CARTAS AL DIRECTOR

Impuestos

Cuando el señor Lagares, presidente de la comisión de expertos para la reforma del IRPF, afirma en EL PAÍS del 4 de abril de 2002 que 'bajar impuestos obliga a una mayor eficiencia de lo público', parece estar lanzando el mensaje subliminal de que la eficiencia de lo público sólo es compatible con un nivel bajo de impuestos, pues ya se sabe que, cuando los recursos son abundantes, se gasta con alegría y sin miramientos.

Tal mensaje me parece absolutamente demagógico y falaz, ya que lo que Lagares simplemente nos está diciendo es que si el Estado quiere prestar los mismos servicios a los...

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Cuando el señor Lagares, presidente de la comisión de expertos para la reforma del IRPF, afirma en EL PAÍS del 4 de abril de 2002 que 'bajar impuestos obliga a una mayor eficiencia de lo público', parece estar lanzando el mensaje subliminal de que la eficiencia de lo público sólo es compatible con un nivel bajo de impuestos, pues ya se sabe que, cuando los recursos son abundantes, se gasta con alegría y sin miramientos.

Tal mensaje me parece absolutamente demagógico y falaz, ya que lo que Lagares simplemente nos está diciendo es que si el Estado quiere prestar los mismos servicios a los ciudadanos con menos impuestos, es evidente que es necesaria una mayor eficiencia en la asignación de los recursos públicos, lo cual no deja de ser una perogrullada.

Pero lo que calla es que una mayor eficiencia de lo público es también compatible, desde el punto de vista estrictamente lógico, con iguales e incluso mayores impuestos. En definitiva, se puede ser más eficientes, recaudar más impuestos y prestar a la sociedad más servicios.

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Ahí está la trampa de la afirmación del presidente de la comisión, una afirmación aparentemente inocente pero cargada de tintes ideológicos.

Pues de lo que en definitiva se trata es de que, como reconoce el propio Lagares, el Estado gaste menos, para que gaste más el sector privado, pues, desde una óptica neoliberal, lo privado es siempre más eficiente que lo público: otra proposición puramente ideológica que, como tal, simplemente se afirma, pero nunca se demuestra.

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