Columna

La nación del euro

La semilla del euro contiene, tal vez, el fruto de un nacionalismo nuevo. Del único que, en Occidente, puede contrarrestar el abrumador dominio de los Estados Unidos, sin que ello atente a nuestros pactos militares. El euro, más allá de las trampas de los mercaderes y cambistas del templo financiero, es un empeño muy sólido y rutilante. Un invento que nos ha cautivado en apenas unos días. El euro es puro siglo XXI, la centuria de los grandes bloques geopolíticos: USA, China, Japón, Rusia, India y por supuesto la Unión Europea con sus 300 millones de ciudadanos aupados en el gentil patriotismo ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

La semilla del euro contiene, tal vez, el fruto de un nacionalismo nuevo. Del único que, en Occidente, puede contrarrestar el abrumador dominio de los Estados Unidos, sin que ello atente a nuestros pactos militares. El euro, más allá de las trampas de los mercaderes y cambistas del templo financiero, es un empeño muy sólido y rutilante. Un invento que nos ha cautivado en apenas unos días. El euro es puro siglo XXI, la centuria de los grandes bloques geopolíticos: USA, China, Japón, Rusia, India y por supuesto la Unión Europea con sus 300 millones de ciudadanos aupados en el gentil patriotismo del euro, que uno intuye leve, preciso, visible, veloz y múltiple, y ahora me doy cuenta de que estoy repitiendo casi todos los adjetivos con que Italo Calvino prefiguraba la literatura del XXI, lo que no es mala guía. El euro acunará un nacionalismo nuevo, que todavía no existe, como tampoco existía el nacionalismo español hasta 1808, ni el vasco hasta que Sabino Arana quiso ser concejal de Bilbao y se preparó a fondo exhumando los libros de unos curas guipuzcoanos del barroco. El nacionalismo del euro, además, irá probablemente en dirección contraria a tantos nacionalismos en auge: reforzará las vivencias y sentimientos que unen a las gentes y no los que las separan. Será, por ello, un nacionalismo católico, aunque no confesional. Y digo católico por lo de universal. El nacionalismo europeo será así homologable al chino, sufrido concepto que implica a 1.400 millones de seres humanos repartidos en prefecturas muy distintas entre sí, algunas incluso musulmanas. El nacionalismo europeo, mejor llamarle europeísmo, no caerá fácilmente en esa vulgaridad casi obscena del nacionalismo yanqui; sin embargo, y como aquél, tendrá la virtud de ser bandera azul de enganche para los africanos, asiáticos y latinoamericanos que aquí han decidido vivir y trabajar. Se mueren muchas Europas con el euro, es verdad, y muchos estados prestigiosos se resquebrajan en sus monumentos y próceres, y hasta algunas regiones ásperas se dulcifican en el caldo general del dinero; mas lo mejor es que el euro también significa libertad y modernidad, nuevas fronteras derrumbadas.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En