Columna

Ciudad de Valencia

Valencia tal vez es una mujer ibérica que camina desnuda por la playa de Roma, que se cubre las piernas con frutas del Islam y que se adorna los muslos con barcos y leyes del viejo reino cristiano. Luego viene el pubis del Mediterráneo, que todo lo puede, y las caderas neoclásicas, y el vientre de la revolución industrial, la espalda de la guerra, el pecho de la libertad, el cuello de la música y ese rostro trabajado y fiel que vemos cada mañana.

Todos tenemos una Valencia entre las manos. Y todas son diferentes. Únicas y secretas. Tal vez por eso hoy, el día de la fiesta grande, no ven...

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Valencia tal vez es una mujer ibérica que camina desnuda por la playa de Roma, que se cubre las piernas con frutas del Islam y que se adorna los muslos con barcos y leyes del viejo reino cristiano. Luego viene el pubis del Mediterráneo, que todo lo puede, y las caderas neoclásicas, y el vientre de la revolución industrial, la espalda de la guerra, el pecho de la libertad, el cuello de la música y ese rostro trabajado y fiel que vemos cada mañana.

Todos tenemos una Valencia entre las manos. Y todas son diferentes. Únicas y secretas. Tal vez por eso hoy, el día de la fiesta grande, no venga mal descolgarnos un poco del paso de las horas y las costumbres, las obligaciones y las noticias y hacer un homenaje laico y particular, cada uno el suyo, a esta urbe vasta y antigua, ruidosa y sentimental, marinera y fraterna que no se deja narrar por nadie. Que se ríe de las coronas y preces que le van poniendo las gentes del poder, de tantos poderes, desde sus tribunas y privilegios, intereses y reducciones. Valencia puede con todo, y está con nosotros. Aquí viven valencianos de treinta generaciones y valencianos que llegaron el año pasado del extranjero, y ya unos y otros se lanzan con el mismo rigor a vivir el pulso laborioso de los días, y también el cenital frenesí de la mascletà. Porque Valencia es abierta, ese mérito que algunos no valoran, olvidando que es en el test de la acogida donde las ciudades y los pueblos cumplen, o no cumplen, con su más exigente deber. Porque los pueblos que miran de reojo al que llega, tantas veces agazapados en la patología de la etnia, aún habitan el oscurantismo por mucho que se disfracen de cristales, dineros y credos.

Valencia de cada cuál, esos itinerarios que tenemos. Los de este día y los del pasado. Las rutas de la memoria que se pueblan de alegrías, de dolores. De unos pocos aguaceros y de tantas tardes tórridas y felices. Valencia que, poco a poco, y casi sin pretenderlo, se ha convertido en el icono de la España plural y moderna, catedral laica de Iberia en su Ciudad de las Artes y las Ciencias. Valencia ibérica, como al principio, cuando nació. Y por eso, ahora, europea y americana.

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