55º FESTIVAL DE CANNES

El gran Mike Leigh logra un portentoso encaje de geniales intérpretes dramáticos

Michael Moore explora con gracia y audacia el abismo de la violencia cotidiana en EE UU

Ayer concursaron dos películas importantes. Una es la británica All or nothing, en la que Mike Leigh lleva a sus intérpretes al límite de sí mismos y logra un juego, o un encaje, de roces y choques dramáticos de rango elevadísimo. Otro gran filme en concurso es Bowling for Columbine, un documental del magnífico Michael Moore, que derrocha coraje, astucia, gracia y rigor en su indagación cámara en mano en los turbios circuitos de la venta de armas en Estados Unidos. Pero Moore va más allá de la anécdota y se mete en honduras.

Con Naked, en 1993, Mike Leigh saltó de s...

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Ayer concursaron dos películas importantes. Una es la británica All or nothing, en la que Mike Leigh lleva a sus intérpretes al límite de sí mismos y logra un juego, o un encaje, de roces y choques dramáticos de rango elevadísimo. Otro gran filme en concurso es Bowling for Columbine, un documental del magnífico Michael Moore, que derrocha coraje, astucia, gracia y rigor en su indagación cámara en mano en los turbios circuitos de la venta de armas en Estados Unidos. Pero Moore va más allá de la anécdota y se mete en honduras.

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Con Naked, en 1993, Mike Leigh saltó de sus laboratorios escénicos londinenses a las pantallas del mundo y pronto -a la par que su escalada hacia la perfección, que va de High hopes, en 1988, a Secretos y mentiras, en 1996- le fueron saliendo aquí y allí discípulos, seguidores o prolongadores de su singular, inteligente y eficacísimo método de elaboración de los guiones que filma conjuntamente con los actores que les van a interpretar. Y desde entonces, paso a paso, este inmenso director de escena se ha convertido en un hombre esencial del cine de este tiempo.

Ahora, con All or nothing, Leigh hace definitivamente irrefutable ese rasgo de esencialidad de sus películas y su manera de construirlas. Esta All of nothing es un drama, o melodrama, noble, duro, doloroso, severo y austero, que conmueve y sobrecoge, pero que finalmente conduce a un alivio de genuina serenidad trágica, en el que, tras la percepción agudísima del dolor, respiramos -dentro de la irrespirable atmósfera de un terrible pozo de infelicidad- algo que parece, o que es, aire puro, libre.

Se funden plenamente en este filme ejemplar, y esto le da altura de obra maestra, el sueño y el cálculo del director de escena y la pasión y los vuelcos de la inventiva de quienes dan carnalidad a ese sueño y a ese cálculo. La docena de actores y actrices creadores, con Mike Leigh, de All or nothing, trenzan un complejísimo y admirable juego de interrelaciones que obviamente recuerda mucho, pues es una derivación suya, al de Secretos y mentiras, pero aquí en estado más suelto y preciso, más pulido y refinado, más dueño de sí mismo y de sus reglas. Dará mucho que hablar este gran salto adelante en la filmografía de Leigh, pues también es un enorme salto en la del genial actor Timothy Spall, que es la sexta vez que filma con su maestro. Y el genial dúo, lleno de explosiva verdad, que forman Timothy Spall y la formidable actriz que le da la réplica directa, Lesley Manville, resume el vigor de este más que notable filme británico, que ayer se alzó aquí como la más importante de cuantas hasta ahora han concursado.

Situada en el polo opuesto a la ficción dramática de Mike Leigh, compitió también ayer aquí Bowling for Columbine, del estadounidense Michael Moore. Es la primera vez que una película documental concursa en este festival, por lo que la presencia en La Croisette de esta obra llena de empuje y de coraje moral -e incluso físico, pues hay mucha gente que se la tiene jurada a su autor, y esta gente se multiplicará cuando vea este filme-, de humor y de veracidad, crea un precioso precedente. Se trata de un documento vivísimo, de extraordinaria riqueza -aunque todavía sin pulir, pues llegó aquí a toda prisa, en una copia que aún no es la definitiva-, que arroja humor y luz sobre abismos de la vida cotidiana estadounidense, en la que hay en circulación casera, así como suena, más armas de fuego que televisores y algo así como el doble de fusiles que de votantes.

Lo que Moore cuenta -con la soltura y el desparpajo formal de aquel memorable Roger y yo que rodó en 1990 contra el patrón de la General Motors- es completamente atroz y divertido, pues tiene la feroz gracia de un esperpento trágico y, sin embargo, totalmente verídico. La brutal matanza por dos ex alumnos del centro de 12 estudiantes y un profesor de la High School Columbine, en los alrededores de Denver, Colorado, en 1999, sirve de disparadero a Moore para meterse de lleno en la boca del lobo y destapar algo de lo que se cuece por debajo de la 'oscura pasión americana por la muerte violenta', que convierte a Estados Unidos en la sociedad que genera más crimen de todo el planeta.

La búsqueda de Moore es trepidante, y no tiene desperdicio, porque quiere llegar con su cámara al fondo de lo que busca, que va más allá de ese suceso, que es uno entre muchos más. Dice el cineasta: 'Habría podido hacer este filme hace 10 años porque no es una película sobre la Columbine, ni siquiera sobre las armas. Lo que la película busca y quiere reflejar es nuestra cultura del miedo. Intenta explicar cómo el miedo nos conduce a actos de violencia tanto en la vida diaria como en la historia, tanto dentro de nuestro territorio como fuera de él'.

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