OPINIÓN DEL LECTOR

<l>Al Infanta Elena</l>

Nuestro más sincero agradecimiento al equipo hospitalario de la planta cuarta derecha del Infanta Elena de Huelva. Es un equipo muy numeroso, disciplinado, que desarrolla su trabajo sin demasiado ruido, pudiera parecer con desapego y rutina. Pero... es gente ésta que con la misma diligencia aplica tratamientos para los males del cuerpo que para los del alma.

En nuestro caso, la terapéutica del cuerpo no produjo los efectos deseados, pero la otra, la del alma, ésa nunca falló. Cuántas dosis de consuelo dejaron en la habitación 422. Cuántos botes de suero misericordioso. Cuántas inyeccion...

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Nuestro más sincero agradecimiento al equipo hospitalario de la planta cuarta derecha del Infanta Elena de Huelva. Es un equipo muy numeroso, disciplinado, que desarrolla su trabajo sin demasiado ruido, pudiera parecer con desapego y rutina. Pero... es gente ésta que con la misma diligencia aplica tratamientos para los males del cuerpo que para los del alma.

En nuestro caso, la terapéutica del cuerpo no produjo los efectos deseados, pero la otra, la del alma, ésa nunca falló. Cuántas dosis de consuelo dejaron en la habitación 422. Cuántos botes de suero misericordioso. Cuántas inyecciones de optimismo. Cuántas grageas de tranquilidad. Cuántas cápsulas de aliento...

María Dolores siempre encontró amparo en el sacerdote que a diario le llevaba El Señor, en las enfermeras que eran sus cómplices y en sus médicos: el doctor Romero, su apoyo más cercano; la doctora Benito, siempre comprensiva, compasiva y considerada, y el doctor Bernal, su médico, que con afán desmedido, entrega y dedicación luchó con ella contra la barbaridad, le plantaron cara, le hicieron frente, la desafiaron y cuando sus fuerzas flaquearon entró en batalla el doctor Pallarés, con sus soldados armados hasta los dientes para luchar contra el dolor, y lo vencieron, y se fue.

Se fue el dolor, pero, ¡ay, pena!, se fue también nuestra tía Lole y, como los soldados valientes no han de permanecer vencidos en el campo de batalla, la enfermera Pepa, su Pepa, la subió en su caballo de dos ruedas y de un tirón la llevó al cielo. Y, claro, allí se quedó. ¡Qué suerte la vuestra de tener esa amiga en las alturas!-

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