Reportaje:ARQUITECTURA

Berlín 2002: el futuro del pasado

Berlín ha mostrado desde siempre una actitud despreocupada hacia su patrimonio histórico: es difícil encontrar otra ciudad en Europa que haya experimentado durante el siglo XX tantas y tan completas transformaciones urbanas. Proclamada en 1871 capital del imperio alemán, creció entre el último tercio del siglo XIX y los primeros años del XX hasta alcanzar varias veces su tamaño original. El urbanismo previsor del ingeniero James Hobrecht, que fijaba únicamente las alineaciones de calles, el tamaño de las parcelas y la altura de los edificios, permitió una diversidad arquitectónica relativa. Pe...

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Berlín ha mostrado desde siempre una actitud despreocupada hacia su patrimonio histórico: es difícil encontrar otra ciudad en Europa que haya experimentado durante el siglo XX tantas y tan completas transformaciones urbanas. Proclamada en 1871 capital del imperio alemán, creció entre el último tercio del siglo XIX y los primeros años del XX hasta alcanzar varias veces su tamaño original. El urbanismo previsor del ingeniero James Hobrecht, que fijaba únicamente las alineaciones de calles, el tamaño de las parcelas y la altura de los edificios, permitió una diversidad arquitectónica relativa. Pero posteriormente, los urbanistas y arquitectos visionarios fueron imprimiendo su sello: los pioneros del Movimiento Moderno, los nazis con sus planes para hacer una capital mundial germana, realizados sólo en parte, y -tras la destrucción de la Segunda Guerra Mundial- los neomodernos y los tradicionalistas.

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Con la Internationale Bauausstellung (Iba), la exposición internacional celebrada en la parte oeste de la ciudad entre 1984 y 1987 -es decir, al mismo tiempo que se iniciaba la remodelación de Barcelona con vistas a los Juegos Olímpicos de 1992-, se produjeron los primeros esfuerzos de restauración de algunos conjuntos urbanos tradicionales tan deteriorados que resultaban irreconocibles, en lo que el entonces director de la Iba, Josef Paul Kleihues, denominó 'reconstrucción crítica'. La Iba representó uno de los últimos grandes triunfos del Posmoderno, del que sin duda Berlín ofrece buenas muestras con edificios (pos)modernos insertos con acierto en un contexto muy heterogéneo. Tras la reunificación de la ciudad en 1990, Hans Stimmann, designado nuevo responsable del urbanismo municipal, aplicó el lema de la reconstrucción ya no tan crítica a todo el centro histórico, situado en el antiguo Berlín Este, con importantes consecuencias: la configuración urbana decimonónica, ciertamente idealizada y, por tanto, la tan añorada 'ciudad tradicional europea' premoderna sirvió de base para planes de remodelación y obra nueva que, a la postre, destruyeron más tejido histórico que la segunda Guerra Mundial. Surgieron elaboradas tartas de pisos (locales comerciales en planta baja, oficinas en las superiores y unas cuantas 'viviendas-coartada' en los áticos), cuyas fachadas revestidas de piedra sólo permitían evocar superficialmente la deseada imagen 'histórica'.

En 1996, en el congreso de la Unión Internacional de Arquitectos (UIA) en Barcelona, dedicado al Presente y futuros de la arquitectura en las ciudades, Josef Paul Kleihues previno contra la realización de más experimentos urbanísticos en Berlín; el consenso sobre el destino de la ciudad había de ser la condición necesaria para la diversidad arquitectónica. Kleihues, que a principios de los noventa formó parte del equipo redactor del Plan Especial de Protección y Rehabilitación del casco histórico de Santiago de Compostela, no se percató, como tampoco Stimmann, de que tal consenso ya no se da ni en Berlín ni en ningún lado, y de que no es posible forzarlo mediante reglamentos y ordenanzas. Es más, cuando en 1996 Stimmann presentó su Plan del Casco Urbano para Berlín, que proponía la reproducción de la planta y el alzado de la ciudad decimonónica incluso en los barrios limítrofes con el centro histórico trazados por el urbanismo moderno de la posguerra, provocó una ola de indignación. Lo cierto es que ese plan, reelaborado a fondo y convenientemente suavizado, se aprobó en 1999 y determinó los principios de reconstrucción urbana en el área claramente ampliada del centro de Berlín. Claro que hasta hoy apenas ha surtido efecto, debido entre otras cosas al progresivo debilitamiento de la actividad constructora desde 1996.

El Berlín de 2002 demuestra que las normativas urbanísticas del centro de la ciudad reunificada, elaboradas e impuestas de manera francamente absolutista, han tenido un efecto totalmente paralizador sobre la imaginación de los arquitectos. En ninguna otra ciudad un grupo tan numeroso de profesionales consagrados -entre los cuales, Arata Isozaki, Rafael Moneo, Richard Rogers y Helmut Jahn, todos juntos en la Potsdamer Plaz, que prácticamente se levantó a partir de cero- ha construido casi sin excepción proyectos que pueden calificarse, como mucho, de 'correctos'. La enorme notoriedad alcanzada por algunos edificios singulares (como el Reichstag, remodelado por Norman Foster, la Cancillería, de Axel Schultes con Charlotte Frank, y el Museo Judío, de Daniel Libeskind) llama a engaño, ya que la mayor parte de la arquitectura del nuevo Berlín apenas ha recibido atención fuera de las revistas especializadas. Todo lo contrario, por cierto, que los animados debates sobre la 'nueva simplicidad', base teórica de muchos de los nuevos edificios, o que las casi interminables discusiones sobre si construir un edificio nuevo en el lugar del palacio imperial prusiano dinamitado en 1950, que se han zanjado con la decisión de revestir el futuro edificio con tres fachadas reconstruidas según la imagen barroca original. La consigna de 'regreso al pasado para garantizar el futuro' establecida para la reconstrucción urbana berlinesa en 1999 parece haber caído en terreno fértil.

Se podría resumir que Berlín

no ha aprendido la lección de Barcelona, que con motivo de la cita olímpica decretó una profunda remodelación urbana, por la que cosechó merecidas alabanzas por parte de especialistas de todo el mundo. En Barcelona, urbanistas como Oriol Bohigas procuraron a los arquitectos y a los diseñadores de espacios públicos cierta libertad de acción, necesaria para desplegar su talento, que por lo general se supo utilizar con inteligencia. En Berlín, por el contrario, los urbanistas han impuesto a los arquitectos un corsé demasiado apretado y celebran la monotonía del espacio urbano así conseguido como una victoria sobre la supuesta fantasía desbordada de los arquitectos, quienes, según dicen, 'bastante daño habían causado ya' durante las últimas décadas.

Es de esperar que en el encuentro entre arquitectos de todo el mundo que tendrá lugar a partir del próximo lunes en el congreso de la UIA no vuelva a librarse la batalla por cuál debe ser la actitud a adoptar frente a la reconstrucción urbana. El tema principal es La arquitectura como recurso, con lo que se quiere dar a entender la necesidad de conciliar la construcción con los aspectos económicos, ecológicos, culturales y sociales. Los temas de las cuatro conferencias plenarias -Ciudad y sociedad, Naturaleza y entorno construido, Innovación y tradición, Espacio e identidad- permiten adivinar que se tratará de establecer un amplio consenso. Al igual que en la conferencia de Naciones Unidas sobre el futuro de las ciudades, Urban 21, celebrada hace dos años en el mismo lugar, sonarán de nuevo expresiones como 'sostenibilidad', 'límites del crecimiento' o 'globalización y regionalismo', y probablemente otra vez sin consecuencias. No obstante, estamos ansiosos por escuchar las respuestas y propuestas de arquitectos como Ábalos y Herreros, Shigeru Ban, Peter Eisenman, Norman Foster, Kisho Kurokawa, Dominique Perrault o Ken Yeang a la pregunta de la arquitectura como recurso.

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