Crítica:

Hans Arp: el artista que cazaba nubes

Para muchos, Hans Arp fue un artista que transformó el mundo mutilado en el que le tocó vivir, en aquella especie de prisión que fue la Suiza de la posguerra, en nubes cuya ropa interior desgarraba o agujereaba. Sus formas, sólo superadas por las de Henry Moore, rivalizaban con la naturaleza, ya que parecían florecer desde el interior hacia afuera, como en la vida misma. La particular disposición del espíritu arpiano hacia el arte fue compartido por sus compañeros del primer movimiento antimoderno: Tristán Tzara, Marcel Janco, Hugo Ball, Baargeld o Hausmann heredaron el manto revolucionario qu...

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Para muchos, Hans Arp fue un artista que transformó el mundo mutilado en el que le tocó vivir, en aquella especie de prisión que fue la Suiza de la posguerra, en nubes cuya ropa interior desgarraba o agujereaba. Sus formas, sólo superadas por las de Henry Moore, rivalizaban con la naturaleza, ya que parecían florecer desde el interior hacia afuera, como en la vida misma. La particular disposición del espíritu arpiano hacia el arte fue compartido por sus compañeros del primer movimiento antimoderno: Tristán Tzara, Marcel Janco, Hugo Ball, Baargeld o Hausmann heredaron el manto revolucionario que intentó de la forma más exasperada soldar la fractura entre arte y vida y cuyo primer y dramático anuncio había sido dado por Van Gogh y Rimbaud. Los dadaístas, primero en Zúrich desde el Cabaret Voltaire y después en Nueva York, Berlín y París, negaron cualquier atisbo de intelectualidad en su actitud hacia la creación. El expresionismo fue su bestia negra y su eje 'metódico', nihilista: 'Basta de academias cubistas, futuristas, laboratorios de ideas formales. ¿Sirve el arte para amontonar dinero y acariciar a los gentiles burgueses? Las rimas acuerdan su tintineo en las monedas y la musicalidad resbala a lo largo de la línea del vientre visto de perfil. Todos los grupos de artistas han ido a parar a este banco a pesar de cabalgar distintos cometas', declaraba Tzara en el Manifiesto de 1918.

HANS ARP ESCULTURAS, RELIEVES, RECORTABLES

Sala de Exposiciones Bilbao Bizkaia Kutxa Gran Vía, 32. Bilbao Hasta el 2 de diciembre

'Las obras llegan, gentiles o extrañas, hostiles, inexplicables, mudas o somnolientas. Nacen por sí solas', dice Arp

Tener aversión a los bancos

era entonces una fácil opción para el artista. En los tiempos actuales, las voluntades y convicciones de los creadores difieren unas de otras en cantidad, y muy poco en cualidad. La obra social de los bancos está abandonando la malsana práctica de los ochenta de realizar retrospectivas por todo lo alto de algunas celebridades más o menos banales y se emplean a fondo en difundir la obra de los grandes artistas del XX, como queriendo crear oasis en un mundo caído. ¿Es esto el espíritu dadá? En la exposición que nos ocupa sí, porque lo que interesaba a estos 'artistas no creyentes en su perpetua lucha contra los descreídos' (Arp) era el gesto, antes que la forma. Y el gesto para esta sala del BBK se traduce en una pequeña exposición tan digna como compacta, que abarca algunas, las principales, facetas artísticas de Arp sin una razón ordenadora ni una búsqueda de coherencia estilística. Los dadaístas, y Arp lo fue en su modo más rotundo, no creaban obras, fabricaban objetos, presentaban batalla a la mentalidad pequeño-burguesa y reaccionaria de entreguerras mediante la exaltación del procedimiento, la afirmación de la potencia virtual de las cosas, de la supremacía del azar sobre la regla y, sobre todo, estaban muy lejos de querer constituir un ejemplo estético. De ahí que el recorrido preparado por Martine Soria sirva para presentar una conciencia de autor paradigmática de una corriente que hoy buscaría su trasunto en el movimiento antiglobalización, pues estaba en contra de la inmovilidad del pensamiento para propugnar la desenfrenada libertad del individuo: 'El espíritu nunca debe ser aprisionado en la camisa de fuerza de una regla aunque sea nueva y distinta, sino siempre libre, en la continua invención de su propia existencia'.

Las piezas presentes en Bilbao son un magnífico complemento a la muestra que prepara la Fundación BBVA para Barcelona, el próximo 23 de noviembre en la Fundación Miró, en un ambicioso recorrido titulado Jean Arp. Invención de formas, a cargo de Maria Lluïsa Borràs, que se nutre de un centenar largo de obras procedentes de colecciones públicas y privadas europeas. Si la muestra barcelonesa hace hincapié en la voluntad arpiana de adivinar cómo se origina una forma y en la defensa del arte abstracto, las obras bilbaínas son reflejos significativos de una existencia singular gastada en la idea de que la idea, y por tanto la forma, se manifiesta de improviso, silenciosa. 'Las obras llegan, gentiles o extrañas, hostiles, inexplicables, mudas o somnolientas. Nacen por sí solas. Me parece entonces que no hago otra cosa que mover las manos', afirmaba un Arp plenamente maduro. Así pues, no hay una voluntad de tesis en este recorrido hecho para contemplar al artista biólogo, o meteorólogo, pues aquel 'cazador de nubes', el botánico o el zoólogo desarrollaba en el papel o en la tridimensionalidad unas obras que conseguían reflejar el camino de la naturaleza y que escogían el trámite de la piedra o el bronce para expresar la armonía y la ensoñación de evoluciones ovaladas, lagrimosas, o las angulosidades del dibujo con madera o aluminio en el espacio. Pero son los característicos altorrelieves en escayola y madera los que le convirtieron en un artista del pensamiento y de concreción -en su voluntad de alcanzar la universalidad cósmica- entrañable y conmovedor cuando su trazo evoca la sensualidad de la naturaleza adolescente y, sobre todo, por su desconfianza ante la rápida aceptación visual. Sus primeras obras dadaístas son volcadas fundamentalmente en papel y lienzo -las esculturas llegarán en su segunda etapa-. Piezas como Ombre chinoise (1938), Constellation (1938), Pierre Païenne (1942), Evocation de la forme humaine lunaire (1950) o Roue-Forêt IV (1961) -una rueda que debía ser colocada en el bosque como presencia coloquial con una naturaleza observada a través de una ventana que aparece como filtro entre autor y mundo-, sin olvidar el conmovedor Paysage de Treves (1961), alientan al visitante a descubrir los enigmas y eminencias de las formas naturales, desde los primeros contactos surrealistas, en donde ya el artista hablaba de sus 'obras plásticas soñadas' y la obra sugería analogías (la mano es también un tenedor, las yemas son pechos). Hay también creaciones últimas que entroncan con el primer dadá, las poupées concebidas en papel según la técnica del découpage, o las Poupées et amphores (1963) o los brancusianos Gur (1963) y Feuille-miroir (1962).

Quizá tan corto y expedito

camino por la vida de Arp requeriría una senda aparte para hablar de la ironía que rodeó su obra. En cambio, en la exposición barcelonesa se añade al conocimiento de las metamorfosis del artista alsaciano la clave de su humor, fruto de la impaciencia de vivir que caracterizó a toda una generación de artistas comprometidos con la paz y que fue también acomodo en su lenguaje surrealista que de forma tan determinante compartió con Joan Miró, los únicos que defendieron una blanda abstracción en una corriente fundamentalmente figurativa que fue sustituta natural del dadá. También se rastrean las concomitancias de algunos de sus más imponentes bajorrelieves con el constructivismo, con el que compartió su rechazo al lenguaje ilustrativo -la antigua 'mimesis'- y a la hermenéutica. 'Necesitamos obras fuertes, rectas, precisas y eternamente incomprendidas', escribió Tzara en 1918. El mironiano Reloj (1924), el Retrato de Tzara (1916) y Objetos colocados conforme a las leyes del azar (1926) son algunas explosiones en madera salidas de la mente libertaria de Hans Arp.

No hay en estas dos exposiciones referencia alguna a su compañera y esposa Sophie Taeuber, mujer que influyó notablemente en la obra de este autor nacido en la Estrasburgo alemana de 1887 y fallecido en Basilea en 1966. A pesar de mantener contactos con numerosos movimientos artísticos, Arp trabajó siempre en solitario, pues las ideas poéticas -el único territorio en donde cognición, percepción y sensación se abrazan- eran sombras que orillaban sus momentos privilegiados en el arte. Arp sólo se dejó influir por la plástica constructivista de su esposa. También fue Sophie Taeuber la que le enseñó a experimentar con objetos abstractos en obras muy parecidas a los artistas holandeses de De Stijl. La estancia del matrimonio en París, desde 1925, les mantuvo vivos dentro de los numerosos movimientos artísticos de entreguerras, pero siempre con una mirada propia. Ambos se influyeron, incluso hicieron obras en común, a partir de 1935.

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