Graves daños exigen la reparación urgente de la fachada de la catedral de Barcelona

Los gestores del templo buscan patrocinadores para financiar las obras

Más que las naves, el ábside o el claustro, construidos en los siglos XIV y XV, es la fachada, levantada hace apenas cien años, el elemento de la catedral de Barcelona que sufre mayores patologías. Tan grave es su enfermedad, y tan urgente aplicarle remedio, que el inicio de los trabajos no va a demorarse más allá de unas semanas: el tiempo que se tarde en cerrar los acuerdos para la financiación de las obras, aspecto en el que el patrocinio empresarial tendrá un papel destacado. O al menos eso pretende, y en ello trabaja casi contra el reloj, Josep Maria Martí Bonet, canónigo conservador del ...

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Más que las naves, el ábside o el claustro, construidos en los siglos XIV y XV, es la fachada, levantada hace apenas cien años, el elemento de la catedral de Barcelona que sufre mayores patologías. Tan grave es su enfermedad, y tan urgente aplicarle remedio, que el inicio de los trabajos no va a demorarse más allá de unas semanas: el tiempo que se tarde en cerrar los acuerdos para la financiación de las obras, aspecto en el que el patrocinio empresarial tendrá un papel destacado. O al menos eso pretende, y en ello trabaja casi contra el reloj, Josep Maria Martí Bonet, canónigo conservador del templo.

La restauración de la fachada es un asunto de verdadera urgencia: nada es ahora más importante, para los gestores de la catedral, que reunir el dinero necesario para desarrollar el proyecto elaborado por un equipo encabezado por el arquitecto Josep Fusés. Las administraciones públicas pondrán su granito de arena, claro, pero el concurso de los patrocinadores resulta imprescindible. Algo perfectamente lógico y natural tratándose, como es el caso, de un elemento que debe su existencia a la liberalidad de un excepcional mecenas: Manuel Girona, en su tiempo uno de los hombres más ricos de Cataluña y uno de los más influyentes. No por haber ejercido, entre otros cargos públicos, como alcalde de Barcelona, diputado y senador, ni por haber presidido el Ateneo Barcelonés, la junta directiva del Liceo y la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de Barcelona. No. El dinero y sobre todo el poder le venían a Girona de su actividad como financiero y empresario. La banca -singularmente el Banco de Barcelona durante 61 años, pero también el Banco Hispano Colonial y el Banco Hipotecario de España- y las grandes obras públicas -el tendido ferroviario hacia Lleida y Zaragoza, el puerto de Barcelona y el canal de Urgell- tuvieron un excepcional impulso bajo la dirección de este hombre que, pudiendo, no quiso ser ni ministro ni marqués, cargo y honores que le ofreció en repetidas ocasiones Cánovas del Castillo. Sí buscó, en cambio, el honor de ser enterrado en la catedral de Barcelona y no halló mejor modo de conseguirlo que pagando esa fachada que ahora, casi 100 años después, hay que restaurar con urgencia.

También los nuevos mecenas tendrán su contrapartida, como reconoce abiertamente el canónigo Martí Bonet. La primera consistirá en comparecer junto a él en una inminente rueda de prensa en la que se informará del inicio de las obras y el arquitecto que va a dirigirlas dará detalles de los males que sufre la fachada, de sus causas y de las técnicas que van a utilizarse para ponerles remedio. La operación, relativamente costosa en términos económicos, será sin duda espectacular, tanto o más que la reciente restauración de la fachada de la catedral de Girona, en la que también ha intervenido el estudio de arquitectura del que forma parte Fusés. Será, además, una operación difícil: por la importancia y dimensión del monumento -el cimborrio alcanza una altura de 71 metros- y por la necesidad de llevarla a cabo sin impedir o limitar el acceso al templo de los miles y miles de personas que lo visitan cada día y que al cabo del año suman más de cuatro millones, de las que algo más de 1,5 millones son turistas.

El de la fachada, en cualquier caso, no es el único problema urgente al que deben poner remedio los gestores de la catedral de Barcelona. La instalación eléctrica requiere igualmente una intervención que de ningún modo puede demorarse en exceso. De hecho, lo que conviene es arrancar la que hay, obsoleta y peligrosa, y sustituirla por otra nueva, acorde con las actuales y futuras necesidades y, sobre todo, adaptada a la normativa vigente. Aún pueden encontrarse en la catedral de Barcelona, dice el canónigo Martí Bonet, tendidos electricos realizados con aquellos viejos hilos trenzados y aislados con tela. Este problema, en cualquier caso, no es general: el coro -una de las joyas del templo- ya dispone de un nuevo tendido, realizado con el lujo y la seguridad que otorga el uso de la fibra óptica.

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