Reportaje:ARCO GLOBAL

Los estallidos de la periferia

Un proyecto digital de Natalie Bookchin desmantelaba, recientemente, un eufemismo bastante extendido de la era global: la supuesta igualdad de todos ante la red. En los talleres de Hangar, Barcelona, la artista invitaba a solicitar información sobre países distintos (Estados Unidos o Uganda, digamos) y, muy pronto, nos tropezábamos con una escala de importantes diferencias que iban desde el tiempo transcurrido para cargar la información hasta la longitud de la banda ancha para visualizarla. Obras como ésta nos abren una nueva perspectiva para comprender las periferias, que han dejado de defini...

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Un proyecto digital de Natalie Bookchin desmantelaba, recientemente, un eufemismo bastante extendido de la era global: la supuesta igualdad de todos ante la red. En los talleres de Hangar, Barcelona, la artista invitaba a solicitar información sobre países distintos (Estados Unidos o Uganda, digamos) y, muy pronto, nos tropezábamos con una escala de importantes diferencias que iban desde el tiempo transcurrido para cargar la información hasta la longitud de la banda ancha para visualizarla. Obras como ésta nos abren una nueva perspectiva para comprender las periferias, que han dejado de definirse, exclusivamente, desde la geografía, la distancia o la identidad. Ahora, también, comienzan a medirse por criterios de velocidad, capacidad de emergencia o incluso por su posibilidad de intervenir o ser intervenidas. Si hablar hoy de un 'arte periférico' resulta algo más complejo que el modelo propuesto por el estándar global, no es menos cierto que estamos obligados a ir más allá de los usos empleados por los residuos multiculturalistas. Sobre todo, por la manera superflua en que estos últimos suelen negociar las llamadas 'identidades periféricas', con su racimo de tópicos culturales o políticos que alcanzaron su clímax en aquella fiebre desmedida por el pop chino, el neofridismo mexicano, el posmodernismo cubano, el arte de la perestroika o el arte del fascismo. Todos finalmente fagocitados desde mercados e instituciones occidentales que (muchas veces bien intencionadas, casi siempre colonialistas) dejaban a las periferias el dudoso privilegio de poner el exotismo mientras los centros se ocupaban de los discursos; las periferias proporcionando el sabor y Occidente el saber. El hito histórico, geográfico y demográfico que supone la inundación del mundo occidental después de la caída del muro de Berlín, y del bloque soviético, es otro de los aspectos que han transformado la percepción de las periferias. Sobre todo porque muchos países de Europa del Este conformaban, a su manera, el centro de una galaxia imperial que ahora aparece desgarrada y esparcida tras un estallido que ha dado lugar a una multitud de islas flotantes. Al respecto, resulta ejemplar el irónico vídeo titulado Europa 54º, 54'-25º, 19, de Deimantas Narkevicius. En esta pieza, el artista nos señala lo que, por un ejercicio de medición cartográfica, es el centro exacto de Europa. Sucede, sin embargo, que este centro se encuentra en un territorio perdido de Lituania y es una zona periférica en toda la línea. En el caso contrario, en los antípodas, Australia aparece cada vez más como una especie de nuevo centro, acaso por ese emplazamiento casi metafórico que la configura como un continente y una isla al mismo tiempo. Algo de esto testimonian los proyectos de My le Thi (presente en Arco), en los que encontramos la experiencia de vietnamitas desplazados hacia allí y la infinidad de historias de sus exilios. Es evidente que la condición periférica sólo puede ser percibida en relación con un centro y, aún más, por el grado de imantación que ese centro es capaz de ejercer. Al respecto, los atentados terroristas del 11 de septiembre pueden leerse como una extrema consecuencia de la caída del muro de Berlín y la posterior irrupción de los márgenes sobre los territorios de los vencedores de la guerra fría. Resulta que, pese a su continua definición como la capital cultural del mundo, Nueva York era, quizá, tan sólo la capital del primer mundo; la megalópolis que era a la vez un espejo y un imposible para el resto del planeta. Los terribles atentados a las Torres Gemelas representan, de muchas maneras, la forma más extrema de imantación de Nueva York sobre las periferias, y, asimismo, el máximo de energía visual concebible, hasta hoy, hacia los centros. (Acaso esto fue lo que llevó a Stockhausen a catalogar el acontecimiento como una obra de arte). Desde entonces, el sonido de las periferias ha estallado con una violencia inaudita para los neoyorquinos, aunque estamos obligados a reconocer que los sonidos de la destrucción son algo habitual para los que habitan en otros extremos del mundo. Lo curioso es que esa 'periferización' de la Gran Manzana es la que la ha convertido en la capital del mundo. Ello significa su transformación no ya en el centro más codiciado del arte, sino en el núcleo mismo de la demolición y la vulnerabilidad de ese mundo.

Por su emplazamiento, Australia aparece cada vez más como una especie de nuevo centro

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