Columna

Con los ojos de misterio

Ha levantado gran expectación la muestra de Julio Romero de Torres (Córdoba 1880-1930) en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. El visitante tiene ante sí un arte figurativo de fácil comprensión, a través de una vasta nómina de retratos de graves mujeres de ojos como carbones. Pintor de grandes y sonados éxitos en su momento, tuvo el respaldo de la mayoría de los escritores modernistas, con Valle-Inclán a la cabeza. Pasados los años, su nombre fue eclipsándose, y su arte, motejado de puro folclore.

¿Cuál es la realidad de sus cuadros vistos ahora? De entrada, se advierte que Romero...

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Ha levantado gran expectación la muestra de Julio Romero de Torres (Córdoba 1880-1930) en el Museo de Bellas Artes de Bilbao. El visitante tiene ante sí un arte figurativo de fácil comprensión, a través de una vasta nómina de retratos de graves mujeres de ojos como carbones. Pintor de grandes y sonados éxitos en su momento, tuvo el respaldo de la mayoría de los escritores modernistas, con Valle-Inclán a la cabeza. Pasados los años, su nombre fue eclipsándose, y su arte, motejado de puro folclore.

¿Cuál es la realidad de sus cuadros vistos ahora? De entrada, se advierte que Romero de Torres tejió su mundo pictórico bajo tres influencias fundamentales: las de los simbolistas franceses, los prerrafaelitas ingleses y los nazarenos alemanes. A partir de esas influencias, todo hace indicar que el artista se olvidó de todo para acordarse únicamente de su Córdoba natal y de cuanto allí acaecía. Y lo cotidiano preponderante era el mundo de los toros, la afición al cante flamenco, además de la presencia viva de la mujer morena (a su parecer, enredada lo mismo en la prostitución que en el convento, o en los celos, o en el cante y el baile, entre otros trasuntos propios de su sexo).

Y esas mujeres anónimas que simbolizaban los celos, el amor, la culpa del pecado, la copla, o cualquier otro quehacer femenino, aparecían pintadas con enorme sexualismo. Hay sensualidad y eroticidad casi tanto más en las mujeres vestidas como en las que aparecen medio desnudas. También se impregna de sensualidad la manera de pintar los cojines donde posan las modelos y hasta en los zapatos de punta y en las medias de brillo. Para rematar el aire de mujeres fatales -prostitución más o menos explícita-, la sobreabundancia de rímel corre sin tasa por los ojos morenos.

Siendo muy estimables algunas de las obras expuestas, por la indudable calidad registrada en ellas, las anécdotas que introduce en los fondos de los cuadros le quitan valor artístico. Es como si el autor tratara de explicar con ejemplos más o menos moralizantes aquello que piensa cada retratada. Por el contrario, cuando diluye el paisaje de fondo y lo deja carente de anécdota alguna, haciendo que un viento lo barra todo, entonces los retratos cobran un interés por sí mismos.

No sabemos si al introducir iglesias y cementerios en los fondos de los temas eróticos principales, Romero de Torres quería aludir conscientemente como contrapunto psicoanalítico a Eros y Tánatos. Dos apuntes últimos. Abusa al colocar a algunos de sus modelos con la misma blusa de maya, como se excede en la exagerada crispación de los dedos en determinados momentos.

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