OPINIÓN DEL LECTOR

Cumbre alternativa

Durante los próximos días vamos a asistir en Sevilla a un debate que, desde el poder, se plantea de un modo perverso y simplista: a la globalización del bienestar y del desarrollo se opone un grupo de nostálgicos de un mundo fragmentado y cateto, cuyo discurso sólo vale, en el mejor de los casos, para señalar los defectos colaterales de un proceso imparable e inevitable de modernización planetaria.

Este planteamiento, sin embargo, ignora deliberadamente que libre circulación de capitales, mercancías, personas e ideas a lo largo y ancho del planeta que el discurso globalizador propone, s...

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Durante los próximos días vamos a asistir en Sevilla a un debate que, desde el poder, se plantea de un modo perverso y simplista: a la globalización del bienestar y del desarrollo se opone un grupo de nostálgicos de un mundo fragmentado y cateto, cuyo discurso sólo vale, en el mejor de los casos, para señalar los defectos colaterales de un proceso imparable e inevitable de modernización planetaria.

Este planteamiento, sin embargo, ignora deliberadamente que libre circulación de capitales, mercancías, personas e ideas a lo largo y ancho del planeta que el discurso globalizador propone, sólo se cumple en lo que respecta a la circulación de capitales. Se cumple a medias y de modo siempre favorable a los países ricos en lo que respecta a las mercancías y no se cumple en absoluto en lo relativo a las personas y las ideas.

El encierro de inmigrantes marroquíes en la Pablo de Olavide se convierte así en una involuntaria e impensada contracumbre. Esta asimetría entre capitales, mercancías y personas no es un 'defecto' del proceso, sino la consecuencia inevitable del mismo. Lo saben muy bien los líderes europeos que van a reunirse en Sevilla en estos días. Por eso el control de la inmigración figura como tema estrella en su agenda. También lo sabemos los que vamos a participar en los debates alternativos a la cumbre, sólo que nuestra perspectiva es diferente: cómo romper el círculo vicioso de creciente concentración de riqueza en unos pocos centros de poder, a costa de la disgregación social del resto del planeta que, dicho sea de paso, es la que provoca los flujos migratorios que tanto asustan a los dignatarios de la cumbre 'oficial'.

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