Columna

La vida: la película

Hace semanas ojeé un libro, Life: The Movie, que informaba con ese rótulo tanto o más que mediante las páginas encuadernadas a continuación. El título se refería al fenómeno de la industria norteamericana del espectáculo pero dejaba, tras su rastro, una secuela para pensar. Tanto en Estados Unidos como en el mundo occidental y, gradualmente, en todo el planeta, la vida se está convirtiendo en un episodio teatral dentro de la gran escena.

Efectivamente la vida es, para cada uno, lo exclusivo y no un papel circunstancial sobre un escenario cualquiera. Todo en nuestra vida se cumple...

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Hace semanas ojeé un libro, Life: The Movie, que informaba con ese rótulo tanto o más que mediante las páginas encuadernadas a continuación. El título se refería al fenómeno de la industria norteamericana del espectáculo pero dejaba, tras su rastro, una secuela para pensar. Tanto en Estados Unidos como en el mundo occidental y, gradualmente, en todo el planeta, la vida se está convirtiendo en un episodio teatral dentro de la gran escena.

Efectivamente la vida es, para cada uno, lo exclusivo y no un papel circunstancial sobre un escenario cualquiera. Todo en nuestra vida se cumple esencialmente, se efectúa con la máxima intensidad para su protagonista único, pero también esta consideración, que antes se leía con frecuencia en los manuales, se repetía en la enseñanza religiosa y trasmitían severamente los maestros, ha ido sustituyéndose por un nuevo saber que se aprende en el cine o en la tele, se dicta en los cursillos de reciclaje y se vive en las vidas pasajeras que se experimentan con los empleos cambiantes, las parejas en segundas o terceras nupcias, las familias mecanos de hijos 'redecorados' -como dice Ikea- en la nueva ambientación del hogar.

Antes sólo se vivían excepcionalmente varias vidas, tras haber llegado a este mundo para cumplir con un destino. Pero ahora repudiamos la idea del destino único y el oficio de vivir se compone de ejercitar diferentes pruebas. La vida deja de ser algo apegado inexorablemente al hecho de existir dentro de un organismo determinado y se convierte en un abanico de opciones a las que dará derecho la vida como rico y múltiple objeto de consumo.

En general, nuestro alrededor social -desde las relaciones laborales a las comerciales, desde las formas de presentación en público a las maneras de estar en pareja- se compone de relaciones convencionalmente teatrales: actuaciones de la personalidad que adquiere papeles sucesivos en función de la función a desarrollar. En la rígida vida de aldea cada cual debía atenerse al papel de su identidad recibida y construida ante la firme mirada del poblado, pero en la vida urbana, en cada ocasión, al doblar una esquina, al concertar una entrevista añadida, al recibir en casa o visitando a los demás, adoptamos papeles variantes que, al cabo, hacen de nosotros un surtido de personajes cuyo único punto de reunión es nuestra identidad de actores. Actores como sujetos laborales, actores cuando compramos o vendemos, actores cuando somos comensales o servimos la mesa. Actores como huéspedes o como anfitriones. Actores, en fin, dentro de una escena que altera su decoración, transfigura su atrezzo, cambia el número de sus participantes, convoca a públicos mixtos y transeúntes. ¿Nuestra vida? No un trazado, una trayectoria progresiva, un destino, sino una constelación de secuencias donde nos vamos conformando mediante una red donde nos tejemos e intrigamos como en una cinta sin cesar. Life: The Movie

Hay también otras versiones posibles de nuestra historia más allá del celuloide. La historia impresa en forma de libro biográfico, la narración escrita a la manera de un tratado moral o sentimental con nuestras siglas, el modelo vertido como una indagación meticulosa a través del psicoanálisis.

Habrá numerosas maneras de metaforizar nuestra existencia, desde la que viene asociada a la de una accidentada peregrinación boscosa con reflejos en el cielo a una navegación procelosa con avatares en el mar, desde una exploración referida a los misterios del alma a una simple excursión de incidencias banales. Cualquier analogía relacionada con el tránsito ha encontrado encaje dentro de la condición biográfica o hagiográfica tradicionales pero ahora más que nunca ese trayecto se parece más a una película que nunca. Un guión que vamos grabando y montando día a día, como las series de la televisión o como en un rodaje sucesivo en el que nada parece de antemano decidido según las nuevas elecciones estratégicas de la productora.

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