Columna

Frenazo a la balcanización

El entierro de Yugoslavia y la creación sobre sus restos mortales del nuevo Estado de Serbia y Montenegro supone un frenazo, al menos por tres años, a los intentos de balcanización, de fragmentar en nuevos Estados el mapa de Europa. El acuerdo logrado en Belgrado entre el presidente de la ya difunta Yugoslavia, Vojislav Kostunica, y los dirigentes serbios y montenegrinos bajo el auspicio del representante de la UE, el español Javier Solana, supone un aviso para todos aquellos que en los Balcanes, y no sólo allí, sueñan con un nuevo trazado de fronteras por la razón o por la fuerza.

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El entierro de Yugoslavia y la creación sobre sus restos mortales del nuevo Estado de Serbia y Montenegro supone un frenazo, al menos por tres años, a los intentos de balcanización, de fragmentar en nuevos Estados el mapa de Europa. El acuerdo logrado en Belgrado entre el presidente de la ya difunta Yugoslavia, Vojislav Kostunica, y los dirigentes serbios y montenegrinos bajo el auspicio del representante de la UE, el español Javier Solana, supone un aviso para todos aquellos que en los Balcanes, y no sólo allí, sueñan con un nuevo trazado de fronteras por la razón o por la fuerza.

Impedir la separación de Montenegro se había convertido en una idea fija de Javier Solana, que en los últimos meses se comprometió, con éxito, en la tarea de mantener la integridad de lo que quedaba de Yugoslavia y también la de la vecina Macedonia. Con palo y zanahoria, amenazas más o menos veladas y la promesa de los euros de Bruselas, el independentista presidente de Montenegro, Milo Djukanovic, y los dirigentes eslavos de Macedonia parecen haber entrado en razón. Los macedonios eslavos aprobaron, tras meses de tira y afloja, la amnistía a los guerrilleros albaneses. Djukanovic estampó su firma bajo el acuerdo que crea Serbia y Montenegro.

El aviso para navegantes emitido ayer en Belgrado vale también para los serbios y croatas de la vecina Bosnia-Herzegovina. Allí coquetean todavía con los planes secesionistas que en su día trazaron, sobre una servilleta, el difunto caudillo croata Franjo Tudjman y el serbio Slobodan Milosevic.

El montenegrino Djukanovic y los suyos habían reducido a un mínimo los lazos con Serbia bajo la etiqueta, ya vacía de contenido, de una Yugoslavia en la que a estas alturas el único elemento integrador era la selección de fútbol. El Ejército de Yugoslavia era una ficción en Montenegro y estaba casi en marcha una Iglesia nacional ortodoxa enfrentada al patriarca de Belgrado. Tras la caída de Milosevic y la democratización de Serbia, los sueños separatistas de Djukanovic se convirtieron en algo disfuncional y peligroso por su efecto mimético.

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