Columna

Usar y tirar

La verdad, no me sorprende que quieran reformar la Ley de Extranjería. Arrecia el aluvión de inmigrantes sin papeles y sube la marea del fascismo xenófobo en Europa, y ambas cosas amenazan con anegarnos si no hallamos algún desaguadero. La vida real, que es siempre mucho más miserable que la soñada, nos obliga a limitar la libre circulación, un derecho fundamental de los humanos. Pero recordemos que estamos hablando de personas: de millones de desgarradoras historias individuales, de esperanzas rotas y calladas tragedias, del invisible dolor de los modestos. Por respeto hacia ellos estamos obl...

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La verdad, no me sorprende que quieran reformar la Ley de Extranjería. Arrecia el aluvión de inmigrantes sin papeles y sube la marea del fascismo xenófobo en Europa, y ambas cosas amenazan con anegarnos si no hallamos algún desaguadero. La vida real, que es siempre mucho más miserable que la soñada, nos obliga a limitar la libre circulación, un derecho fundamental de los humanos. Pero recordemos que estamos hablando de personas: de millones de desgarradoras historias individuales, de esperanzas rotas y calladas tragedias, del invisible dolor de los modestos. Por respeto hacia ellos estamos obligados a actuar con la mayor honestidad; y así, tan indecente me parece afrontar el problema con el seudo-progresismo irresponsable del 'entren todos' como con la ferocidad del legislador que sólo pretende ver en el inmigrante una herramienta poco fiable que se puede usar y luego tirar.

Si se consigue organizar un método eficiente de contratación, quizá sea sensato acabar con el arraigo, de modo que ningún inmigrante sin papeles pueda obtener la ciudadanía por muchos años que permanezca en el país: y es que no veo otra manera de terminar con el creciente flujo de los que entran ilegalmente, con las mafias que los traen, con los épicos y dantescos viajes clandestinos. También puede ser una buena idea castigar con la cárcel a quien contrate a alguien sin papeles: es una medida que protegerá del abuso a los inmigrantes. Pero sería una infamia impedir el reagrupamiento familiar, y un absoluto escándalo expulsar a los que pierdan el empleo: las reformas no pueden estar concebidas para 'defendernos' de los extranjeros, sino para facilitar la integración, para poder convertir a los inmigrantes legalizados en ciudadanos de pleno derecho, para civilizar la convivencia.

Y algo más: no podemos poner vallas y enquistarnos en nuestra opulencia, olvidándonos del afligido mundo de extramuros. Si impedimos que entren, debemos ayudarles para que sus países no sean un moridero. Porque por eso vienen, no por fastidiarnos: vienen, arrostrando riesgos pavorosos, porque están viviendo en el infierno. ¡Y nosotros apenas si dedicamos un 0,2% del PIB para la ayuda internacional! Eso sí que es una indecencia.

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