Columna

Una semana

Cuatro días de junio pueden ser una ocasión magnífica para observar la ciudad a través de múltiples y contrastadas visiones. Sevilla ha vivido una de esas semanas que podemos denominar, sin exagerar, como irrepetible, y donde se expresan todos los colores, sensibilidades y formas de pensar que, a veces, tiene esa ciudad. Dos monumentales manifestaciones y una cumbre de estados europeos, un encierro de sin papeles en una universidad y una presencia masiva de gentes de fuera recorriendo sus calles la han convertido por una semana en una cita simbólica de lo que es hoy nuestro mundo. Por u...

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Cuatro días de junio pueden ser una ocasión magnífica para observar la ciudad a través de múltiples y contrastadas visiones. Sevilla ha vivido una de esas semanas que podemos denominar, sin exagerar, como irrepetible, y donde se expresan todos los colores, sensibilidades y formas de pensar que, a veces, tiene esa ciudad. Dos monumentales manifestaciones y una cumbre de estados europeos, un encierro de sin papeles en una universidad y una presencia masiva de gentes de fuera recorriendo sus calles la han convertido por una semana en una cita simbólica de lo que es hoy nuestro mundo. Por un lado, los líderes encerrados en sus cápsulas vigiladas; por otro, una multitud variopinta que demanda transparencia y solidaridad.

La manifestación de la huelga general del día 20 sirvió para recordar que todavía quedan trabajadores asalariados que luchan por conquistas como el desempleo digno, la cobertura de protección social y, lo que creo que es más importante, un modelo de vida y convivencia nacional solidaria frente al discurso social darvinista. La manifestación del Foro Social, con su pluralidad y colorido, supone la continuación de la ola contestataria a través de nuevos discursos y renovados programas internacionales. No se contradicen una y otra puesto que ambas son la expresión del nuevo marco globalizador.

Cuando leemos que parte importante del voto de extrema derecha en Francia provino de antiguos electores comunistas, reconforta comprobar en estos días de junio que no están reñidos por principio los fundamentos del movimiento obrero, el de los sindicatos clásicos, con los nuevos contenidos de un movimiento social que ataca las bases de una globalización económica autoritaria e injusta. Sólo tendrá éxito una nueva cultura de fraternidad, justicia y libertad si se combinan estas dos expresiones de la protesta social; la que proviene de la cultura del trabajo y del salario y la nueva que surge de la crítica a un reparto desproporcionado de la riqueza universal. Puede que se trate sólo de modificar algunos versos del clásico himno compuesto por Pottier y Degeyter y que cantaron por primera vez en 1888 unos obreros de Lille, en Francia.

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