ASCENSO DE LA ULTRADERECHA EN FRANCIA

Las sillas musicales de Francia

Los porqués de Le Pen son tan numerosos como conocidos, salvo, quizá, uno oculto en la penumbra porque no tiene nada que ver con los aspectos más patibularios del Frente Nacional.

Las razones directas, por orden de aparición en escena, pueden ser: a) la inadecuación del sistema de partidos en gran parte de Occidente a las sociedades tecnológicas que lo animan; b) el crecimiento de la sensación de inseguridad callejera, más que el del número de delitos, al menos de sangre, que está en regresión; c) el limitado atractivo del candidato socialista Lionel Jospin y el des...

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Los porqués de Le Pen son tan numerosos como conocidos, salvo, quizá, uno oculto en la penumbra porque no tiene nada que ver con los aspectos más patibularios del Frente Nacional.

Las razones directas, por orden de aparición en escena, pueden ser: a) la inadecuación del sistema de partidos en gran parte de Occidente a las sociedades tecnológicas que lo animan; b) el crecimiento de la sensación de inseguridad callejera, más que el del número de delitos, al menos de sangre, que está en regresión; c) el limitado atractivo del candidato socialista Lionel Jospin y el desgaste de la imagen del presidente, el gaullista Jacques Chirac, cuyo perfil ideológico es tan proceloso como infinitas las trapacerías de que se le acusa; d) y la destreza del propio Jean-Marie Le Pen, que, en palabras de un altísimo periodista local que no querría ser identificado, 'ha llevado su campaña de mano maestra', tocando a cada instante la tecla que sonaba más familiar. Pero hay otra razón.

En toda Europa occidental, aunque más a la izquierda que a la derecha, los partidos están empeñados en que para ganar hay que mojar en el electorado de su más directo rival. Eso puede ser verdad, pero, también, suicida.

Jospin no ha tenido otro objetivo que, presuntamente guardando un electorado socialista que no se sabe por qué tenía que serle fiel, nutrirse del voto del centro y de la derecha presentable. Y la aritmética nunca engaña. Si uno se preocupa más de los votos ajenos que de los propios, y los demás hacen lo mismo, está claro que no puede haber sufragios para todos. Uno ha dejado su silla para tratar de habilitar sus posaderas en el asiento del vecino y, así, ese terreno de todos se convierte en el escenario más concurrido de la urna, al tiempo que, en realidad, el que más se beneficia es el que mejor delimita su propio territorio.

Le Pen cercaba su voto con alambre de espino, mientras sacaba tajada de comunistas, gaullistas y socialistas; el único que le disputaba voluntades era su segundo en rebeldía, Bruno Megret, del Frente Nacional bis; y Jospin, al contrario, abandonaba el socialismo a la abstención y al picoteo del rival.

Si algún día se produce un realineamiento político del sistema en Francia y vecindario, puede que no sea mala idea que el socialismo democrático se presente como tal al electorado; que alguien se moleste en pensar eso de la izquierda, tras el fin de la URSS y el comienzo del 11 de septiembre. Si Jospin hubiera sido capaz de pastorear, aunque fuera sólo el 80% del voto socialista, y no jugar a las sillas musicales, no parece verosímil que hoy Jean-Marie Le Pen estuviera por disputar la presidencia de la V República Francesa a un político estragado hasta de sí mismo. Jacques Chirac debería haber votado Le Pen para estar más seguro de poder marcarse otros cinco años de ir a la oficina.

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