El adiós del patriarca de la comunicación

La crisis de su grupo, sea cual sea el desenlace, supondrá la jubilación defintiva de Leo Kirch

A Leo Kirch se le suele calificar de magnate, 'persona muy ilustre y principal por su cargo y poder', según la Real Academia Española. Al remitir, casi inevitablemente, a la imagen de William Randolph Hearst, el Ciudadano Kane inmortalizado en el cine por Orson Welles, esta calificación, sin embargo, es inexacta. De 75 años, Kirch no se le parece demasiado a Hearst, ni tampoco a sus émulos contemporáneos, Rupert Murdoch, el empresario de origen australiano, o Silvio Berlusconi, el primer ministro italiano.

A diferencia del glamour y las ansias del poder que rodeó y rodea a este tipo de ...

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A Leo Kirch se le suele calificar de magnate, 'persona muy ilustre y principal por su cargo y poder', según la Real Academia Española. Al remitir, casi inevitablemente, a la imagen de William Randolph Hearst, el Ciudadano Kane inmortalizado en el cine por Orson Welles, esta calificación, sin embargo, es inexacta. De 75 años, Kirch no se le parece demasiado a Hearst, ni tampoco a sus émulos contemporáneos, Rupert Murdoch, el empresario de origen australiano, o Silvio Berlusconi, el primer ministro italiano.

Políticamente siempre ha estado muy próximo al ex canciller democristiano Kohl y a los gobernantes bávaros de la CSU
El magnate alemán cavó su tumba al suscribir una alianza con Murdoch para explotar la plataforma digital de pago Premiere World
Las frenéticas compras de empresas y derechos de comercialización han llevado al grupo a acumular una deuda de 6.500 millones de euros

A diferencia del glamour y las ansias del poder que rodeó y rodea a este tipo de personajes, el empresario bávaro, que llegó a controlar buena parte de uno de los mayores mercados de comunicación del mundo -el de habla alemana, con cerca de 100 millones de personas- siempre ha preferido permanecer en la sombra. Casado y padre de un hijo (Thomas, quien nunca alcanzó la talla empresarial de su padre), Kirch, desde hace 25 años, es casi ciego por una severa diabetes. Católico, hogareño y provinciano, si acaso, es un magnate en pantuflas. O, más bien: un tendero de la sociedad mediática, dotado de una excepcional dosis de malicia campechana.

En más de 45 años de actividad empresarial, las entrevistas que ha concedido a la prensa se cuentan con los dedos de una sola mano. Uno de sus chistes preferidos, se dice, gira en torno a una lata de sardinas, cuyo precio aumenta y aumenta a medida que el fabricante y los múltiples intermediarios se la pasan de mano en mano. Cuando finalmente llega al consumidor, las sardinas están dañadas, pero el tendero no acepta las quejas del cliente. '¿Y a usted qué le pasa?', le increpa, 'las sardinas están para negociar con ellas, no para comérselas'.

Películas, transmisiones deportivas, programas de televisión, sardinas. Kirch, nacido el 21 de octubre de 1926 en una familia de clase media en Würzburg (Baviera), tenía 30 años cuando, en 1956, compró en Roma los derechos para Alemania de su primera película: La Strada, de Federico Fellini. Su coste: 25.000 marcos (12.782 euros, al cambio de hoy). El egresado de matemáticas y administración de empresas no contaba con el dinero. Se lo tuvo que pedir prestado a su mujer. Al igual que en los negocios que muy pronto y a mayor escala le seguirían, como la compra de un primer paquete de películas en Hollywood, en 1959, ahí ya estaba el hilo conductor de su actividad empresarial: comprar, primero, y pedir prestado, después.

Malabarismo financiero

Con este método -que, desde luego, pronto haría necesario una especial cercanía a los grandes bancos alemanes- Kirch, a lo largo de los años sesenta, se convirtió en el proveedor cuasimonopolista de películas para la televisión alemana (totalmente pública entonces). Desde esta posición, poco a poco, fue extendiendo sus negocios, interesándose por la comercialización de la música clásica -en 1970 firmó un contrato exclusivo con el director Herbert von Karajan- y creando productoras de televisión.

La astucia comercial y el malabarismo financiero, sin embargo, fueron tan sólo dos ingredientes de su éxito: más importante aún resultó su olfato para determinar por dónde iban los tiros de la sociedad de la información. Antes que otros, Kirch apostó por las sinergias entre los medios audiovisuales y la prensa escrita (desde inicios de 1980 comenzó a tomar posiciones en Axel Springer, la editora de diario amarillista Bild, con cerca de diez millones de lectores, que, sin embargo, nunca llegó a controlar), por la televisión privada (a partir de finales de los años ochenta comenzó a consolidar la que se convertiría en la más importante cadena de televisión privada en Alemania) y por las transmisiones deportivas (poniendo en marcha así el baile de los millones del fútbol). Así, poco a poco, Kirch dejó de ser un gran comerciante para convertirse en un gigante, muy aliado a nivel internacional con Silvio Berlusconi. Ya en 1993, en España, tomó el 25% de las acciones de Telecinco, del que ahora se tendrá que desprender.

A diferencia de muchos de sus competidores, como Rupert Murdoch, Kirch nunca se excedió en la toma de influencias política. Ha sido y sigue siendo muy cercano al ex canciller democristiano Helmut Kohl y a los gobernantes bávaros de la CSU, pero los casos de presiones abiertas sobre los directores de sus medios de comunicación son anecdóticos. La calidad de la programación de sus canales de televisión, por otra parte, no es que sea alta, pero tampoco equivale a pura telebasura: 'Más que haber hecho el bien, he evitado el mal. Quiero bloquear hasta donde sea posible la pérdida total de calidad', pudo sostener el año pasado, sin que nadie le contradijera.

Para entonces, octubre de 2001, el colapso de su grupo estaba en marcha, aunque aún no era evidente para la opinión pública: montado en el vertiginoso tiovivo de los medios de comunicación de finales de los noventa, Kirch había comprado un negocio tras otro -como la comercialización de la fórmula 1-, a costa de acumular una montaña de deudas, de al menos 6.500 millones de euros.

El antiguo visionario, además, se aferró a una idea que, según casi todos los expertos, es un craso error de apreciación: creer que el futuro de la comunicación audiovisual en Alemania está en la televisión de pago. Gestionada en un inicio junto al grupo Bertelsmann, su plataforma digital, Premiere World, con 2,5 millones de suscriptores, en la actualidad está arrojando pérdidas cercanas a los 2 millones de euros diarios. La razón es sencilla: la inmensa mayoría de los alemanes se niega a abonarse a este servicio cuando ya dispone de una televisión por cable que le ofrece casi 40 canales.

El tiburón Murdoch

Para seguir adelante con Premiere World pese la salida de Bertelsmann, en 1999, concedió un 22% en su plataforma digital a BskyB, la operadora de Rupert Murdoch, con la obligación de volver a comprar estas acciones, por un valor cercano a los 1.700 millones, si el magnate australiano-estadounidense así lo decidiese este otoño. En retrospectiva, Kirch, de esta manera, se cavó su propia tumba: ninguno de los múltiples compromisos financieros que tiene que cumplir mes tras mes -por el pago de derechos de la Bundesliga, o por los mundiales de fútbol de 2002 y 2006, o por las películas de Hollywood- pesa tanto como estos 1.700 millones de euros, pagaderos directamente al más agresivo de sus competidores.

Al final, por vez primera, Kirch se quedó no sólo sin dinero, sino también sin alguien dispuesto a prestarle. 'Mire usted: Murdoch es un tiburón. Los tiburones tienen dientes muy afilados. Quien no sepa nadar con ellos, es mejor que no se meta en la piscina. Si es necesario, yo me le ofreceré, y acabará comiéndome'. Al menos en apariencia, Kirch es un buen perdedor. 'Yo nunca he sido un tahúr, sino, si acaso, un empresario con espíritu deportivo', dijo también.

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