Crónica:ARCO GLOBAL

El legado de los fuera de la ley

AUSTRALIA BUSCA desde hace años su lugar en el mundo. Consciente de que muy a menudo se asimila su cultura a la inglesa o a la norteamericana, los australianos pugnan por llamar la atención sobre las características propias de un arte que goza de una vitalidad forjada en parte en la originalidad de su cultura aborigen y en parte en el espíritu de frontera y de rebeldía que caracteriza a una sociedad de pioneros. Cuando se habla de Australia es casi obligatorio remontarse a 1770, el año en el que el capitán Cook 'descubrió' las costas del continente. En 1788, 18 años después del primer viaje de...

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AUSTRALIA BUSCA desde hace años su lugar en el mundo. Consciente de que muy a menudo se asimila su cultura a la inglesa o a la norteamericana, los australianos pugnan por llamar la atención sobre las características propias de un arte que goza de una vitalidad forjada en parte en la originalidad de su cultura aborigen y en parte en el espíritu de frontera y de rebeldía que caracteriza a una sociedad de pioneros. Cuando se habla de Australia es casi obligatorio remontarse a 1770, el año en el que el capitán Cook 'descubrió' las costas del continente. En 1788, 18 años después del primer viaje de Cook, desembarcó en Botany Bay, una bahía cercana al actual emplazamiento de Sydney, la primera flota de colonos ingleses. Se trataba, de hecho, de convictos deportados, una 'mancha' que marcará a la gran isla de los antípodas. El crítico australiano Robert Hughes ha explicado en La costa fatídica cómo durante mucho tiempo los libros de historia australianos ocultaron que los primeros colonos eran convictos. Era algo así como una vergüenza nacional. Los convictos, sin embargo, estaban ahí y también dejaron huella en el arte del país. Sin ir más lejos, el arquitecto que planeó la ciudad de Sydney en el siglo XIX fue Francis Greenway, un convicto condenado a la deportación durante 14 años por falsificar un contrato. A partir de 1816, el gobernador Lachlan Macquarie le encargó las obras del Gobierno y su estilo georgiano ha marcado la fisonomía de la ciudad.

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Siguiendo con esta veneración del fuera de la ley que se detecta en la sociedad australiana, el mayor de los mitos es sin duda Ned Kelly, un bandido de finales del XIX que tenía fama de Robin Hood. Su fama creció sobre todo cuando robó un banco en Jeriderie y quemó los comprobantes de los créditos de los habitantes del pueblo. Tuvo el detalle añadido de comprar bebidas para toda la población y cargarlo a la cuenta de la policía. Lo detuvieron en Glenrowan en 1880, después de que intentara esquivar la muerte protegiéndose con una aparatosa armadura (una especie de buzón con casco) que puede admirarse en la vieja cárcel de Melbourne. Kelly, que fue ejecutado en la citada prisión, es todavía hoy un mito vivo. En los pubs hay reproducciones de su armadura y Peter Carey ha obtenido en 2001 el Premio Booker con un libro que recrea la historia de su banda: True Story of the Kelly Gang.

Uno de los más famosos pintores australianos, Sidney Nolan, tiene en la National Gallery de Canberra una serie sobre Ned Kelly. También se exponen en la National Gallery obras de Arthur Boyd y Albert Tucker, además de una amplia muestra de arte aborigen, cada vez más cotizado en los circuitos internacionales.

En las cuevas del interior de Australia se encuentran pinturas rupestres de una singular belleza, y en ciudades del interior, como en Alice Springs, proliferan las galerías de arte especializadas en un arte aborigen que tiene su punto de partida en los sueños y en la mitología de los habitantes más antiguos de la gran isla. Hay, en estas pinturas, animales venerados y un algo sobrenatural que parece tender un puente entre el pasado y el presente. En este sentido, no hay duda de que el mayor monumento del arte australiano es Uluru, la gran roca del centro de la isla bautizada como Ayer's Rock por los ingleses. Allí, dicen los aborígenes, es donde se encuentra el auténtico corazón de Australia.

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