Columna

La felicidad femenina

La felicidad es una categoría femenina. La felicidad, la vida feliz, el hogar feliz, los instantes felices, la felicidad ha interesado mucho más a las mujeres que a los hombres. Los hombres, sobra decirlo, aprecian la felicidad pero no la colocan como una meta capital en sus vidas. Para su exposición hace un par de años, en la Casa de América de Madrid, la pintora Katie van Scherpeng había elegido por título una frase que le repetían a menudo en su infancia. Su madre le decía: 'Prométeme que serás feliz'. Borges de su parte declaraba al final de sus días: 'He cometido el error de no ser feliz'...

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La felicidad es una categoría femenina. La felicidad, la vida feliz, el hogar feliz, los instantes felices, la felicidad ha interesado mucho más a las mujeres que a los hombres. Los hombres, sobra decirlo, aprecian la felicidad pero no la colocan como una meta capital en sus vidas. Para su exposición hace un par de años, en la Casa de América de Madrid, la pintora Katie van Scherpeng había elegido por título una frase que le repetían a menudo en su infancia. Su madre le decía: 'Prométeme que serás feliz'. Borges de su parte declaraba al final de sus días: 'He cometido el error de no ser feliz'. Ser feliz es un estado delicuescente, demasiado afeminado, demasiado jubiloso para ser de verdad cosa de hombres.

La felicidad remite entre la virilidad a la idea de conformarse con lo que se tiene, ser relativamente ambicioso o un poco pacato, carecer de miras que sostengan despierto el afán. El hombre ha de mantenerse en vilo, pugnando, aspirando a otros logros y, por lo tanto, la felicidad como estado podría endulzarlo y acabar hundiéndole en un tarro de compota. Los hombres ganan poco ante los demás exhibiendo que son felices. Y menos si muestran que lo son muchísmo. Más bien la felicidad de un hombre se concreta en manifestarse sólo circunstancialmente satisfecho. Pero incluso estar satisfecho hace sospechar sobre algún riesgo de estabilización o conformidad. Como síntesis, no se trata de que el hombre infeliz sea más hombre a fuerza de ser más desdichado, pero el hombre con una apariencia regocijada despierta suspicacias. Inmediatamente su felicidad remite a un enamoramiento y, lo que es lo mismo, a encontrarse bajo la dependencia de una mujer, rodeado por sus brazos. Un hombre contento con su trabajo significa otra cosa: es un hombre concentrado en lo que hace, abrazado a su profesión. Una mujer enamorada y feliz es una mujer radiante y atractiva, más sugestiva por difícil de alcanzar, mientras un hombre románticamente feliz es un ser que ha cedido algo.

Las mujeres han reclamado felicidad. Lo que yo busco es felicidad, dicen: el matrimonio feliz, la familia feliz, los hijos sanos y alegres. El hombre ha buscado éxito, triunfos, siendo la felicidad una confitura en la que no podía atascarse en exceso. Como efecto, las mujeres son más propensas a sufrir ansiedad y depresión cuando no encuentran la dicha que buscaban. Los hombres, por contraste, aguantan más, no hablan ni piden ayudas y acaban suicidándose siete veces más. Son infelices y se quejan menos, están deprimidos y acuden menos a los psiquiatras o los amigos.

Pero ¿por qué las mujeres tienen menor pudor en manifestar estos estados de ánimo fundamentales? Porque un centro de su felicidad radica, a diferencia del hombre, en la experiencia de una empresa tan primordial como la maternidad. Siendo madres sienten el efecto radical de ser felices. Pero ¿un hombre? Sus misiones llamadas fundamentales se relacionaban con el mundo del trabajo, con el deber de ganar, y en ese ámbito sólo son de verdad felices los obreros rudimentarios o los campesinos de otros tiempos. Para los hombres de hoy no existe una felicidad tan verdadera, originaria y legítima como la felicidad de una mujer. Hay tipos emancipados de su masculinidad que no sufren tan severamente estas carencias o tipos muy espontáneos, aventureros o grandes amantes de la Naturaleza, que reproducen en sus gozos los caracteres de lo natural, pero lo común es que la intensa felicidad se filtre fugazmente o con dificultad en el corazón de un hombre.

Un varón contemporáneo parte con la traba de no sentirse liberado para ser del todo feliz. ¿La liberación de la mujer? Poco a poco va a revelarse la formidable serie de prejuicios, subordinaciones, carencias, a los que se ve sometido el hombre. Cuando se proclama la liberación de la mujer no se tiene demasiado en cuenta en qué medida su liberación libera al hombre. Bien, ellas han logrado en las mímesis de modelos masculinos grados superiores de poder. Pero ahora llega el tiempo, frente a sus conquistas, de la otra conquista: la máxima persecución de la felicidad sin cuya potencia se es inferior siempre.

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