Tribuna:

El zorro y el león

Quizá no tenemos todavía la sensación de que estamos en guerra, pero no hay duda de que lo estamos. Las dudas surgen, sin embargo, al tratar de averiguar contra quién estamos en guerra. Por el momento, parece evidente que contra el actual gobierno de Afganistán, al que hace unos años Estados Unidos dio todo su apoyo. Pero resulta que vencer militarmente a Afganistán no es el objetivo, sino un simple paso previo para la captura del auténtico enemigo: Bin Laden y su organización terrorista.

La pregunta que muchos nos hacemos es la siguiente: ¿es esta guerra que acaba de iniciarse la forma...

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Quizá no tenemos todavía la sensación de que estamos en guerra, pero no hay duda de que lo estamos. Las dudas surgen, sin embargo, al tratar de averiguar contra quién estamos en guerra. Por el momento, parece evidente que contra el actual gobierno de Afganistán, al que hace unos años Estados Unidos dio todo su apoyo. Pero resulta que vencer militarmente a Afganistán no es el objetivo, sino un simple paso previo para la captura del auténtico enemigo: Bin Laden y su organización terrorista.

La pregunta que muchos nos hacemos es la siguiente: ¿es esta guerra que acaba de iniciarse la forma más inteligente de derrotar a este misterioso y difuso enemigo o bien, por el contrario, no es más que una ingenua manera de hacerle el juego, de dar precisamente el paso que el enemigo preveía y más deseaba?

Discrepar no es traicionar: lo atestiguan varios siglos de tradición filosófica ilustrada. Asimismo, también desde esta perspectiva, sabemos que ser patriota no es someterse a lo que diga el pensamiento dominante o la voz del jefe político de turno, sino intentar exponer una opinión razonada sabiendo, por supuesto, que uno puede estar equivocado y que sólo de un debate en el que se expongan libre y argumentadamente todas las ideas pueden salir las mejores soluciones a los problemas con los que se enfrenta una sociedad. La invocación a la unidad sin fisuras, aun en tiempos de grave crisis, siempre me parece una actitud que comporta un alto riesgo de totalitarismo.

Pues bien, sin ningún complejo de ser considerado antinorteamericano ni de practicar el autoodio, la vía elegida por Estados Unidos en la presente crisis me parece gravemente equivocada. Las primeras reacciones de Bush ante los atentados del 11 de septiembre ya hacían prever que se iría en esta dirección. Pero las semanas siguientes dieron alguna esperanza a que se cambiara el rumbo. Si los atentados eran considerados como un acto de terrorismo, y no como un acto de guerra, la respuesta coherente era establecer una política para acabar con el terrorismo, y no iniciar una guerra. El camino escogido, por lo que parece, no es el de la coherencia.

La brutal respuesta bélica que comenzó el domingo pasado más parece encaminada a satisfacer los primarios -e incluso comprensibles- deseos de venganza de determinados sectores del pueblo norteamericano que a iniciar un eficaz combate contra el terrorismo. No olvidemos, por ejemplo, que buena parte de los norteamericanos consideran legítima y conveniente la pena de muerte para perseguir el crimen y, sin embargo, en la Europa que la abolió hace ya un tiempo la criminalidad es actualmente mucho menor.

Como dijo Maquiavelo, 'hay dos maneras de combatir: con las leyes y con la fuerza. La primera es propia de los hombres y la segunda de los animales; pero como muchas veces las leyes no son suficientes, es indispensable acudir a la fuerza'. Ahora bien, prosigue Maquiavelo, si se escoge la vía de la fuerza hay que utilizar 'aquellas que son propias del león y del zorro, ya que el primero no sabe defenderse de las trampas y el segundo no puede defenderse de los lobos: se necesita, pues, ser zorro para conocer las trampas y león para atemorizar a los lobos'. Y concluye: 'Quiénes imitan sólo al león, no comprenden bien sus intereses'.

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Las trampas parecen claras. ¿Qué pretendían los que atacaron el 11 de septiembre? Seguro que no era un ataque para vencer al enemigo, ni para dejarlo seriamente debilitado, sino sólo para demostrar que, a pesar de ser aparentemente invencible, en algún punto era vulnerable. Y acertaron. Ahora la siguiente trampa de los terroristas consiste en dejar claro ante los suyos que este Estado poderosísimo pero vulnerable ejerce su fuerza de león ensañándose con los débiles, con los inocentes. Y el bombardeo indiscriminado en Afganistán es exactamente eso: allí mueren los inocentes, no Bin Laden y los responsables del atentado de Nueva York. Con lo cual, por el momento, tras los ataques que comenzaron el domingo, los terroristas son más fuertes que antes porque tienen más apoyo. Y el que se cree sólo león, porque piensa que ser zorro es signo de fragilidad, resulta ser más débil porque ha acrecentado el número de sus enemigos.

No creo que deba adoptarse una actitud de pacifismo ingenuo o de buenísmo candoroso ante la grave situación actual: lo que hay que hacer es actuar con inteligencia política. Estados Unidos y Occidente en general han cometido ya demasiados errores -además de injusticias- en Oriente Medio y en sus zona de influencia. Una política inteligente debería consistir, básicamente, en no abandonar los principios que hacen fuertes a las democracias; de ahí la necesidad de actuar, primero, con la legitimidad que otorga el cumplir la ley -en este caso, el derecho internacional-; segundo, de forma proporcionada a la agresión sufrida, y tercero, a través de los medios adecuados para restablecer el derecho vulnerado. Es una vieja receta que ya está en John Locke, cuyo pensamiento inspiró, precisamente, a los 'padres fundadores' de la Constitución norteamericana.

No hay que actuar nunca contra los propios principios si se quiere ser fuerte de verdad. Responder a las actuaciones de un grupo terrorista con el ataque a un país de 21 millones de inocentes no es ni legal, ni proporcionado ni adecuado. Cuando Bush anuncia que que un 'gigante se ha despertado', nos retumba en los oídos el simple rugido de un león. Y en la lucha contra el terrorismo, como desgraciadamente sabemos los españoles, se necesita también ser un zorro para no caer en las trampas.

Francesc de Carreras es catedrático de Derecho Constitucional de la UAB

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