Crítica:

Taller de pruebas

Aparecida, primero en gallego, y ahora traducida al castellano por la propia autora, Querida amiga es una colección de relatos, siete historias, que Marina Mayoral, profesora universitaria de literatura española, saca de su taller de pruebas, con voluntad didáctica y 'jornada de puertas abiertas' para que el lector, si gusta, se interese por la trastienda de la ficción, por cómo toman cuerpo las historias y cómo éstas muestran su vulnerabilidad en ese estado previo en que se sostienen con tan sólo unos hilvanes. Con vistas al público, Marina Mayoral experimenta texturas y colores, arrie...

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Aparecida, primero en gallego, y ahora traducida al castellano por la propia autora, Querida amiga es una colección de relatos, siete historias, que Marina Mayoral, profesora universitaria de literatura española, saca de su taller de pruebas, con voluntad didáctica y 'jornada de puertas abiertas' para que el lector, si gusta, se interese por la trastienda de la ficción, por cómo toman cuerpo las historias y cómo éstas muestran su vulnerabilidad en ese estado previo en que se sostienen con tan sólo unos hilvanes. Con vistas al público, Marina Mayoral experimenta texturas y colores, arriesga historias de peso haciéndolas pasar por quebradizos puentes de montaña, por ver si el material escogido -la oralidad, la fragmentación de la carta, la coloquialidad extraliteraria de un informe académico- resiste, aguanta y se sostiene. Y como en toda colección de cuentos surgida del acto caprichoso de meter la mano en el pozo de los deseos bienintencionados, hay aquí de todo.

QUERIDA AMIGA

Marina Mayoral Alfaguara. Madrid, 2001 149 páginas. 1.800 pesetas

Acostumbrada en las aulas a hablar de las ficciones de los demás y acostumbrada a las propias en sus novelas y en sus relatos, Marina Mayoral sabe que todas las historias -por muy simples y previsibles que sean, y la primera, Querida amiga, lo es- son espejos con recovecos, encrucijadas de caminos y que por muy omnisciente que sea el autor llevándole al lector por el de la derecha hay otra posibilidad en el de la izquierda, y así el primer relato tiene su salvación en el último, Estimada señora, que es la misma historia pero con el polvo andado de otro camino, no el tomado en la primera historia. Y aquí juega la autora, claro, en su mesa de trabajo, en su taller de pruebas: y ese personaje silente del primer relato, el sargento de la guardia civil, redacta su atestado y pone las cosas en su sitio. Y no es que a Marina Mayoral, tan ducha en ficciones propias y ajenas, se le amotinen los personajes y campen a sus anchas y a su antojo, no, pero sí le interesa, en este libro de reflexiones a cara descubierta sobre la ficción, destacar todas las esquinas y recovecos de las ficciones, de las vidas, en suma, de todos nosotros, lectores y entes de papel. La coloquialidad de estos relatos le permite subrayar, en Eva de mi alma, por ejemplo, el poder seductor de las palabras, como éstas, desde antes del Cyrano y después, pueden enamorar y de los beneficios que obtienen no los que las crean, las palabras, sino quienes las dicen. Le permite hacernos creer que, allí, en su taller de pruebas, puede atascarse con una historia, no saber resolverla y cómo entonces pide ayuda a un amigo (a un escritor paisano, Carlos Casares), a ver si le echa una mano de colega: Mi querido amigo.

Pero también esta colección de relatos (de pirotecnia menor vistos en conjunto y en tierra, pero algunos de ellos estallan majestuosos allá arriba) contiene alguna muestra que va más allá de pruebas, experimentos y 'jornadas de puertas abiertas'; hay alguna historia que guarda en su interior una excelente sorpresa, como si Marina Mayoral la hubiera traspapelado en alguna gaveta por ver si de aquello salía algo de más entidad. Me refiero, en concreto, a Muy señor mío, la un tanto extravagante carta que un huelebraguetas de tres al cuarto con deseos de medrar en la universidad como profesor de literatura le dirige al muy real -en el momento de redactar estas líneas- rector de la Universidad de Santiago de Compostela, Darío Villanueva, interesándole por la tendencia que manifestó la novelista española escudada en el masculino seudónimo de Fernán Caballero por ultimar de forma certera a sus diversos maridos. Creo que Marina Mayoral no debiera renunciar a novelar la vida de la autora de La gaviota. Estas páginas, excelentes, le empujan. (Son los inconvenientes de las 'jornadas de puertas abiertas': los personajes se rebelan y, además, los lectores osan dar consejos).

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