Reportaje:VIAJE DE AUTOR

El rincón del río Matarraña

Valderrobres y Calaceite marcan una ruta de piedra por Teruel

Matarraña: el nombre no le hace justicia, con la asilvestrada rudeza de esa erre y esa eñe, con esos ecos de muerte y musaraña. Pero incluso el nombre, Matarraña, como en esos juegos infantiles en los que una palabra, repetida una y otra vez, acaba descomponiéndose y dotándose de nuevos y misteriosos sentidos; incluso el nombre, decía, llega a parecer hermoso cuando uno conduce por alguna de las solitarias carreteras de la comarca, con los puertos de Beceite a la espalda y delante un paisaje casi toscano, hecho de ordenados olivares y de pinos, de ocres y verdes que a la caída de la tarde amar...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Matarraña: el nombre no le hace justicia, con la asilvestrada rudeza de esa erre y esa eñe, con esos ecos de muerte y musaraña. Pero incluso el nombre, Matarraña, como en esos juegos infantiles en los que una palabra, repetida una y otra vez, acaba descomponiéndose y dotándose de nuevos y misteriosos sentidos; incluso el nombre, decía, llega a parecer hermoso cuando uno conduce por alguna de las solitarias carreteras de la comarca, con los puertos de Beceite a la espalda y delante un paisaje casi toscano, hecho de ordenados olivares y de pinos, de ocres y verdes que a la caída de la tarde amarillean y se extinguen. Dicen los folletos y las guías que a este territorio, tan recogido en sí mismo, tan alejado de todo, llega, sin embargo, el aroma del Mediterráneo y que en los días claros puede verse el mar desde las cimas de los puertos.

Estamos en la provincia de Teruel, en el lugar en que se junta con las de Tarragona y Castellón. Estamos, por tanto, en el rincón del rincón de España, en una tierra por la que la historia da la sensación de haber pasado despacio, muy despacio. Paseando por las calles de cualquiera de sus pueblos resulta fácil imaginar cómo era todo en los lejanos años de las guerras carlistas, cuando Cabrera aprovechó la accidentada orografía de los puertos para lanzar desde ahí sus operaciones y escaramuzas, y si resulta fácil es porque en todo ese tiempo ninguno de estos pueblos ha cambiado en exceso y en ellos la historia ha quedado como detenida, congelada.

La historia, la historia reciente, ha pasado por la comarca casi sin tocarla. El fenómeno del siglo XX que con más fuerza la marcó no fue otro que la emigración de los años del desarrollismo, el éxodo masivo de sus habitantes en pos de la prosperidad catalana, y su consecuencia más directa, la despoblación, no ha hecho curiosamente sino robustecer esa condición intacta de sus pueblos y paisajes. En una reciente visita a la zona, una de las personas que me acompañaban comentó: 'La piedra es lo que da dignidad y nobleza a estos pueblos'. La piedra ha sido al menos lo que les ha permitido resistir con entereza y decoro al relativo abandono. La despoblación ha afectado y afecta a la inmensa mayoría de los pueblos aragoneses, y buen número de ellos ha desaparecido literalmente del mapa en el curso de las últimas décadas. En esta lucha contra la erosión del tiempo, los pueblos construidos en piedra partían con ventaja, y en realidad tampoco han tenido que esperar tanto: la creciente afición de los urbanitas al turismo rural, unida a cierto afán de los hijos de aquellos emigrantes por recuperar sus raíces, ha llegado a tiempo de salvarlos y devolverles su antiguo esplendor.

Color entre pardo y dorado

Pero los primeros de esos urbanitas, los pioneros de ese redescubrimiento, no eran turistas ni hijos de emigrantes, sino la pequeña colonia de artistas y escritores que a mediados de los años setenta se estableció en Calaceite. Para el chileno José Donoso, la localidad turolense debió de tener algo de prodigio inesperado, con sus empinadas callejuelas cargadas de historia, sus imponentes edificios de color entre pardo y dorado y sus hospitalarios habitantes de adánico encanto. Años más tarde sería el poeta Ángel Crespo el que fijara su residencia en Calaceite, donde moriría y sería enterrado. Con él y con otros escritores comí a principios de los noventa en la Fonda de Alcalá, a la que tan asiduo había sido otro escritor, Joan Perucho, en su etapa de juez de Gandesa. La austera belleza de sus calles y plazas, la amenidad (en sentido clásico) de sus rincones, la noble apostura de sus monumentales fachadas, ayudan a explicar que un pueblo tan alejado de las rutas habituales haya fascinado a tantos literatos.

La capital de la comarca es, sin embargo, Valderrobres, a cuyo casco antiguo se accede cruzando el río Matarraña por el puente de piedra que lleva a la puerta de San Roque y a la plaza del Ayuntamiento. Valderrobres es la población que concentra la mayor oferta hotelera de la zona, lo que la convierte en cuartel general de la mayoría de los viajeros, y, en el mapa, las carreteras parecen clavarse en ella como alfileres en un acerico. Escribo Matarraña, Valderrobres, Calaceite, pero podría escribir Matarranya, Vall-de-roures, Calaceit, porque ésta es una de las áreas aragonesas de habla catalana.

Boletín

Las mejores recomendaciones para viajar, cada semana en tu bandeja de entrada
RECÍBELAS

Ese puente, el de Valderrobres o Vall-de-roures, forma parte de mi particular archivo de lugares favoritos, y junto a él estarían también los soportales de la calle mayor de La Fresneda, cierto rincón próximo al Ayuntamiento de Ráfales, algunos de los portales de entrada a Cretas, determinada calle en cuesta de Beceite... De la insólita riqueza monumental de estos pueblos no diré nada que no digan las guías turísticas (la mejor de ellas, la publicada el pasado verano por la editorial Prames). Sí diré, a modo de curiosidad, que en el Pueblo Español de Barcelona, ese catálogo a tamaño natural de los monumentos españoles erigido para la Exposición Internacional de 1929, aparecen reproducidos nada menos que cinco edificios de la comarca: los ayuntamientos de Valderrobres y La Fresneda, la casa de la Encomienda, también de La Fresneda, y las casas Moix y Jassa, de Calaceite. Cinco edificios sobre un total que apenas supera el centenar: para tratarse del rincón del rincón de España, no está nada mal.

Portada de la iglesia de Calaceite (Teruel), en la plaza del Ayuntamiento.LUIS DAVILLA

GUÍA PRÁCTICA

Dormir

- Mas del Pi (978 76 90 33). Una masía a 6 kilómetros de Valderrobres, en dirección a la ermita de los Santos. Habitación doble, 72 euros con desayuno y cena. - Hostal La Plaza (978 85 01 06). Plaza de España, 8. Valderrobres. Habitación doble, 36 euros (con desayuno). - Hotel Los Cazadores (978 85 11 56). Avenida de Cataluña, 106. Calaceite. Habitación doble, 21 euros.

Comer

- Fonda de Alcalá (978 85 10 28). Carretera de Cataluña, 57. Calaceite. Cocina tradicional aragonesa. Precio medio, entre 12 y 21 euros. - Hostal Querol (978 85 04 51). Avenida de la Hispanidad, 14. Valderrobres. Se recomiendan sus carnes asadas al horno. De 12 a 21 euros. - La Torre del Viso (978 76 90 15). Carretera Valderrobres-Fuentespada, s/n. Alrededor de 30 euros.

Información

- www.teruel.org/municipios/ matarranac.php. Datos útiles sobre hostales, pensiones y alquiler de casas de turismo rural en la comarca turolense del río Matarraña.

Archivado En