Reportaje:LOS CAMPOS ELÍSEOS DE LLEIDA | POR LOS PARQUES Y JARDINES (3)

La alternativa de la serenidad

En la margen del río Segre, donde el perfil de la ciudad rompe contra la carretera de Barcelona, se mantiene una puerta llamada del Arc del Pont, vestigio de las murallas que ceñían Lleida. La realza un monumento dorado a Indíbil y Mandonio, los líderes ilergetes que dieron guerra a los romanos en el siglo III a.C. y que acabaron el uno muerto en batalla y el otro ejecutado. Los héroes dan la espalda al arco y a un edificio lateral que anuncia su inmediata demolición. En 1859, cuando se empezó a plantar al otro lado del río el descampado que luego sería el parque de los Campos Elíseos, tan qu...

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En la margen del río Segre, donde el perfil de la ciudad rompe contra la carretera de Barcelona, se mantiene una puerta llamada del Arc del Pont, vestigio de las murallas que ceñían Lleida. La realza un monumento dorado a Indíbil y Mandonio, los líderes ilergetes que dieron guerra a los romanos en el siglo III a.C. y que acabaron el uno muerto en batalla y el otro ejecutado. Los héroes dan la espalda al arco y a un edificio lateral que anuncia su inmediata demolición. En 1859, cuando se empezó a plantar al otro lado del río el descampado que luego sería el parque de los Campos Elíseos, tan querido por los ilerdenses, la ciudad aún estaba amurallada como en el medioevo y ni siquiera disponía de luz de gas para el alumbrado público, pero estaba llena de energía y vitalidad y se estaba transformando a marchas aceleradas. La vía férrea que en aquellos años, últimos del reinado de Isabel II, se extendía rápidamente por toda España estaba al llegar; otro proyecto ambicioso del consistorio para acelerar la llegada al futuro consistía en edificar una nueva cárcel. Tres asuntos tan dispares, ferrocarril, presidio y parque, estuvieron estrechamente relacionados, como se verá. Hay que decir que en aquella época las prisiones no suponían estrictamente una carga para los ayuntamientos y el presupuesto del Estado, sino que por el contrario eran una fuente de riqueza, porque se disponía de la fuerza de trabajo de los presidiarios en beneficio de las obras públicas: saneamientos y construcciones, apertura de vías de comunicación, producción de bienes materiales.

Ferrocarril, presidio y parque estuvieron estrechamente ligados en la creación de los jardines de los Campos Elíseos

De manera que Lleida quería una cárcel nueva -disponía de otras dos, que reclamaban también reparaciones y mejoras-. Las obras de construcción del nuevo presidio iban a ser financiadas con los beneficios de la tala y venta de madera de los árboles de la margen derecha de la ya citada carretera de Barcelona. Se talaron los árboles, se subastó la madera, se vendió por 52.000 reales y se ingresó el dinero en las arcas municipales. Pero los beneficios se disolvieron a los pocos meses en forma inesperada:

La Reina rindió una breve visita a la ciudad para inaugurar las últimas obras del ferrocarril, y fue recibida como sin duda merecía: arcos triunfales, castillos de fuegos artificiales, tedéums en la catedral. En tales festejos se volatilizaron los 52.000 reales y la cárcel no se construiría hasta finales de siglo. Pero, ligada a la tala de los árboles de la carretera se había decidido una nueva plantación de árboles en sustitución de los que se perdían, y aprovechar la ocasión para abrir un paseo público al otro lado del puente sobre el Segre.

'A la mazmorra tenebrosa / conduce la avenida famosa', dice la canción popular checa que cita Hasek. Un periodista local celebró la floración de las cuatro nuevas avenidas, embrión de los Campos Elíseos, con un estilo más positivo: 'Al anciano agobiado por el peso de los años, la dama enfermiza, el joven enteco y a la turbamulta de los parásitos de café y muchachas de feria, ¿qué otro desahogo puede proporcionarse más saludable, entretenido e inocente que el del paseo?'.

Los nuevos jardines al otro lado del puente eran la alternativa moderna e higiénica al paseo tradicional por la calle Mayor, por donde a la anochecida los vecinos deambulaban y se saludaban 'entre el Moro y el Ángel', sendas esculturas que decoraban edificios a los extremos de la calle. Y hoy, cuando en las fachadas del casco antiguo cuelgan altavoces emitiendo el ruido llamado 'hilo musical' y enloquecen a los inocentes vecinos (con la pasividad y quién sabe si la complacencia del alcalde, al que, en bien de la salud pública y para su propia edificación, me gustaría encerrar en su propio despacho para que escuchase Las cuatro estaciones en una cinta sin fin hasta que comprendiese que la música impuesta es tortura), los Campos Elíseos siguen ofreciendo la alternativa de la serenidad.

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Se va allí adrede, quedan algo apartados del centro. Hay que cruzar el puente, traspasar el portal de gusto neoclásico -obra del arquitecto Lluís Domènech en 1941- y bajar una ancha escalinata, y entonces el visitante se encuentra ante una ancha avenida de plátanos que ofrece una impresión antigua, una impresión de majestad, de dignidad y de civilidad. Sorprende, es algo extraño que por algo así no te hagan pagar. La magnífica galería parece desierta salvo por un par de abubillas y algunos jilgueros que vuelan bajo, y un grupo de jóvenes ciclistas, merendando sobre la hierba, al rumor de las fuentes. A los lados se extienden parterres de césped con olmos y abetos, y hay un busto que UGT dedicó a Pablo Iglesias, manchado por una pintada que injuria al sindicato. Más adelante, unos jardines franceses, con su rosedal y sus surtidores, la piscina municipal, un coqueto café-chalet, un templete musical y otras dependencias y decoraciones, como el curioso monumento de hierro al tractor Bulldog, presumiblemente como símbolo de progreso y productividad.

En el centro del parque está posado como un platillo volante el Palacio de Cristal, sede de congresos y de conferencias, y al final la arboleda se confunde y disuelve en las explanadas asfaltadas y los pabellones y naves de la vigorosa feria de Sant Miquel. El parque está muy vivo también en mayo, en las festividades de San Anastasio, la fiesta mayor de Lleida. Y más todavía durante el aplec del cargol, que reúne allí a 12.000 peñistas de más de 100 colles y recibe 200.000 visitantes: es una celebración vagamente parecida a la Feria de Abril, con casetas decoradas, música, cerveza, y caracoles para comer hasta decir basta.

Por lo demás, los Campos Elíseos siguen pareciendo a los vecinos un lugar algo esquinado, a trasmano. De noche tienen algo de suburbio marginal, las puertas están cerradas pero se entra y se trapichea. El progreso del ferrocarril vuelve a estar ligado a su mejora: el año que viene entrará en servicio el AVE en Lleida, y para entonces se baraja el proyecto de tender una pasarela que cruzará el río desde la avenida del Segre, en una zona próxima a la estación de Renfe. Todo eso insuflaría vitalidad, desde luego, a los Campos. En cualquier caso, ahora ya son casi un jardín perfecto, el arquetipo del jardín público.

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