La Blanca

Jarana

Como un salmón que salta desde la noche, así dicen que es el alba en Manhattan durante el verano. En Vitoria puede serlo. Pero coincide que el Gran Día de la Jarana coincide con domingo. Y los domingos aún son otra cosa en ciudades no millonarias. Día de sol diáfano con aire fresco y calma chicha (como aquella pieza de Miles Davis y un estudio de Luz de Ramón Casas). Guiris aquí y allá con sus videos. Y el mercadillo (arqueología de lo doméstico, libros, monedas, relojes) donde reina el Poeta.

Mañana sosegada; las huestes que durante el sábado hicieron provisión de espumoso, está...

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Como un salmón que salta desde la noche, así dicen que es el alba en Manhattan durante el verano. En Vitoria puede serlo. Pero coincide que el Gran Día de la Jarana coincide con domingo. Y los domingos aún son otra cosa en ciudades no millonarias. Día de sol diáfano con aire fresco y calma chicha (como aquella pieza de Miles Davis y un estudio de Luz de Ramón Casas). Guiris aquí y allá con sus videos. Y el mercadillo (arqueología de lo doméstico, libros, monedas, relojes) donde reina el Poeta.

Mañana sosegada; las huestes que durante el sábado hicieron provisión de espumoso, están retiradas. Hicieron su postgrado de noche con la Polla Record en el Campus y entre txosnas. Preludio de fiesta, gentío, punkys, rappers, borrokillas y borro-guays, heavys (apenas) y toda la basca por allá. Litronas Rajoy y kalimotxo ya de víspera, como ensayo general de la bacanal.

Terrazas llenas en el Centro, vermú y manzanilla o finos o crianzas; calles transitadas, abarrotadas de gente, aunque no bulliciosas como cuando la ciudad despierta sin tiempo para desperezarse. Gente somnolienta. Barrios poblados con calles desiertas. Algunos coches pasando rápido. Cierta expectación contenida.

Vitoria no tiene como Aalsmeer, el mercado de flores más grande del mundo, ni estuvo en ella encarcelado Óscar Wilde ('Había matado lo que amaba/ y por eso tenía que morir...'). Ni, como Dover, un puerto, o un puente colgante como Bilbao. (Ni churrería de Mañueta ni San Cernín, San Fermín o San Francisco; ni Estafeta, El Castillo, encierro o La Taconera; envidia de la ciudad más idiosincrásica del planeta: Pamplona). Ni tiene albañiles que regularmente repongan incrustadas en la muralla las bombas que Napoleón lanzó sobre la ciudad como los tiene Danzig-Gdansk.

Vitoria tiene un pasado que puede helarte el corazón. Un pasado de provincia negra (visite Montehermoso, exposición Arqué. Fotografía 1955-1965; ayúdese con un estimulante, especialmente, si se topa con Spertum Claude, peregrino del mundo y con Don Luis). Pero también tiene el Palacio Montehermoso, sede de la mejor tertulia de la España afrancesada, tiene un casco viejo excelso (a recuperar), la mejor plaza neoclásica del sur europeo y un Artium que aspira a ensamblar todas esas piezas y crear tradición.

Vitoria es una ciudad que siente sed. Sed saciada cada agosto en el Gran Día de la Jarana de la Ciudad Vasca (Bilbao-Sanse-Vitoria). La farra más absoluta (y sucia), la que congrega más juventud, la más salvaje sin llegar al motín. Ni toros ni artilleros ni banderas: sólo la basca estallando en un mar de espumoso malo y humo de puro. Eso sí tiene Vitoria.

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Con el chupinazo de las seis, arranca la bacanal de seis días. Como era de prever, Batman cuidó del Celedón ante Enigma-Unsategi y Bert-Dos Caras, cubriendo el cielo de la Blanca con cañonazos de confeti y las cabezas con gorros Euskal-butano. Gotham-Gasteiz está de fiesta. Felicidades.

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