Columna

Las bestias

Mientras escribo esto, todavía no han atrapado a los energúmenos que serraron las patas de 15 perros en Tarragona. Pero lo peor, lo verdaderamente desolador, es que, aunque se les detenga, sólo se les puede castigar a una multa de entre 10.000 y dos millones y medio de pesetas. Y es que en este país, el más bestial de Europa para las pobres bestias, mutilar lenta y sádicamente a 15 seres vivos ni siquiera es considerado un delito. No es más que una falta. Una chorradilla legal, una bagatela.

Que vivimos en un mundo aterrador y lleno de dolor y de desigualdades es algo por desgracia dema...

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Mientras escribo esto, todavía no han atrapado a los energúmenos que serraron las patas de 15 perros en Tarragona. Pero lo peor, lo verdaderamente desolador, es que, aunque se les detenga, sólo se les puede castigar a una multa de entre 10.000 y dos millones y medio de pesetas. Y es que en este país, el más bestial de Europa para las pobres bestias, mutilar lenta y sádicamente a 15 seres vivos ni siquiera es considerado un delito. No es más que una falta. Una chorradilla legal, una bagatela.

Que vivimos en un mundo aterrador y lleno de dolor y de desigualdades es algo por desgracia demasiado evidente. Pero también es cierto que, desde el principio de los tiempos, la parte mejor de los seres humanos ha intentado superar el abuso y construir una sociedad más feliz. La democracia es eso, un acuerdo de mínimos que aspira a convertirse en un sueño de máximos, y el marco legal es la herramienta básica para conseguir esas mejoras. Por eso descorazona tanto que la justicia sea injusta. Peor aún que la enloquecida maldad de los que manejaron la sierra en Tarragona es la absoluta falta de amparo en la que se encuentran los animales en nuestro país. Además, si unos tipos tan violentos y crueles como ésos no son castigados, ¿cómo nos protegeremos los humanos de las demás barbaridades que, evidentemente, pueden hacer?

En el siglo XVIII la Revolución Francesa exigió derechos para todos. Pero en esa estupenda reivindicación universal se olvidaron, curiosamente, de las mujeres; tuvieron que transcurrir dos siglos para que Occidente comprendiera que tal discriminación imposibilitaba la construcción de una sociedad digna. Ahora, en el siglo XXI, nos encontramos en una frontera semejante: tenemos que entender que el camino de la civilización pasa obligatoriamente por el respeto a los animales. España es un anacronismo, la vergüenza de Europa en este campo; estamos moralmente obligados a crear una auténtica ley de protección animal. Serrar las patas de unos perros es un delito y tiene que estar reconocido como tal. Montemos una campaña, recojamos firmas: con tanto sufrimiento inevitable como hay en el mundo, ¿no deberíamos intentar paliar aquel que sí depende de nosotros?

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