Tribuna:

Esto no es Camelot

El Príncipe visita Andalucía. Una visita desusada: a lo largo de muchos días y con presencia en muchos sitios. Por lo visto se trata del primer capítulo de una larga programación que lo va a convertir en Príncipe itinerante en el próximo periodo. Un semanario de tirada nacional nos hablaba hace pocas fechas de la ofensiva de la Casa Real. En todo caso hay una gran movilidad y una imagen diferente que parece querer huir de futuros problemáticos, como el de la corona británica.

Pero al mismo tiempo, dado el carácter inusual de la visita, va a provocar sin duda, se publiquen o no, pregunta...

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El Príncipe visita Andalucía. Una visita desusada: a lo largo de muchos días y con presencia en muchos sitios. Por lo visto se trata del primer capítulo de una larga programación que lo va a convertir en Príncipe itinerante en el próximo periodo. Un semanario de tirada nacional nos hablaba hace pocas fechas de la ofensiva de la Casa Real. En todo caso hay una gran movilidad y una imagen diferente que parece querer huir de futuros problemáticos, como el de la corona británica.

Pero al mismo tiempo, dado el carácter inusual de la visita, va a provocar sin duda, se publiquen o no, preguntas e hipótesis varias. Algún político, que parecía estar aleccionado en algún grado, recibió al Príncipe hablando de que su larga estancia en Andalucía era un hecho natural. Se ha lanzado, pues, la idea de la naturalidad, quizás como un intento para conjurar interrogantes. Pero en absoluto resulta antinatural, en estas circunstancias, plantearse si su acceso a la jefatura del Estado está más cerca de lo teóricamente previsible; de si se trata esta visita, junto al resto del periplo, de una campaña preparatoria a tal efecto.

El Príncipe debe sentirse como en su casa. Pero en su casa tal como ésta es
Seamos hospitalarios, dignos y ciudadanos para evitar disfrazar a Andalucía

El Príncipe, pues, nos visita. Bienvenido sea, lo dice un republicano. Pero conviene, desde el principio, y esto lo dice un simple ciudadano, poner las cosas en su sitio. Primero, Andalucía no tiene que examinarse ante nadie. Segundo, es preciso tener las ideas claras y bastará para ello una simple relectura de la Constitución: no nos visita el jefe de Gobierno o una instancia cualquiera de Gobierno y, mucho menos, la última y superior instancia de Gobierno.

Así pues, nos visita un aspirante a jefe de Estado. Alguien que quiere conocer y ser conocido. Y poco más, ya que realmente no viene a examinarse, a plantear un programa de jefe de Estado. Por eso mismo, desde la improvisación o desde la fascinación casi metafísica de ciertos políticos en precampaña electoral, no interesa en absoluto a la dignidad de Andalucía (amable dignidad, sin duda; paciente dignidad) invertir los términos de la situación y dar la impresión de que es Andalucía la que tiene que examinarse de algo. Esa lógica equivocada puede dar una imagen de vasallaje, que, por cierto, nadie nos sugiere.

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El Príncipe, quiero decir, debe sentirse como en su casa. Pero en su casa tal como ésta es y, por tanto, debe evitarse mostrar sólo lo mejor de Andalucía. Sólo lo mejor de Andalucía no es Andalucía. Andalucía es todo, es decir, lo mejor y lo peor, y precisamente ahí está la estructura profunda de su situación actual: el aumento en las desigualdades sociales y territoriales. Por tanto, se trata de conocer. Y de conocer a fondo, si se quiere. Ni más ni menos.

Precisamente, decía, la relectura de la Constitución nos mostrará hasta dónde podemos y debemos llegar, ya que nos visita alguien que podría reinar pero no gobernar. De ahí que sea preciso evitar el aprovechamiento reivindicativo de esta visita. Quiero decir que no nos visita el futuro jefe de Gobierno o quien en los momentos actuales puede determinar aspectos concretos de la política de Gobierno. En este sentido hay que abstenerse de pedirle un polideportivo o el saneamiento de las playas. Es decir, una cosa es plantear los problemas reales y otra reivindicar frente a los gobiernos democráticos soluciones reales (monárquicas). He ahí la grandeza y la dureza de la democracia: tenemos los gobiernos que nos merecemos, vía votación, y no es posible ni saludable pensar en la posibilidad de una segunda instancia, suprema y salvadora. Si uno analiza esta idea desde el laicismo y huyendo de toda liturgia metafísica, verá que no es exagerada.

Por tanto, seamos hospitalarios y dignos. Seamos laicos. Y sobre todo seamos ciudadanos. Sólo así evitaremos la tentación de disfrazar a Andalucía de Camelot durante unos días. Sólo así lograremos evitar que nuestra inmensa vocación de hospitalidad pueda ser entendida al modo en que se entendían las lealtades medievales.

Felipe Alcaraz Masats es portavoz del Grupo Parlamentario Federal de Izquierda Unida.

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