Reportaje:Signos

Flamencos de Bellavista

La peña La Fragua es la única asociación cultural en una barriada con decenas de miles de habitantes

Hasta el 27 de abril de 1975 en Bellavista, la barriada más populosa de Sevilla aunque esté ubicada en terrenos que fueron de Dos Hermanas, y seguramente desde un siglo antes, el arte de El Fillo sólo pudo escucharse en las juergas de postín de la Venta de Antequera, todavía un museo de azulejos publicitarios de caldos jerezanos con las líneas modernistas de los años veinte.

Pero desde aquella fecha el flamenco tuvo ya casa en la calle Caldereros, en la peña La Fragua, un local con las mismas trazas que las miles de viviendas del barrio construidas con la heterogeneidad de un enclave de...

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Hasta el 27 de abril de 1975 en Bellavista, la barriada más populosa de Sevilla aunque esté ubicada en terrenos que fueron de Dos Hermanas, y seguramente desde un siglo antes, el arte de El Fillo sólo pudo escucharse en las juergas de postín de la Venta de Antequera, todavía un museo de azulejos publicitarios de caldos jerezanos con las líneas modernistas de los años veinte.

Pero desde aquella fecha el flamenco tuvo ya casa en la calle Caldereros, en la peña La Fragua, un local con las mismas trazas que las miles de viviendas del barrio construidas con la heterogeneidad de un enclave de aluvión; la pequeñez de la Peña es sólo aparente. El bar por el que se accede es muy grande y se abre a un gran salón de actos con capacidad para cientos de personas.

De igual manera que la mayoría de los habitantes del sector, sus fundadores no eran sevillanos; habían llegado en los años del desarrollismo desde pueblos de la provincia o desde otros de Córdoba o Málaga para abrirse camino en la vida. Eso mismo intentaron hacer con el cante en cuanto la mínima apertura de la ley de asociaciones se lo permitió. El pequeño grupo de aficionados peregrinaba en la década de los sesenta por los pocos festivales de entonces: el Potaje de Utrera, el festival de Mairena, la Caracolá de Lebrija, la Reunión de Puebla de Cazalla... Por todo ello La Fragua no podía nacer sino con el propósito de crear un festival flamenco que pusiera a la barriada a la altura que esas poblaciones.

A lo uno y a lo otro los animaron desde la Peña Juan Breva, de Málaga, y para todo lo concerniente a papeles echó una mano el cantaor Manuel Centeno. Peña y festival se pusieron en marcha casi al unísono y el verano del año fundacional se pudo celebrar una multitudinaria noche de cante en el Cine Montecarlo de Bellavista.

Desde entonces, entre los cerca de 250 socios que componen la entidad consiguieron sacarlo adelante año a año y también celebrarlo en el nuevo Cortijo de Cuarto, una de las obras con las que el régimen de Franco conmemoró en 1948 el VII Centenario de la Conquista de Sevilla por San Fernando y que se alza al otro lado de la autovía Sevilla-Cádiz.

El festival es el punto culminante de la actividad anual de la entidad, dirigida desde hace años por Pepe, padre del cantaor Emilio Cabello. Ha quedado en los anales el año que actuó Camarón, que arrastró a 2.000 personas hasta el patio de labor de Cuarto, aunque lo habitual es que no pasen de las 1.000. En el festival se homenajea a artistas consagrados y este año, el 5 de julio, lo será Cristina Hoyos.

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El resto del año no está vacío. Desde el otoño hasta mayo tienen lugar en La Fragua uno o dos recitales por mes a precios módicos y el resto del año hay tertulia cada miércoles.

Pero esos meses en los que cantaores y guitarristas no tenían donde ir se acortan porque los grandes certámenes buscan fechas no coincidentes con otros y, además, están las giras por otros países. La peña no puede subir las cuotas a los socios, la mayoría gente trabajadora. Pero ¿qué se puede hacer con tres euros al mes aunque las cajas sevillanas y alguna otra entidad subvencionen las actividades?

Por eso, para esas noches de recital, se buscan cada vez más nuevos valores y, sobre todo, los jóvenes que se han formado en la peña. De aquí han salido, aparte de Emilio Cabello, los guitarristas Antonio Gámez e Ismael Guijarro, o bailarores como Juanito Fernández. Ahora hay dos chicas que cantan muy bien y el mismo hijo de Emilio da sus primeros pasos con las cuerdas y los arpegios.

En las paredes cuelgan cientos de fotos con figuras del arte que subieron al escenario de la calle Caldereros. Pero el arte flamenco se mueve hoy en los mismos parámetros que todas las demás. Cuesta dinero y, además, a los socios les gusta lo clásico mientras Morente, Raimundo Amador, Dorantes, Sara Baras... los jóvenes (los profesionales y los del barrio) van por nuevos derroteros. Una contradicción.

Otra: que la Peña Cultural La Fragua sea la única asociación cultural de una barriada con decenas de miles de habitantes.

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