficios penitenciarios y salir a la calle se vaya a suicidar después de conseguirlo.

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