Reportaje:Campeonatos del Mundo de Edmonton | ATLETISMO

'¡Ay, mi niño! ¡Cómo corren estos negros!'

Los padres y los hermanos del atleta español vibraron frente al televisor con su lucha contra los poderosos africanos

Para Antonia, la madre de Alberto García, su hijo no estaba a las 6.25 horas de ayer a 7.628 kilómetros del madrileño barrio de Vallecas, luchando en la final de los 5.000 metros en Edmonton. Nerviosa ante el televisor, animaba al pequeño de la familia como si estuviera a dos palmos. '¡Que no le hagan nada [los rivales]!', rogaba antes de la salida. Y es que, de alguna forma, Alberto estuvo presente en su casa gracias a sus trofeos, las fotos de sus carreras y las cintas de vídeo en las que Marcelino, su padre, graba todas las pruebas que disputa. Algunas son grabaciones caseras, de la época e...

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Para Antonia, la madre de Alberto García, su hijo no estaba a las 6.25 horas de ayer a 7.628 kilómetros del madrileño barrio de Vallecas, luchando en la final de los 5.000 metros en Edmonton. Nerviosa ante el televisor, animaba al pequeño de la familia como si estuviera a dos palmos. '¡Que no le hagan nada [los rivales]!', rogaba antes de la salida. Y es que, de alguna forma, Alberto estuvo presente en su casa gracias a sus trofeos, las fotos de sus carreras y las cintas de vídeo en las que Marcelino, su padre, graba todas las pruebas que disputa. Algunas son grabaciones caseras, de la época en la que participaba en carreras regionales. Ayer, la cámara no fue necesaria. Atrás han quedado el barro de los primeros cross y el anonimato. El parecido físico que sus hermanos mayores, José Luis y Marcelino, tienen con él, también ayudaba a crear ese ambiente de proximidad con Alberto. Los tres muestran la misma complexión atlética y los tres han heredado la mirada de su madre.

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Los kenianos salieron a por todas y desde la segunda vuelta imprimieron un ritmo febril, en concreto Kipketer. 'A ése no le echan mano', comentó, preocupado, el padre al mismo tiempo que apretaba el mando a distancia como si fuera uno de esos peluches antiestrés. Los otros miembros de la familia tampoco puedieron ocultar su estado de agitación. José Luis, el hermano mayor, prefirió relajarse con un cigarrillo y morder el paquete de tabaco. Marcelino permaneció inmovil en el sofá, con los ojos clavados en los movimientos de su hermano. Antonia apenas logró contenerse. Adornó cada tirón de los kenianos con un sentido '¡ay, mi niño!'. No era para menos. La carrera fue un calco de la de los 10.000 metros, en la que su estrategia desquició al etíope Gebresselassie.

En la última vuelta, Alberto no pudo seguir el sprint de los africanos. '¡Cómo corren estos negros, no hay quien los gane!', reconocía Antonia para consolarse. Sabe a la perfección de los límites de su hijo. De hecho, había vaticinado que su niño iba a quedar el quinto, su puesto tras sufrir mucho en los últimos metros.

Al final, todo terminó como estaba previsto: Alberto corrió sin saber que sus padres habían vuelto de Benidorm por unos problemas cutáneos, sin importancia, de su madre. No se podía distraer lo más mínimo. Su única preocupación tenían que ser los africanos y mejorar su actuación de Sidney. Ahora su padre puede sacar pecho en el bar y perdonarle por no haber prestado mucha atención a la bicicleta de carretera que le compró hace unos años. Ya no tiene importancia que la Campagnolo de aluminio se esté oxidando en el trastero.

La familia de Alberto García, en su casa, animándole frente al televisor.BERNARDO PÉREZ

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