Reportaje:

Un estilo sin bridas

El secretario general del PP sigue marcando la estrategia de su partido frente a los socialistas andaluces

'Si nos juntáramos todos los que hemos quedado esta mañana para comer con Javier Arenas, no cabríamos en el Santiago Bernabéu'. Lo dicho hace años por un compañero del citado es casi un clásico que, vía exageración, definía el estilo campechano y también frivolón del dirigente del PP cuando su escenario político se limitaba a Andalucía. El estilo de Javier Arenas Bocanegra (Sevilla, 1957) se cimentaba entonces básicamente sobre su don de gentes, una verborrea chispeante y un talante embaucador que rompía de cuando en cuando con embestidas verbales de fuste. De su etapa en el Parlamento andaluz...

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'Si nos juntáramos todos los que hemos quedado esta mañana para comer con Javier Arenas, no cabríamos en el Santiago Bernabéu'. Lo dicho hace años por un compañero del citado es casi un clásico que, vía exageración, definía el estilo campechano y también frivolón del dirigente del PP cuando su escenario político se limitaba a Andalucía. El estilo de Javier Arenas Bocanegra (Sevilla, 1957) se cimentaba entonces básicamente sobre su don de gentes, una verborrea chispeante y un talante embaucador que rompía de cuando en cuando con embestidas verbales de fuste. De su etapa en el Parlamento andaluz le recuerdan por su facilidad para improvisar, su memoria de elefante y una oratoria de formas brillantes y escasa enjundia, que engarza con la gran preocupación que siempre ha mostrado por la imagen. 'Con cuatro ideas monta un discurso muy brillante', recuerda un compañero.

En las filas de la organización ya se había extendido el tratamiento de don Javier en probable reconocimiento a su capacidad para modernizar el partido y sacudir la imagen de rancia derechona que llevaban adheridos sus dirigentes en Andalucía. Sin duda fue una de las bazas, sumadas a los deméritos de sus adversarios socialistas, que ayudó a que el PP, capitaneado por Arenas, rompiese su techo electoral andaluz en 1994. Ya pocos recordaban que el joven abogado que se enfrentaba a Manuel Chaves por la presidencia de la Junta de Andalucía por vez primera era el mismo al que habían bautizado como El Niño por su precoz actividad política: antes de cumplir la treintena su biografía política incluía varios cargos como la presidencia nacional de las juventudes de UCD, la primera tenencia de alcaldía del Ayuntamiento de Sevilla y un escaño en el Parlamento andaluz.

En su historial también figuraba una estrepitosa derrota: cuando aspiró a la alcaldía de Sevilla desde el Partido Demócrata Popular, que agrupaba a la democracia cristiana en torno a Óscar Alzaga, y apenas juntó medio millar de votos. Algunos allegados creen que aquel varapalo fue una de 'las experiencias más traumáticas de su vida', aunque todavía tendría que apurar otro cáliz en 1996 al perder por segunda vez las elecciones a la presidencia de la Junta de Andalucía a pesar de que las encuestas le habían aventurado como el triunfador tras la efímera legislatura de 1994-96.

En aquel convulso periodo parlamentario Manuel Chaves, por vez primera sin mayoría absoluta, vivió alguno de los episodios más amargos de su carrera por la estrategia de acorralamiento parlamentario de PP e IU. Entre ellos resultó especialmente simbólico la renuncia de la casa Sundheim, su residencia oficial. Desde entonces Chaves ocupa su propia vivienda, a diferencia de otros presidentes de comunidades históricas como el País Vasco o Galicia, que cuentan con residencia oficial. La Generalitat catalana dispone también de un edificio reservado para el presidente, aunque Jordi Pujol ha preferido continuar en su piso barcelonés. Entre las restantes ocupan residencias oficiales los responsables autonómicos de Canarias (hay dos edificios: en Las Palmas y Tenerife), Castilla-León y Extremadura.

Ni siquiera en aquella legislatura afloró el tono visceral de algunas de las actuales intervenciones de Arenas. 'Siempre ha hecho estrategias, pero también siempre ha querido dar una imagen dialogante, apenas le reconozco ahora con ese rictus agreste', observa un compañero, que atribuye el cambio a una mera cuestión de guión. 'Cuando uno no tiene una gran formación intelectual, la política no deja de ser una coyuntura', dice. Y se explica: 'Está en política sin una sola brida ideológica; salvo algunos principios básicos de la derecha como la familia, le da igual defender la planificación económica que la privatización'.

A su juicio tampoco le frenan bridas afectivas o amistosas, aunque sobre la capacidad de Arenas para hacer o deshacer amistades hay opiniones contradictorias. 'Su pasado no le lastra ni le condiciona, va usando a la gente y la va dejando caer', dice un compañero, que cita los ejemplos del ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales Manuel Pimentel o el ex portavoz parlamentario Manuel Atencia. Esta imagen casi despiada del dirigente del PP no es compartida por todos. 'Es verdad que tiene un estilo florentino de hacer política, pero no recuerdo que haya dejado tirado a nadie', señala un representante del PP.

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