Crítica:POESÍA

¿Quién (o qué) es poesía?

Para una gran mayoría, los clásicos están para ser releídos, y sólo soportan la relectura aquellos autores y textos que siempre están diciéndonos algo; para algunos, los clásicos son materia de apropiación debida o indebida. En este nuevo orden de cosas, los clásicos sólo dicen lo que ahora está diciéndose, y de valor universal de la literatura pasan a ser -en el mejor de los casos- nuestros más directos antecedentes. Este operativo crítico puede construirse con una perspectiva histórica, y entonces hablamos de la 'tradición', o con la enseña de los intereses estéticos de ...

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Para una gran mayoría, los clásicos están para ser releídos, y sólo soportan la relectura aquellos autores y textos que siempre están diciéndonos algo; para algunos, los clásicos son materia de apropiación debida o indebida. En este nuevo orden de cosas, los clásicos sólo dicen lo que ahora está diciéndose, y de valor universal de la literatura pasan a ser -en el mejor de los casos- nuestros más directos antecedentes. Este operativo crítico puede construirse con una perspectiva histórica, y entonces hablamos de la 'tradición', o con la enseña de los intereses estéticos de un grupo o de un individuo: es en estos casos cuando el clásico termina diciendo lo que ahora escribimos. Salvo en contextos supranormales -que no tenemos por qué negar-, son estas lecturas las que no sólo en nada benefician al autor de nuestro pasado, sino que tampoco iluminan su huella en el presente.

GIGANTE Y EXTRAÑO. LAS RIMAS DE GUSTAVO ADOLFO BÉCQUER

Luis García Montero Tusquets. Barcelona, 2001 452 páginas. 21,50 euros

Luis García Montero edita en este volumen dos veces las Rimas de Bécquer: una vez según el famoso Libro de los gorriones (el manuscrito en el que el sevillano o mejor su memoria dio cuenta de sus poemas perdidos) y otra según el orden tradicional de impresión que inauguró la primera edición becqueriana póstuma, la de Fortanet (1871). Según el actual editor 'la reivindicación de la modernidad de Bécquer pasa obligatoriamente por el debate del orden elegido para las Rimas en la edición póstuma de 1871'. Este asunto, el del orden del conjunto de poemas, y la tentación de ver en él una suerte de Cancionero han ocupado a la crítica en las últimas décadas; en este sentido, lo que aquí se añade -si se añade- es un vago concepto de 'modernidad'. Digo que debería revisarse dicho concepto a tenor de que no creo que subirse a un tren, sea éste metafórico o real, suponga ya de por sí razón estética de la modernidad, como tampoco lo es -y no tiene la exclusiva el clásico sevillano- la práctica metapoética.

Ya Juan Ramón Jiménez ha

bía hablado de aquel 'traje gris moral moderno' de Bécquer; pero, aun cuando el moguereño titulase su primer libro 'oficial' Rimas, no hubo aquí una operación estratégica, sino un ahondamiento en la tradición. Igualmente, las lecturas y reflexiones de Cernuda, Rosales y tantos otros poetas del primer tercio del siglo XX -no se olvide a Alberti- reconocían más que construían una tradición.

Como se recuerda en este libro, el manuscrito de las poesías de Bécquer desapareció en 1868, lo que obligó a su autor a reescribir de memoria sus composiciones en un libro de registros en el que los poemas rescatados ocupan exactamente las últimas páginas de lo que se conoce como Libro de los gorriones. Esto ha abierto un apasionante campo de estudio textual en el que han aventurado sus teorías editores de la obra de Bécquer como Rafael Montesinos, Rubén Benítez, Pilar Palomo, Ana Rodríguez, o Rusell Sebold. Lo que distingue las tesis de todos ellos de la que ahora se desarrolla en esta nueva edición es que, aunque contrarias o irreconciliables, razonadas o razonables, todas ellas se plantean en el orden filológico-textual, mientras que, en el caso que nos ocupa, la presentación de dicho asunto conduce de inmediato -quizá en virtud de la firma de su autor y de su condición de poeta- a un mecanismo de razonamiento estético que funciona en el libro a veces subliminalmente, otras con toda explicitud.

Parece justo mantener tesis contrarias, defender una de entre dos opciones o leer el texto clásico con la perspectiva filológica que se desee; pero de ahí a hacer, por ejemplo, a Bécquer antecedente de 'una experiencia de conocimiento' o elevar el realismo poético a la categoría de 'operación estilística' y las Rimas -en uno de sus órdenes canónicos-, síntoma de una modernidad que se define en el 'carácter problemático de la lucha con el lenguaje', para llegar a modulaciones críticas de tal rango, pienso que uno debe olvidar sus verdades estéticas y esforzarse en que la lectura propuesta devenga 'verdad' filológica.

Aun aceptando que el orden

de la edición de 1871 sea claramente temático e induzca a una lectura biográfica, puestos a dar razones y a explicar las circunstancias de esta primera edición, quien edite la poesía de Bécquer -máxime cuando se editan los poemas en los dos órdenes- debe aportar no sólo las razones de la existencia de un manuscrito autógrafo, sino, también, las circunstancias en que se elaboró la primera edición póstuma. Y no tanto para justificarla, o para comprender las razones de los amigos de Bécquer, cuanto para que el lector actual disponga de todos los datos: en esta edición se cita una abundante bibliografía becqueriana, y entre ella, el libro de Julio Nombela, Impresiones y recuerdos (1912). Nombela trató mucho con Bécquer, fue su amigo y dedicó al sevillano varios capítulos de su libro; al recordar las circunstancias de aquella primera edición, en la que ayudó, escribe: 'Una comisión se encargó de buscar en los periódicos en que había escrito (Bécquer) sus poesías, leyendas, críticas y demás trabajos literarios'. ¿Hasta qué punto, pues, los amigos más próximos de Bécquer no dieron quizá sólo un valor relativo al Libro de los gorriones o lo percibieron como el cuaderno de un recuerdo?

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