Crítica:

Soñar tu vida en Tánger

Ni ensalada de perejil, ni té con hierbabuena. Rostros, amores, maldiciones, la última entrega de la trilogía autobiográfica de Mohamed Chukri, tras El pan desnudo y Tiempo de errores, vuelve a saber a alcohol, semen, fluidos vaginales, ceniza, sangre, sudor y polvo. Eso sí, a Chukri se le ve en este libro más reconciliado con su vida y más seguro de su peculiar estilo literario. Es la paulatina redención a través de la escritura de la que él habla, pero también, sin duda, la edad. En Rostros, Chukri alcanza una sabiduría de madurez que le permite hablar de sí mismo...

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Ni ensalada de perejil, ni té con hierbabuena. Rostros, amores, maldiciones, la última entrega de la trilogía autobiográfica de Mohamed Chukri, tras El pan desnudo y Tiempo de errores, vuelve a saber a alcohol, semen, fluidos vaginales, ceniza, sangre, sudor y polvo. Eso sí, a Chukri se le ve en este libro más reconciliado con su vida y más seguro de su peculiar estilo literario. Es la paulatina redención a través de la escritura de la que él habla, pero también, sin duda, la edad. En Rostros, Chukri alcanza una sabiduría de madurez que le permite hablar de sí mismo y de sus personajes, la gente del submundo tangerino que intenta mantener su dignidad en la cotidiana lucha por la supervivencia, con menos ira, con más ternura, incluso con alegría en ocasiones.

ROSTROS, AMORES, MALDICIONES

Mohamed Chukri Traducción de Housein Bouzalmate y Malika Embarek López Debate. Madrid, 2002 140 páginas. 17 euros

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Y está Tánger. 'Tenía un amigo que opinaba que aquel que no supiese soñar su vida, viniese a Tánger', escribe Chukri en uno de los capítulos de Rostros. Décadas después del fin de su periodo cosmopolita, en un Marruecos que no acaba de emerger hacia la democracia, el desarrollo económico y la justicia social, en un mundo donde suenan tambores de yihad y de cruzada, frente a una España que envía legionarios a un islote poblado por cabras, Tánger, incluso muy venida a menos, mantiene el milagro de hacerte soñar que allí es posible una nueva vida. Sigue siendo un polo magnético, un sitio especial, un lugar donde pasan cosas muy raras. Cosas buenas y cosas malas. Quizá sea la última ciudad andalusí del planeta, lo que queda de aquellas Sevilla, Córdoba y Granada en la que, aunque fuera con chilaba, un moro podía tomarse una copa con un judío y un cristiano, nacional o extranjero. Y nadie cuenta ahora Tánger como Chukri.

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