Columna

El pellejo de la derecha

A Eduardo Zaplana le queda el vía crucis de su muy personal operación triunfo, y la posibilidad de hacer bolos, como Rosa, aunque, por descontado, en las corralas del poder central. Por de pronto, en la estación de la reforma estatutaria ha perdido la mano frente a Zapatero; y mañana Joan Ignasi Pla, si no se pasma, le puede mojar la oreja, al menor descuido. Y no es que Eduardo Zaplana se haya despojado de mañas y encantamientos, sino que ya no tienen la efectividad de antaño: al público apenas le impresiona, después de siete años, el mismo número de prestidigitación. El bostezo es con...

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A Eduardo Zaplana le queda el vía crucis de su muy personal operación triunfo, y la posibilidad de hacer bolos, como Rosa, aunque, por descontado, en las corralas del poder central. Por de pronto, en la estación de la reforma estatutaria ha perdido la mano frente a Zapatero; y mañana Joan Ignasi Pla, si no se pasma, le puede mojar la oreja, al menor descuido. Y no es que Eduardo Zaplana se haya despojado de mañas y encantamientos, sino que ya no tienen la efectividad de antaño: al público apenas le impresiona, después de siete años, el mismo número de prestidigitación. El bostezo es contagioso y alguien está bostezando. A Eduardo Zaplana la incertidumbre de su futuro lo ha franqueado al éxtasis y la paradoja teresianas: Vivo sin vivir en Aznar, y tan alto cargo espero que al Palau cuando no a la Moncloa. Lo cierto es que entre el regreso al útero franquista de Aznar y las desmesuras de un Gobierno genuflexo, la derecha española se ha puesto en su lugar y ha empezado a arrimar estopa. Ya está bien eso de tanto soportar la ficción de un centro intangible. Ahora, van a saber estos quién es España. Y se han puesto a declamar el discurso mazorral de toda la vida. Así, se aclaran las cosas. Así, se crispa el diálogo social. Así, con el recurso del decreto y de la mayoría absoluta, no para la práctica democrática, sino para el ejercicio del mando, se recortan derechos y libertades. Aunque, eso sí, se les ha demudado el gesto y se los comen los nervios, con la convocatoria de la huelga general, por mucho que manipulen las encuestas.

Apenas resulta novedoso que, en medio de estas tensiones, y con los figurantes que se gastan, la necedad impere y se apele a la descalificación y al insulto de envilecida autoría, cuando de exponen opiniones y criterios, desde la sensatez y el rigor. A Víctor García de la Concha pretendieron inútilmente desarbolarlo, por recordar la conocida definición que el diccionario de la RAE nos facilita del valenciano como 'variedad del catalán'. El filólogo agregó que estas cuestiones deben dilucidarse desde el conocimiento científico y no en el banco de los intereses políticos. Después, expresó su confianza 'en el buen sentido de los filólogos' de la Academia Valenciana. Algo tan razonable, levantó las iras del senador del PP por Valencia, Vicente Ferrer, quien, sin duda, está en su derecho de discrepar, pero no de responder con improperios, y de forma desabrida y garbancera decirle a García de la Concha que no es más que 'un listillo de tierra adentro'. De inmediato, los secesionistas nostálgicos de la cachiporra, se apresuraron a hacer pintadas contra los miembros de la Academia nombrados por el PP. ¿Quién no paga traidores? Zaplana se ha limitado, en sus especulaciones místicas, a echarles unas migajas a esas impotentes criaturas de la sinrazón, a cambio de algunos votos. El episodio alcanza su más penosa significación, cuando un hombre presumiblemente ecuánime, prudente y templado por la disciplina de sus investigaciones, como es Santiago Grisolía, inopinadamente, arremete contra el catedrático de filología y presidente de la RAE, alineándose así en el desvarío de unos cuantos irresponsables. ¿Hasta cuándo habremos de soportar en nuestro país espectáculos tan sórdidos y deleznables?

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