Crítica:

Los (malos) principios de Flaubert

Es curioso observar con qué minucia esta gran empresa en la que ya se ha convertido la Biblioteca de La Pléiade, quizá la mejor colección de clásicos con un mínimo rigor de calidad y un máximo de influencia social que hoy queda en el mundo, continúa autocorrigiéndose sin parar, pues se abre lentamente a otras literaturas que no son su francesa central -como se ve con las recientes inclusiones en su catálogo de Jane Austen o Stevenson- o reforma volúmenes ya superados -como el único que hasta ahora dedicaba a Cervantes recogiendo el Quijote y las novelas ejemplares, reconvertido hoy en los dos ...

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Es curioso observar con qué minucia esta gran empresa en la que ya se ha convertido la Biblioteca de La Pléiade, quizá la mejor colección de clásicos con un mínimo rigor de calidad y un máximo de influencia social que hoy queda en el mundo, continúa autocorrigiéndose sin parar, pues se abre lentamente a otras literaturas que no son su francesa central -como se ve con las recientes inclusiones en su catálogo de Jane Austen o Stevenson- o reforma volúmenes ya superados -como el único que hasta ahora dedicaba a Cervantes recogiendo el Quijote y las novelas ejemplares, reconvertido hoy en los dos nuevos tomos de su obra narrativa completa, en una bastante buena edición dirigida por el hispanista Jean Canavaggio- y que ahora se autocorrige también dentro de su propia literatura francesa, lanzando una nueva edición de la obra completa de una de sus máximas figuras, la de Gustave Flaubert, cuya antigua edición en dos volúmenes lanzada por Albert Thibaudet y René Dumesnil en los números 36 y 37 de la colección (que ya se acerca ahora al quinientos) ni siquiera era completa y ya había quedado además totalmente obsoleta. A lo largo de los años, esta colección, fundada por Jacques Schiffrin en 1937 y adquirida después de la guerra por la editorial Gallimard por consejo de André Gide, se ha ido perfeccionando lentamente, sobre todo en los últimos tiempos cuando profesores y filólogos se han ido haciendo cargo de sus preparaciones hasta un punto que algunos juzgan excesivo, aunque no sea ésa mi opinión, pues creo que si los textos se dan íntegros y claros, en nada estorban para su lectura los excesos universitarios y científicos en sus preparaciones.

OEUVRES DE JEUNESSE (OEUVRES COMPLÉTES, 1)

Gustave Flaubert Edición de Claudine Gothot-Mersch y Guy Sagnes Bibliothèque de La Pléiade París, 2001 LXXXIV + 1.670 páginas 380 francos franceses (58 euros)

Hace ya años que estaba prevista

la sustitución de la vieja edición de Thibaudet y Dumesnil, que además se había intentado completar con la de su gran correspondencia (todavía inacabada tras la publicación de cuatro tomos muy bien preparados por Jean Bruneau), tarea que en principio asumió Guy Sagnes, quien llegó a preparar este primer volumen, pero que falleció antes de terminarlo, por lo que su trabajo ha sido completado por Claudine Gothot-Mersch, aunque el primero es el autor del excelente prefacio general. Un prefacio centrado en dos puntos generales, el paso del romanticismo al realismo a través de la concepción general del mundo del escritor, y su entrega a la literatura a través de su gigantesca lucha en busca del estilo total. Y en este sentido, la vida y la obra de Flaubert se nos ofrecen hoy como el paradigma universal del verdadero holocausto que el servicio a la literatura exige a quien se acerque a ella para servirla de verdad, y no para servirse de ella, una lección que todo aprendiz de escritor debería aprender para siempre.

Toda obra literaria es una especie de sueño, una ensoñación de raíces románticas que el aprendiz de escritor lleva desde el principio consigo en su interior, como lo llevaba Gustave Flaubert, dice Guy Sagnes, pero que casi desde niño corrigió con su sentido de la ironía y la búsqueda de lo grotesco. Materialismo, cierto sadismo, agnosticismo, liberalismo a ultranza, realismo cruel e ironía desoladora que nacieron en él desde su niñez, casi desde que, a sus seis años, pudo contemplar, en los patios de su residencia familiar, el Hospital General de Rouen que su padre dirigía, el espectáculo terrible de los cadáveres para diseccionar o el grupo delirante de algunos alienados, que constituyeron para él sus primeras visiones del mundo, como si así se lo metaforizaran. A veces puede asombrar el hecho de que Flaubert, que escribió casi sin parar durante ocho o diez horas todos los días de su vida, desde los 9 a los 59 años (salvo algunos viajes, compromisos sociales, cenas, juergas o visitas a los burdeles), y a veces hasta a gritos, pero para sólo dejarnos en limpio quizá cuatro novelas y tres cuentos de verdad, como si no publicara casi nada de lo que escribía. Y además, la gran mitad de su obra la forman sus maravillosas, apasionadas y torrenciales cartas, donde reside en buena medida su gran literatura, pero que no estaban destinadas a su publicación. Otra gran mitad de la mitad se le fue en reescritos, correcciones, esbozos, planes y recopilaciones de documentos anejos sin cesar: escribió tres veces Las tentaciones de San Antonio y dos La educación sentimental, aunque se tratara al final de dos novelas diferentes. De niño le apasionaba el teatro, que escribía o improvisaba sin parar, pero que no llegó a publicar ni a estrenar, nunca cultivó la poesía -a no ser que corrigiera a veces los poemas de su amante Louise Colet, que eran perfectamente corregibles, y hay hipótesis fundadas sobre todo ello- y se dispersó en crónicas viajeras y carnés íntimos que siempre quedaron inéditos. Y si su ambición fue crear una obra 'objetiva' y separada de su propio autor, cuando lo consiguió con Madame Bovary (la novela más 'perfecta' -aunque no la 'mejor'- de todas las de la historia en mi opinión, pues es psicológica, social, costumbrista, romántica, realista, amorosa, colectiva y hasta total en resumidas cuentas) terminó por confesar que su personaje era él mismo y nadie le entendió -salvo bastante mal- pues además sólo podía pensar con la pluma en la mano y así no hay ordenata que valga.

Esta edición de la obra completa

constará de cinco volúmenes, que, con otros tantos de cartas, van a dar lugar a un total de diez, lo que no está nada mal y nos acerca a un corpus flaubertiano ya considerable, de los que este primero incluye sus primeros 35 textos con obras cortas y largas, escritas entre los 9 y los 25 años, que además -salvo dos- nunca publicó en vida y que han sido objeto de multitud de ediciones póstumas que se han ido sucediendo y corrigiendo unas a otras y que ahora parecen estar fijadas para siempre. Y si ya en 1989 la biografía de Herbert Lottman puso ya orden en los estudios sobre su vida (hasta corrigiendo las fantasías novelescas de Sartre en El idiota de la familia, pese a todo bastante fértiles), es posible que esta nueva edición nos reordene y fije de manera definitiva la siempre interesante, y al parecer más inacabable de lo que pensábamos, obra flaubertiana.

Pues dejando aparte su obra más célebre -Bovary, Salambó, la segunda Educación, la tercera San Antonio, los Tres cuentos y la inacabada Bouvard y Pecuchet (y su 'correspondencia' desde luego), que es lo más importante y lo indiscutible, desde luego -ya que todo lo demás podría calificarse de escritura para escritores- su lectura nunca deja de tener desperdicio, y su consulta continuada, cronológica y progresiva resulta ser toda una lección artística (esto es, estética y moral) de primera magnitud. Empezando por algunos escritos escolares y redacciones familiares, su cultura se amplió de manera vertiginosa y fulminante, pues le leyeron el Quijote desde niño, aprendió inglés para leer después a Shakespeare y Byron, adoró pronto a Montaigne y Rabelais y fue un experto juvenil en temas históricos y geográficos que enseguida diversificó a través de sus aficiones genéricas desde los relatos históricos hasta los cuentos satíricos, eróticos, aventureros, simbólicos y fantásticos, desde los guiones teatrales hasta las sinopsis argumentales más disparatadas y pasionales. Hay esbozos inacabados, malas intenciones sin parar, blasfemias, ironías, sentido de la burla y lo grotesco (como en un cuento para 'lectores de nervios sensibles o almas devotas' y hasta otro que califica de 'moral, inmoral -ad libitum-', hay que hacerlo a los diez años) y un sentido permanente de la blasfemia y la transgresión, de dónde si no iba a salir esa 'perversa obra maestra' (como la calificó algún inglés) de la Madame Bovary, nada sale de la nada. Y además, en este tomo se incluyen unos primeros textos imprescindibles, como Quidquid volueris, Bibliomanía, el fantástico 'antiguo misterio' de Smar, Memorias de un loco, Noviembre, su primer gran esbozo teatral, Loys XI, o la primera Educación sentimental, sus primeros carnés íntimos y sus viajes a Marsella (con un breve paso por su admirada España y una primera amante conocida) y a Italia, donde por fin vio en el palacio Balbi de Génova el cuadro de Bruegel La tentación de San Antonio, que le perseguiría durante toda su vida. ¿No merece la pena contemplar cómo nacen los milagros?

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