Crítica:

Los secretos del laberinto

Sin ningún tonto complejo, Javier Azpeitia (Madrid, 1962), editor y novelista, ha escrito una novela para que el lector, al final, una vez complacido con su lectura, la deje en el mismo estante donde descansan -si el lector es aficionado- Robert Graves, la Yourcenar o incluso el italiano Roberto Calasso, autores todos ellos que han ido al pasado en busca de respuestas que ayuden a salir del laberinto de la existencia, o a desvelar los secretos de la misma o también a encontrar consuelo para permanecer errantes por ese laberinto. Pero la novela de Azpeitia, excelente, bien puede quedar reposada...

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Sin ningún tonto complejo, Javier Azpeitia (Madrid, 1962), editor y novelista, ha escrito una novela para que el lector, al final, una vez complacido con su lectura, la deje en el mismo estante donde descansan -si el lector es aficionado- Robert Graves, la Yourcenar o incluso el italiano Roberto Calasso, autores todos ellos que han ido al pasado en busca de respuestas que ayuden a salir del laberinto de la existencia, o a desvelar los secretos de la misma o también a encontrar consuelo para permanecer errantes por ese laberinto. Pero la novela de Azpeitia, excelente, bien puede quedar reposada en el estante de otro tipo de lector, el que tan sólo tenga un ligero y superficial contacto con el mundo clásico, el que le pudiera venir de un libro como Historias de los griegos, de Indro Montanelli, una divertida e inteligente aproximación popular a la época.

ARIADNA EN NAXOS

Javier Azpeitia Seix Barral Barcelona, 2002 309 páginas. 17 euros

Ariadna en Naxos tiene la

rara virtud de lograr contentar a todo tipo de lector, pues tal es su acierto. Por sus páginas sobrevuelan, no sólo Dédalo y su hijo Ícaro, sino también muchos de esos enigmas que viene arrastrando la humanidad; aparecen y desaparecen problemas existenciales que siguen estando vivos y coleando. Por sus páginas van y vienen, enredando, amando, matando, muriendo, confiando, traicionando dioses y mortales, héroes y villanos, todos marionetas de augurios, de destinos, de profecías, de oráculos: todos ellos con los pies petrificados por lo que ya está escrito, por lo que tiene que suceder.

Azpeitia se inventa un

mundo de dioses y héroes más o menos conocidos, pero tiene la habilidad de presentarlo con total naturalidad. No hay un exceso de erudición, ni un rebuscamiento clásico que entorpezca su lectura. Al contrario, se sirve de capítulos muy breves, de frases cortas para desenredar el hilo de Ariadna, para que el lector perdido en su propio laberinto -la lectura de este libro- encuentre si no la salida, sí al menos sosiego y bienestar. Azpeitia tiene una prosa muy elegante, natural, nada artificiosa, pero rica en matices; es la suya una prosa muy sugestiva: toda una muestra de cortesía hacia el lector. El resultado es una novela que se lee muy bien, lo que no quiere decir que no sea compleja, y complejo es el punto de vista narrativo, cómo se resuelve el paso totalmente natural del narrador que anda enmascarado al principio y que va poco a poco mostrando su voz y también su rostro, asomado en ese espejo de mil complicaciones. Es una novela que va complicándose según nos vamos adentrando en ella y según nos vamos acercando al laberinto del Minotauro. La trama se enreda, se complican los rostros, las máscaras, las conductas, las traiciones, pero el autor de Ariadna en Naxos no parece que pierda el control y, al final, deja al lector sólo frente a ese narrador, Poliido, envestido con la solemne misión de salvar la ciudad de Cnosos 'no de la destrucción sino del olvido'.

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