Columna

Gesratera

Hasta la guerra de Vietnam era criterio establecido que en España los hijos de casa bien iban a escuelas de pago y recibían una vigilante educación en urbanidad, sin llegar a utilizar para ello los exasperantes manuales vigentes en la transición del XIX al XX. Pero algo debió de averiarse en tal empeño, porque advertimos desmesuras improcedentes en el habla y actitudes de algunos ministros del PP, ya cincuentones y por lo tanto con las adolescencias a salvo de influencias de la ruta del bacalao o de las noches del Kronen.

Con pocas horas de diferencia, el superministro Rajoy envió a un ...

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Hasta la guerra de Vietnam era criterio establecido que en España los hijos de casa bien iban a escuelas de pago y recibían una vigilante educación en urbanidad, sin llegar a utilizar para ello los exasperantes manuales vigentes en la transición del XIX al XX. Pero algo debió de averiarse en tal empeño, porque advertimos desmesuras improcedentes en el habla y actitudes de algunos ministros del PP, ya cincuentones y por lo tanto con las adolescencias a salvo de influencias de la ruta del bacalao o de las noches del Kronen.

Con pocas horas de diferencia, el superministro Rajoy envió a un senador socialista a tomar por culo, tal como suena, aunque el señor vicepresidente tenía entonces el micrófono de su estrado cerrado. Por su parte, don Rodrigo Rato ha adoptado maneras chulescas a propósito del caso Gescartera, que más parece el caso Gesratera. Semanas atrás negó la mano a su correligionario Luis Ramallo en un gesto que parecía condenarle a que se hundiera en las peores arenas movedizas y el otro día arremetió impropiamente contra el representante de Iniciativa per Catalunya, señor Saura, inteligente criatura de las capas populares, eficaz político que se ha hecho a sí mismo y procede de la tradición combativa y democrática del PSUC en sus mejores y más plurales tiempos. Como interrogara Saura sobre Gescartera o Gesratera, como ustedes gusten, el excelentísimo Rato lo trató como si fuera un okupa del Parlamento, un pordiosero irreverente, tan despectivamente que incluso relacionó sus supuestas mentiras con los pocos votos que tenía, cuando cualquier demócrata debe respetar las minorías. Incurrió el señor Rato en esa actitud de nuevo rico electoral que a veces se aprecia en algunos prohombres del PP.

Acostumbrado a aquella legislatura en que al PP le florecían las violetas en diciembre y José María Aznar hablaba catalán en la intimidad, se crispan los aznaristas ante las dudas sobre su integridad o sobre su eficacia que suscita Gescartera, la recesión económica global, el desastre del pleito marroquí, las internas zancadillas sucesorias y la negativa de Bush a que la Legión y su cabra mascota luchen contra ETA en Afganistán.

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